sábado. 20.04.2024

¡Qué error, qué inmenso error!

Una política de inmigración que se aborda desde la perspectiva del orden público no puede acercarse ni de lejos a una solución al problema.

Las políticas de inmigración en España (también en Europa) y con particular intensidad en el apartado de la concesión del estatus de refugiado, suponen un error inmenso. Un error que va más allá de la vergüenza y de la falta de humanidad que trasmiten en su concepción y en su aplicación. Suponen un error de visión que semeja otros ya adoptados a espaldas del sentido común y de la oportunidad histórica.  

Tenemos ejemplos anteriores de torpeza que ya pagamos a un alto precio, el de la irrelevancia en el desarrollo de la historia que está a la vuelta de la esquina. Me refiero a las políticas energéticas de este gobierno, que teledirigidas desde los consejos de administración de eléctricas y petroleras han llevado a este gobierno vicario  a instalarse en la posición más atávica y sinsentido de cuantas se conocen en el mundo. En todas partes se sufre la presión de los grupos empresariales relacionados con la combustión de recursos fósiles, pero nadie ha abandonado la idea (excepto en la España popular) de que el futuro pasa por las energías limpias y en las formas alternativas de generación y consumo de energía. Hasta el Papa ha debido mediar en el asunto con su encíclica en favor de la sostenibilidad y en apoyo a una conferencia en Paris que de verdad dispare las prácticas necesarias para revertir el cambio climático, apoyadas en las energías renovables que aquí se han combatido con desdén y prepotencia.

El segundo ejemplo de libro lo encontramos  en el caso Cuba. La ceguera conservadora en España, guiada por la clarividencia del lazarillo Aznar y alentada por los visionarios del bloqueo, la revancha y el escarnio no sólo se ha revelado inútil, sino que además y por ello, han impedido analizar la evolución de la isla y su inmenso potencial para el desarrollo de relaciones culturales, fraternales y comerciales que habrían sido de extraordinario valor para España, en su doble condición de país hermano con ascendente vinculado a la lengua, la tradición y las relaciones mestizas de tantos y tantos ciudadanos de ambas comunidades. En lugar de buscar el encuentro, España ha provocado y promovido un alejamiento que ahora nos deja fuera de sitio en el proceso de recomposición de las relaciones internacionales surgidas de la nueva situación diplomática de la isla.

En el orden doméstico, Cataluña marca un hito. Que la conformación administrativa del estado español requiere una reformulación a fondo solo puede obviarlo alguien muy ciego, muy incapacitado por una forma de ver la realidad distorsionada por la preconcepción ideológica. Pensar que en la legalidad que se discute está la solución a un problema como el catalán (sirve para cualquier otro), denota una falta de inteligencia grande compensada si acaso por una fe, ciega como exige cualquier feligresía, en la resolución  divina de los contenciosos en la tierra. Es un error, un inmenso error creer, como se ha forzado a creer, que  lo que ocurría en Cataluña era una mera lucha por el poder y no advertir la conformación de una respuesta nacional a un problema de raíces históricas.

Con la política de inmigración, acentuada en estos días por la posición del gobierno español respecto del cupo de refugiados, el error es tan inmenso como los descritos en los casos anteriores. Una política de inmigración que se aborda desde la perspectiva del orden público no puede acercarse ni de lejos a una solución ecuánime y beneficiosa para cuantos no vemos envueltos en esta circunstancia propia del siglo XXI. La inmigración no es un problema, es una bendición. El problema es no saber gestionarla. Para un continente como Europa y para un país particularmente envejecido como España, el que ciudadanos del mundo decidan acudir a realizar sus expectativas de vida aquí no es sino la solución al gran problema al que nos enfrentamos. Agrupar  seres humanos comprometidos con el desarrollo de la apuesta por la vida y por la civilización es nuestra tabla de salvación. Lo que queda es abordar el proceso de incorporación, pero diseñado  éste desde la óptica de la riqueza social común y no desde la atrabiliaria formula de rechazo  a los que  vienen a aprovecharse de lo que hay aquí, porque lo que hay aquí es nada sin ellos en un futuro muy próximo.

El caso de los refugiados es el paradigma del error cometido, poniendo coto a la entrada de las personas que con toda probabilidad más deseos y esperanzas tienen puestos en formar parte de una  sociedad que, a diferencia de la suya de origen, no busca la exclusión ni la reprobación, sino la sana y enriquecedora convivencia.

Pero quien no ha visto el futuro de la energía y duda del cambio climático, no se ha apercibido del tránsito de Cuba y la oportunidad estratégica para España o reniega de la necesaria reformulación administrativa del estado español, es difícil que pueda acercarse a una concepción de políticas de inmigración que en lugar de centrarse en el rechazo y la expulsión, se estructure en torno a la radicación no traumática de las personas y en su rápida inmersión en un contexto cultural diferente. Es un tremendo error promover una política contra el sentido de la historia  que nos dice que la única razón para legislar y gobernar son las personas, que ellas forman la riqueza presente y futura así como la base ética de las decisiones que gobiernos y ciudadanos han de asumir.      

¡Qué error, qué inmenso error!