miércoles. 17.04.2024

Una cuestión de estilo

Quisiera antes de nada corregir una malinterpretación histórica que ha generado un lugar común entre los españoles...

Quisiera antes de nada corregir una malinterpretación histórica que ha generado un lugar común entre los españoles, el suponer que el partido popular es un partido heredero del franquismo, y no lo es. Es más bien un precursor del mismo. Las ideas y la clase social que en la actualidad pilotan la marcha del partido popular son las mismas que engendraron, animaron, armaron y dieron cobertura moral a una partida de militares sanguinarios que tras derrocar el poder adverso conquistado en la urnas, tejieron una estrategia de limpieza etnopolitica, erradicación de toda institución social participativa y aislamiento y aborto de cualquier proceso de recuperación de la soberanía arrebatada. 

Obviamente no son las mismas personas, pero si los mismos linajes, los mismo intereses, las mismas inclinaciones, las proposiciones y bravuconadas de estilo cuartelero tan bien recibidas y ahora por fin revalorizadas (verdad señor ministro del de defensa), las decisiones sectarias apoyadas por somatenes madrugadores (verdad ministro del interior),  las mismas bendiciones virginales que alientan el coraje para poner en marcha el atavismo más rancio que aún se conserva en las latas de la finca de recreo (verdad señora ministra Báñez) y el mismo y piadoso ejercicio de la caridad para con los pobrecitos enfermos que confunde un área hospitalaria estéril con un claustro misal (verdad sra Mato).

Queda claro pues que no es correcto volver a (des)calificar al partido popular como partido heredero del franquismo. Eso es una calumnia que tiende a restar importancia a su verdadero potencial y a la capacidad que las élites han sido capaces de movilizar para imponer una forma de entender un país y un modo inequívoco de obtener los derechos de explotación del mismo.  En su momento los poderosos admitieron el juego democrático y fundaron organizaciones políticas para participar en él,  hasta que sus intereses de clase se pusieron en entredicho, hasta que el desarrollo de la lógica democrática de primar (poco a poco, eso sí) el interés de los más frente a los menos comenzó a reducir su espacio. El arrumbamiento del voto censitario desembocó en el derecho de voto a las mujeres y poco después los analfabetos dejaron de seguir el sentido del voto que marcara el párroco. Aquí empezó a atragantarse la democracia para quienes ya eran dueños del cotarro.

El fascismo europeo en el que se inspira el levantamiento franquista no es sino una oportunidad, una idea cogida al vuelo, una manera de dar forma a la enésima imposición que por distintos medios ha buscado y obtenido la derecha española que organiza y representa a las clases poderosas más atrasadas del contexto europeo. Incapaces de sintonizar con los tiempos, buscan la involución. No entienden nada de ciencia ni de industria, pero mucho de la espada y la cruz, santo y seña del franquismo, no su herencia.

En la actualidad asistimos a una nueva escaramuza propia de su estrategia de hacerte tragar, si o si, lo que a la clase bienpensante le viene a bien. Ante el previsible batacazo electoral en las generales, algo que algunos consideran un hecho sacrificial que los mercados no olvidarán y sabrán recompensar, queda la cuestión de mantener el granero. Los representantes nacionales en el parlamento que pierdan su condición acabarán encontrando acomodo en empresas, fundaciones, delegaciones, etc. Pero quedan todos los seres queridos repartidos por la geografía municipal a los que no se puede olvidar. Y para eso en primer lugar variemos la ley electoral (luego ya veremos, de momento sólo crece la partida presupuestaria del ministerio de defensa).

Y no es sólo una cuestión de gallardía, de camaradería, de obligación moral con los suyos caídos en desagracia, algo que podría entenderse. No, es una cuestión de estilo. En ninguna institución se puede ejercer el poder con la arrogancia propia de quien da graciosamente más que en un ayuntamiento. Y esto, lo del poder ejercido como acto de majestad, les pone muchísimo. Es una seña de identidad irrenunciable, es estilo. No se trata de salvar caciques en Galicia o cromañones en Valladolid. Lo que se defiende es un modo de vida, de ejercicio del poder, de poder visitar a un vecino y seducirle con un puesto de trabajo o una peonada o por  contra estigmatizarle con la desatención o la multa administrativa. Esto sí que es tocar pelo, esto es poder a la antigua, huele a victoria (como dice el coronel Kilgore en Apocalipse Now). Pena no poder desterrar ¿0 sí se puede? Preguntaré a los emigrantes en diáspora por el mundo.

Eso es clase, eso es estilo, así directo de tú a tú, marcando el terreno, fuera pusilánimes. El estilo es lo que importa. No deben olvidarse las palabras de Frank Sinatra al respecto, no se paga la voz, se paga el estilo.  

Una cuestión de estilo