viernes. 26.04.2024

Cuestión de carisma

Como si de las tendencias de la reentré otoñal se tratara, aquí llega el carisma. ¡Mucho ojo! muy atentos! Llega el carisma a la arena política como vuelven...

Como si de las tendencias de la reentré otoñal se tratara, aquí llega el carisma. ¡Mucho ojo! muy atentos! Llega el carisma a la arena política como vuelven las oscuras golondrinas o el hombre machote publicitado de otros tiempos. Y vuelve a diestro y siniestro. 

En el partido popular añoran la falta de un líder carismático y en el partido socialista confían en encontrar uno en el próximo cónclave extraordinario a celebrar antes del final del año. De un lado y otro del espectro político llegan sicofonías ululando por la aparición y la recuperación del carisma. Se busca jefe carismático que nos saque de ésta. Y yo, me pongo a temblar.

Sí, me pongo a temblar porque el carisma es una forma falaz de atender a las necesidades y requerimientos de la realidad, y no parece el mejor momento para ello. El carisma no es sino la dejación ciega y supersticiosa de la voluntad que las gentes hacen a favor de una persona, el elegido o elegida, que dotada poco menos que de poderes mágicos, es capaz de encontrar la tierra prometida que nuestro desnortado deambular parece incapaz de identificar.

Así es, el líder carismático es alguien que nos dice: ¡aparta bobo que no sabes por dónde te andas! Y lo aceptamos. El poder carismático no es sino una forma de ejercicio de la autoridad que nace de la desesperación de las gentes y el caos manifiesto de lo que acontece. Es hasta cierto punto un espejismo producido por la angustia de tener que resolver ásperos problemas y no saber cómo abordarlos. En ese momento surge el líder carismático que, mimetizado con el fondo del problema, simulando un control de la situación que ni de lejos dispone nos propone una solución, generalmente descabellada pero a la que se le otorga pábulo como antídoto a la angustia de no poder resolver la cuestión problemática por el cauce racional.

Que no lo digo yo, que del carisma ya teorizaron con gran acierto Weber y Freud, y ambos estaban de acuerdo en el par de fuerzas que aupan al líder carismático al ejercicio del poder: la desordenación de los acontecimientos y el control de la angustia de las gentes para poder confiar y prever una salida a la situación estresante en que nos hallamos.

Es cierto que el carisma produce un efecto balsámico cuyo precio a pagar es siempre el mismo, una cesión in extenso de la voluntad y una renuncia explícita a interpretar la realidad que difiera de la propuesta realizada por el líder carismático. Las cosas son tal y como las ve el líder y lo que es más, van a desarrollarse tal como su sueño o intuición dicten. Y tendemos a creerlo o justificarlo. Con el líder carismático actúa un fenómeno similar al que acontece cuando vamos a ver una película o una obra de teatro. Actúa un mecanismo de cesión temporal de la incredulidad. Cuando vamos al cine aceptamos que los personajes siempre encuentren aparcamiento al lado del lugar que visitan, las maletas parecen no pesar pues nunca han de arrastrarlas, el dinero nunca se les agota, etc. Y lo admitimos por el bien de un relato, hacemos cesión de nuestra capacidad analítica de la realidad durante una hora y media y a cambio nos divertimos de lo lindo.

Pues en esas estamos, esperando un Godot carismático que, si no nos divierte, si que nos habilita para alimentar nuestra credulidad por un tiempo. El partido popular ya lo ha intentado pero parece que no acaba de funcionar, no es creíble a pesar de las ganas del respetable. Estoy seguro que querríamos creer que todo es una conjura de idiotas, pero parece que la estatuilla al idiota redomado ya tiene dueño, este año Floriano va a arrasar. La operación recuperación del carisma en Génova ha sido descartada. La elección de Rajoy para liderar el boom de la derecha presagiaba el abandono de la formula carismática.

¿Y la izquierda? Los socialistas parecen apuntar a la aparición mística de un jefe al que poder someter discurso, emoción, visión, tempo, propuesta, programa… Pareciera que lo de Zapatero no haya sido suficiente. Y el resto de la izquierda y el progreso social percibe a la ciudadanía como soberana, pero no sabe como liderarla, como extraer su voluntad de poder. Admite la preeminencia de la sociedad civil, pero no sabe ser uno inter pares. Secretamente sueña con un liderazgo emocional que convoque a los espíritus en uno, el de la historia que desde Hegel tienen reservado.

Yo por mi parte me adhiero a la proclama que los Stranglers lanzaron hace más de dos décadas: No more heroes, no más héroes, que podemos traducir por no más líderes carismáticos.

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