miércoles. 24.04.2024

Lecciones del capitalismo contemporáneo extensibles al fenómeno de los refugiados

Es un hecho reconocido que en el capitalismo moderno el ganador es el capital. Parece obvio, pero no lo es tanto, porque  quien gana es el capital, no el capitalista como tiende a interpretarse de manera simplificadora en los círculos políticos y sociales críticos con el modelo. Por supuesto que los capitalistas se benefician de que sea el capital quien gana la partida del silgo XXI, pues son sus poseedores, pero a efectos de análisis social con aplicaciones en otras esferas hay una gran diferencia entre que gane el capital o ganen los capitalistas.

Gana el capital porque los capitalistas se apercibieron que el capital entendido como un stock, como una parte sustantiva de la producción perdía potencial, dependía del ciclo productivo y estaba anclado a sus vaivenes, demasiado rígido, demasiado vulnerable. Descubrieron que era mucho más operativo y lucrativo contemplar el capital como un recurso, pues un recurso, como señalaría Sollow, no es importante por lo que es sino por lo que hace, por lo que puede provocar.

Consecuentes los interesados se pusieron manos a la obra de generar un espacio institucional que acogiese al capital transformado de stock en recurso, de objeto estático en sujeto dinámico. El fin del acuerdo de Bretton Woods y la liberalización del movimiento internacional de capitales es el resumen del proceso de reorganización que el capital requería para multiplicar sus potencialidad al cambiar su status. El resto es historia (económica) conocida.

¿Qué resulta extrapolable de la transformación del capital al fenómeno de los refugiados? La transubstanciación. El cambio de la substancia que opera en la visión de los refugiados políticos y económicos. Hay que dejar de interpretar a las personas que se encuentran en situación de migrantes o refugiados como meras personas, son algo más que personas,  son recursos de alto valor. Los migrantes y refugiados vistos bajo la óptica compasiva de la dificultad de sus situaciones vitales aparecen como sujetos minusválidos necesitados de todo tipo de ayuda, y siendo esto verdad, hay que ayudar a superar la situación crítica del momento, no es la verdad.  Porque los migrantes y refugiados son, como el resto de las personas, aquello que hacen o podrían hacer si se dieran la circunstancias oportunas.

El cambio de migrante o refugiado necesitado a recurso capacitado para generar riqueza material o espiritual pasa por un proceso de transformación del medio institucional en la que se produce la migración y la acogida. Ambas situaciones ligadas a la interpretación de la vida de las personas como una derivada de ciertas leyes de pertenencia, patriótica o nacional, con sistema de exclusión para los rechazables. Esto es lo que debe transformarse.

Para que una persona, para que toda persona pueda desplegar su potencial es necesario que se desmonten los elementos administrativos que la definen como “persona”. Del mismo modo que el capital se desprendió de sus condicionantes arancelarios para moverse libre de una a otra situación, de uno a otro territorio, para afincarse allá donde creyó encontrase cómodo y fértil, así debería actuarse en el reconocimiento de los componentes de la ciudadanía.  Una persona no es el resultado descrito en la partida de nacimiento, ni es la figura nombrada en los documentos legales de herencia, ni es depositario de ningún valor ancestral acrisolado en la historia. Una persona es lo que hace y lo que puede hacer, aquí, allí o donde fuere. Una persona es una entidad que sufre o que se regocija porque responde a su entorno, el físico, pero sobre todo el moral y el legal. Y esto es lo que debe variarse en el sentido que el capital se aplicó a sí mismo. Dejar de ser un discurso, para convertirse en un recurso.

No podemos dejar de denunciar de manera discursiva lo que ocurre a millones de migrantes y de refugiados, ni podemos dejar de aplicar recursos paliativos en cualquiera de las situaciones que vemos cada día,  sin compasión no podemos avanzar. Pero la emancipación de esta situación provendrá de un cambio radical recursivo, cuyo núcleo está en la generación de un marco moral e institucional que facilite la conversión de una situación de dependencia forzada del outsider en un factor proactivo  cargado de oportunidades.

No se puede acabar con los privilegios de nación, historia o cuna denunciándolo, aplicando un discurso, hay que poner en marcha los factores recursivos. Más mérito y menos color de piel. Eso hizo el capital y no le va tan mal.

Lecciones del capitalismo contemporáneo extensibles al fenómeno de los refugiados