miércoles. 24.04.2024

Desde la humildad, un consejo

Un consejo que va dirigido a las formaciones emergentes. Bueno basta de eufemismos, va dirigido a Podemos.

Podemos ocupa ya espacios de gestión y administración del poder suficiente como para tener éxitos de gestión, pero también lagunas

Un consejo que va dirigido a las formaciones emergentes. Bueno basta de eufemismos, va dirigido a Podemos en cualquier de sus manifestaciones en forma de mareas, en comunes o asambleas. Podemos es un movimiento que con distintas formas de acción política ha logrado cotas de poder  muy altas. Podemos es una agrupación de lucha y resistencia frente a la barbarie liberal mercantilista. Es un conjunto de organizaciones nacidas para la defensa frente a la agresión extrema. Por ello es una organización que tiene un planteamiento muy claro en los temas centrales de la lucha contra la pobreza, la desigualdad y la exclusión. Sus posiciones en temas de desahucios, pobreza energética, fijación de mínimos salariales, control de la actividad financiera, etc dejan ver a las claras que su programa es coherente y articulado. La acción política desarrollada en su esfera de gestión en la administración local no deja lugar a dudas sobres su compromiso. Con avances y retrocesos, las políticas municipales y comunitarias de combate a la pobreza extrema van cuajando.

La cuestión es que la gestión de los intereses ciudadanos va más allá de la lucha contra la pobreza. Desde luego que ésta ha de ser nuclear, pero no puede ser exclusiva. Y aquí, en la gestión de la cotidianeidad hay mucho por hacer y hay que hacerlo de un modo eficaz y sintonizado con las expectativas de cambio que, si no la contundencia de la lucha contra la pobreza, exigen o esperan los ciudadanos ante la nueva realidad de la administración.  

Podemos ocupa ya espacios de gestión y administración del poder suficiente como para tener éxitos de gestión, pero también lagunas. Algo que puede decirse de cualquier formación debutante e incluso consolidada, desde luego. Pero los nuevos gestores harían bien en no zafarse en este axioma general ni parapetarse en la dificultad objetiva con que la realidad de lo cotidiano obstruye la voluntad del administrador bienintencionado. Para eso, no solo no fueron elegidos sino más bien por todo lo contrario, por declarar que sí, que era posible enfrentarse a una realidad que actuaba como lastre para los ciudadanos de base y viento de cola para los poderosos.

No me refiero estrictamente a la política municipal de limpieza, el urbanismo o la movilidad, que son temáticas transversales de fuerte impacto ciudadano y largo tratamiento mediático. Existe un sinfín de micropolíticas municipales y/o de ámbito comunitario que deberían abordarse desde ya y con una óptica de cambio  tan necesaria como el caso de la lucha contra la pobreza. No hacerlo por razones de pragmatismo, de respeto a los tiempos administrativos o simplemente de evitar la colusión con los procedimientos establecidos  tiene riesgos importantes para la imagen y la confianza depositada en los nuevos gestores.

Y esto es muy importante para fomentar un proceso de cambio real, pues los ciudadanos que no ven los frutos del cambio, sea por unas u otras razones, comienzan a desarrollar un sentimiento de frustración que desconecta a los pilotos del cambio para un futuro asalto definitivo al cambio deseado. Eso si el posibilismo no acaba asentándose desplazando una vez más los deseos, las ilusiones y la emoción que ha estado detrás de la cesión de representatividad que ahora permite a muchos miembros del Podemos declarar que ahora sí que los ciudadanos se ven representados.

Tampoco es tan complicado. Basta con cambiar el orden de las prioridades en la gestión de los intereses de las corporaciones municipales o comunitarias. No puede haber ninguna acción, ni puede haber ninguna dejación u omisión de acción que no esté vinculada al interés general de los ciudadanos. Nada que no sea esto puede ser el factor determinante de la acción política en la gestión de la administración local o autonómica. Los procedimientos, los tiempos o las oportunidades no pueden anteponerse a la voluntad de cambio aquí y ahora. Asumiendo riesgos, pero despejando incertidumbres.

Si no fuera así, si el desapego comienza a extenderse la cosa es aterradora, pues habremos de esperar otros treinta años para que una generación de gestores pase al ostracismo y una nueva generación de ciudadanos decida abordar el cambio en la tercera transición.  

Desde la humildad, un consejo