sábado. 20.04.2024

Más que un ejército, una secta

El ejército español atraviesa su particular proceso de deconstrucción y su reedificación según una trayectoria que le asemeja más a una secta...

El ejército español, probablemente rehén de la situación anómala en la que se hallan tantas instituciones sociales, políticas o administrativas tras el paso torpe de un gobierno ciego, cegado por disponer de un poder omnímodo, atraviesa su particular proceso de deconstrucción y su reedificación según una trayectoria que le asemeja más a una secta que a una organización cautelar de la fuerza del estado.

Así lo parece. El ejército pretendidamente profesional, tecnificado y comprometido con los valores y las normas democráticas está sufriendo un proceso de decantación hacia un modelo, aún desdibujado pero ganando peso,  de mesnada o partida puesta al servicio de intereses poco confesables. Conste que somos conscientes de que todos los ejércitos del mundo son complicados, sus particulares misiones en torno a la custodia del recurso a la fuerza les convierte en organizaciones muy críticas a las que se les reconoce un fenotipo definido por un conservadurismo innato, un recurso por encima de lo normal a la cripticidad y una enfermiza propensión  a la visualización de enemigos allá dóndes sólo hay molinos. Eso se entiende, se acepta y en los países avanzados se balancea con una organización de la dirección militar situada por encima de esas reservas militonas.

Pero la deriva del ejército español, sin duda espoleada por un ministro del ramo, que lo es, o sea que no  es ministro del ejercito sino del sector (ramo) de las operaciones mercantiles que tiene que ver con los ejércitos (armamento, logística, mantenimiento, etc), le está convirtiendo en una secta que defiende intereses de parte amparándose en altos objetivos y misiones de salvaguarda de la patria. Y el modelo secta, que es al que parece que muta nuestro ejército está elegido de una manera bastante consciente. La secta se ha convertido en modelo de referencia por unas cualidades que, debidamente aderezadas, pueden parecer normas razonables de dirección del ejército, pero que son sólo las barreras de protección que la secta crea para blindar al maestro, al visionario o directamente al charlatán.

Toda secta se fortalece y fortifica al líder mediante estrategias de silencio, oscurantismo y fuertes dosis de dogmatismo. El ejército español, tras años de búsqueda de una identidad isomorfa con la de la sociedad a la que se ancla, ha virado y resulta mucho más patente un enrocamiento de tipo sectario dominado por su culto al silencio que ennegrece un oscurantismo innecesario y que apela al dogmatismo voluntarioso como principal referencia a su lugar en el entramado social.

El silencio es el mecanismo elegido por las sectas para evitar el debate y el contraste con quienes no forman parte de los elegidos. El silencio impide que se patenticen contradicciones o propuestas diferenciadas de aquéllas que propone y alimenta la “hermandad”. El ejército español muestra una querencia a este recurso que se percibe notoriamente  en el tratamiento al teniente Segura, en  las relaciones con los emergentes movimientos asociativos de militares o en la desertificación en los medios de comunicación de casos como el del cuartel de Getafe, el abuso de autoridad o el acoso sexual que parecen bastante extendidos.

El oscurantismo, práctica sectaria que tiende a tergiversar cualquier indicio de comportamiento reprochable, enmascarándolo como si de un rito necesario e incomprendido se tratara, es algo que nunca ha dejado de estar presente en los cuarteles y sobre todo en los centros de formación del ejército. La presencia de hitos y símbolos partidistas (básicamente franquistas) se diluye en referencias historicistas al pasado, a la tradición y el respeto por los personajes y hechos que han forjado la institución (¡qué tiene bemoles la cosa!).

El dogmatismo, el vehículo elegido por las sectas para marcar las diferencias entre nosotros los buenos y los otros, los malos, funciona como la seda en el ejército español. Al ardor y la entrega que debe reforzarse entre aquéllos que deberían estar dispuestos a arriesgar sus vidas, se ha instalado una convicción enfermiza de que dado que somos los garantes del recurso a la fuerza, a la fuerza hemos de tener la razón sobre todo aquello que nos propongamos, sea lo que fuere y esté o no esté en consonancia con las ideas imperantes o la renovación del ideario colectivo. Bastaría con hacer pública parte de la correspondencia particular que corre entre jefes y oficiales a propósito del estado de la nación para comprender que, al margen de las razones que puedan asistirles, su posición es la propia de un grupo sectario. Todo lo que nos rodea se halla en proceso de descomposición, excepto nosotros, vienen a decir.

Y aunque la justicia militar ha evolucionado formalmente hacia posiciones convergentes con la organización de la justicia general, sus prácticas procesales y su mecanismo penal quedan como espacios de arbitrismo que refuerzan el proceso de sectarización que algunos militares están denunciando en los últimos tiempos. 

Más que un ejército, una secta