jueves. 18.04.2024

Se confirman las sospechas

Lo que dictan los documentos filtrados desde Panamá es que el mudo es de aquellos que se ríen de él.

La cuadratura del círculo vicioso que liga poder, dinero, legalidad, financiarismo, marco legal, opacidad, maniobra y ocultación es admirable. Es el número áureo pero en el lado del haber sin contravalor en el deber

Recuerdo que durante un tiempo en el que mi puesto de trabajo estaba situado en una céntrica calle de Madrid, cuando por la tarde bajaba para dirigirme a casa oía primero y encontraba después a una persona desafiante, desaliñada y con aspecto de lunático enfurecido tras noches sin dormir que gritaba improperios alzando su cuello y su mirada hacia el infinito que marcaban los áticos de la zona comercial en la que ambos nos hallábamos. ¡Cabrones, hijosdeputa, cabrones, hijosdeputa! Repetía desgañitándose mientras sus ojos y su garganta bajaban del tono encendido a un moderato que minutos después volvía a recuperar con todo su esplendor, con todo su fulgor, a todo volumen. Nunca supe a quien dirigía sus imprecaciones, si eran insulto o simples confirmaciones. Yo siempre sentí un deje compasivo por este hombre, algo que me llevó a  acercarme más a la idea de que no eran insultos sino imprecisas  advertencias, admoniciones hechas por alguien que conocía más de lo que el resto de los transeúntes siquiera admitíamos intuir. En general el público  tendía a evitar la cercanía de este anacoreta que vivía en la gruta de los bajos de un cine de la zona. No provocaba ningún pavor, si acaso curiosidad, sobre todo en los niños que acompañados de sus mayores recorrían la zona.

Muchas fueron las tardes, sobre todo las tardes de días malos, en los que al bajar del ascensor y comenzar a escuchar las imprecaciones  de éste mi particular oráculo  de la Gran Vía,  yo mismo participaba de sus excesos y para mi interior mascullaba: ¡cabrones, hiosdeputa! Pero no sabía a quién dirigir en concreto mi reproche, a qué dios o demonio estaba lanzando mi ira solidaria que ligaba mis rabias a las del preclaro (ahora lo sé) ciudadano rayado de tanta mentira, de tanta ignominia. Nunca le pregunté, más por timidez y gazmoñería que por falta de interés. Hube de matar mi curiosidad aceptando que este mundo nos estaba volviendo locos un poco a todos y preferí  pensar que quizás éste potencial crítico social había barrenado y perdido el control de su capacidad analítica y la coherencia en la denuncia. Que la mala suerte se había cebado en él como en tantos otros y que las noches al raso y expuesto a la inclemencia había producido una seria disfunción intelectiva, algo normal, que se había grillado vamos. Me parecía que tenía razón en el fondo, pero le perdían las formas (creo que lo había leído antes respecto de no sé qué).

Ahora me doy cuenta de cuan errado me encontraba yo, que a quien había provocado una disfunción cerebral seria era a mí la desinformación que afectaba a mi sentido de lo moral provocada por una versión “trolada” por los medios que el poder dispone para inducir en mí una alucinación verosímil de qué es una sociedad, cómo se conduce y cuáles son los mecanismos de reciprocidad que se establecen entre todos los ciudadanos que la componen.

Hoy, once mil documentos han sido desvelados procedentes de un paraíso fiscal. Lo que revelan es que hay unas cuantas personas físicas y jurídicas que viven al margen de lo que la moral y la legalidad impone al resto de los mortales. Lo que dictan los documentos filtrados desde Panamá es que el mudo es de aquellos que se ríen de él. El resto mal vivimos como podemos en este valle de lágrimas. La estructuración filolegal del atraco con el que los poderosos se permiten robar de manera impune y hasta proyectar su ascendente como una filigrana de su talento sobre el resto de los mortales es total.

La cuadratura del círculo vicioso que liga poder, dinero, legalidad, financiarismo, marco legal, opacidad, maniobra y ocultación es admirable. Es el número áureo pero en el lado del haber sin contravalor en el deber. Sólo una imprevista y muy currada casualidad ha facilidad  que todos nos veamos retratados con cara de imbéciles en esta jugada de la que ya algunos, como mi vecino extemporáneo de la calle, intuían. Y a falta de pruebas solo podían expresar su disconformidad con algo que, pareciéndolo no era un insulto, sino una precisa valoración del hecho consumado de que el poder daña la salud física y mental de quienes lo sufren.

¡Cabrones, hijosdeputa! Se confirman las sospechas.        

Se confirman las sospechas