miércoles. 24.04.2024

¡Me da asco!

Esta ofensa de los torpes y desorientados pecadores de origen proletario y familiarmente desestructurados no ha podido ser resuelta por la voluntad del aliado de dios, la derecha...

Así, con esta expresión (¡me da asco!) se refirió el dimisionado exministro de justicia Gallardón a las razones inconfesadas por las que su montaraz proyecto de ley para la revisión de la interrupción del embarazo quedó aparcada, y él arrumbado en la cuneta. No entraré en el oportunismo que ya se adujo en una entrega anterior de mi columna (Gallardon acecha), sobre la vocación del megalómano Gallardón por abanderar una opción política con expectativa de éxito (sea la que fuere). Él está convencido de que en el medio plazo, tras la inminente debacle, la derecha se reconstituirá sobre factores religiosos y allá estará él, un líder con un currículo que incluye (con su salida ignominiosa del gobierno) el martirio para la santa causa.

Quizás, pero dudamos de su capacidad de cálculo, pues hizo lo mismo en un posicionamiento anterior respecto de la renovación liberal del conservadurismo,  y así le ha ido a Madrid, a él mismo, y a nosotros los que vivimos endeudados en la locura gallardoniana. Pero de lo que no dudamos es de la cota de cinismo a la que puede llegar éste hombre, hasta exponerse como un ecce homo frente a acólitos y cámaras y barruntar entre indignado y eufórico que el que su ley haya caído en desgracia por un cálculo electoral le da asco. ¡Qué dignidad, qué tronío, qué saber estar! Y sobre todo ¡qué cara más dura! Un tipo que ha formado parte de todo comité, circulo o plenario de debates sobre estrategia política de la derecha en los últimos treinta años, ahora dice que le da asco el cambalache según el cual el peso de los votos de castigo por alterar la ley de interrupción del embarazo haya pesado más que la intrínseca voluntad del creador.

Esta ofensa de los torpes y desorientados pecadores de origen proletario y familiarmente desestructurados no ha podido ser resuelta por la voluntad del aliado de dios, la derecha, por un triste cálculo político, y eso le da asco. No sabemos si teme la ira de dios o confía en el perdona a tu pueblo señor. De momento ahí está Gallardón para denunciarlo ante las cámaras para que quede constancia de sí mismo como futurible de la derecha nacional católica.

Pero no parece que le dé el mismo asco, o toma almax para contener las náuseas, otras operaciones políticas de la derecha que no tienen más justificación que la de amarrar votos de donde sea que pueda crearse conflicto, diatriba, separación o camino sin retorno.

A lo que se ve no le da asco el convertir el debate sobre la estructuración territorial del país en una guerra de paletos entre Madrid y Barcelona. No le da asco porque sabe que hay un bonus de votos de recónditos lugares del país que no han superado el estadio de una España, grande y libre.  No le da asco provocar una ruptura emocional difícil de superar, aún a sabiendas de que no hay otra opción que atender las reclamaciones democráticas de ciudadanos que se expresan con libertad, respeto y en paz. No le da asco pertenecer a una dirección gubernamental que aúpa y gallea a militares extemporáneos y atiza a fiscales en una estrategia que no tiene más sentido que captar votos de descerebrados e inoperantes ciudadanos que entienden las relaciones políticas como competiciones deportivas.

No parece provocarle ningún efecto repulsivo el haber convertido la justicia, base del acuerdo social mínimo para vivir en democracia,  en un cotarro en el que el quien paga manda. Parece que estas medidas que convirtieron la justicia en un exclusivismo más (como viajar gratis sin tener que dar cuenta a nadie) le sentaron de miedo. Su suegro y unos cuanto nostálgicos más del orden arbitrario prometieron enormes beneficios electorales.

El haber abierto las puertas del partido popular a todos los chorizos de pueblo, a todos los cirigüitis de playa, a los arribistas noveles, conocidos todos ellos por amplias trayectorias en mangoneo, cabildeo, chantaje o extorsión, tampoco le provocó asco alguno. Trasferir negocio a cambio de votos mediante todo tipo de actividades mafiosas, nepóticas, clientelares y ya finalmente delictivas, no le ha quitado un ápice del apetito (según relata Máximo Pradera)  que es primer síntoma del asco y la repulsa.   

No vas a convencernos Gallardón, a ti nada te asquea, has hecho costra crecida sobre todo tipo de ruindades. No es asco, lo que sientes es una angustia que te provoca tu ostracismo actual, es miedo por sentirte arrastrado a las profundidades atado a una ley cruel dictada solo para tener protagonismo, votos y liderazgo que han desaparecido. No es asco, es horror al vacío, es la desesperación de no ser nadie, no ser nada.

Pero no estás sólo, pregunta entre tus compañeros de partido, verás que no eres el único.

¡Me da asco!