viernes. 19.04.2024

La corrupción no es sólo una cuestión moral, pero sobre todo es una cuestión moral

Al votar debemos valorar a quienes estén comprometidos y dispuestos a desarrollar un modelo social en el que la corrupción no tenga espacio.  

David Cameron y el gobierno neoliberal del reino unido ha promovido recientemente un gran encuentro internacional con la presencia de personalidades  de gran peso del mundo de los negocios y de grandes organizaciones internacionales para tratar a fondo la cuestión de la corrupción y su posible combate hasta la erradicación. Presidentes de gobiernos, CEO de corporaciones multinacionales, secretarios generales y otros prebostes se han encontrado allí.

Ha sido un encuentro plagado de lugares comunes, tantos como “estrellonas” ocupaban las butacas de los  salones elegidos para desplegar desenvueltos discursos los ponentes y ágiles participaciones los asistentes. El primero de esos lugares comunes, absurdas reiteraciones, es de orden ejecutivo. Tiene que ver con la paradoja de que sea un sujeto político (David Cameron) puesto bajo sospecha de haberse beneficiado de una cierta y prolongada corrupción fiscal, quien decida tomar la iniciativa y abordar el terrible problema de la corrupción invitando a una semana de ensueño en Londres a un grupo de respetables e inertes sujetos que desde luego van a poner el dedo en llaga, van a cantar las cuarenta, van a denunciar todo aquello que lo merezca y acto seguido se van a ir juntitos a pegarse un “brunch” de los que hacen historia.

Se expusieron en el encuentro referencias habituales en los discursos pomposos contra la corrupción. Se destacó la nominalización de la pérdida  de valor bruto en la economía de tal área o del conjunto del planea y también, de manera bienintencionada, se expuso el número y calidad  de los servicios educativos o sanitarios  que podrían desarrollarse si la economía lograra zafarse de la maldición de la corrupción. Lugares comunes del discurso inútil en torno al fenómeno.

He seguido de cerca este evento  gracias a las tecnologías de la comunicación, que verdaderamente están transformando el mundo y sus recursos y oportunidades, y lo que más me ha llamado la atención ha sido las escasas referencias a la cuestión moral de la corrupción. Venía a sobreentenderse que  la corrupción es un mal tan obvio y es tan indefendible su causa que no requiere ni mención. Para mí esto es un error de concepto, un pecado original que impide luchar de manera activa contra los efectos devastadores de la desigualdad, incluida la corrupción. He echado en falta convicción moral.

Porque la corrupción es un fenómeno de orden moral. No de inmoralidad que es a lo que se quería hacer referencia en el Anti-corruption Summit del gobierno inglés. La moral es un cuerpo de ideas y de conceptos que definen qué debe hacerse, qué debe evitarse y por qué para lograr lo que se considera el fin último de la humanidad. La inmoralidad trata tan sólo de faltas parciales provocadas por individuos, perseguibles o condenables, pero sujetos particulares  al fin.

Los cambios sociales, económicos, demográficos, culturales e incluso antropológicos que van a sucederse en el presente siglo requieren de una lectura e interpretación de lo que debe hacerse que va más allá de puntuales correcciones a las desviaciones de sistemas modélicos (capitalistas o no). Lo que algunos llaman arteramente reformas estructurales no son sino el prólogo de los cambios que habrán de abordarse desde ya. Y alumbrar un nuevo horizonte en el que felicidad y riqueza resintonicen  solo puede hacerse desde posiciones de tan alto grado de legitimidad, que la corrupción no pueda siquiera concebirse.

Ingenuo sí, pero moral también. Los cambios políticos necesarios para corregir el desequilibrio y la desigualdad económica, ordenar los movimientos de las personas, introducir las tecnologías de última generación, expandir la educación y la sanidad, redefinir el trabajo y un largo etcétera de cuestiones de la agenda del siglo XXI requiere algo más que sentido de la responsabilidad y del ejercicio sensato del poder institucionalizado. Lo que requiere es sobre todo disponer de un discurso moral que recupere el sentido del esfuerzo colectivo y solidario, aquel que muere por efecto de la corrupción de la idea del humanismo compasivo y la hermandad de todos los seres.          

Al votar no creo que debamos valorar a quienes estén más o menos dispuestos a combatir la corrupción, sino a quienes estén comprometidos y dispuestos a desarrollar un modelo social en el que la corrupción no tenga espacio.  Grupos y personas moralmente irreprochables, honestas y veraces. Parece ridículo reivindicar el mínimo exigible a cualquier ciudadano, apelar a la moralidad básica, pero en esas estamos.

La corrupción no es sólo una cuestión moral, pero sobre todo es una cuestión moral