viernes. 29.03.2024

Cinco minutos más, por favor

reloj

Brexiters y trumpistas tienen ya un espacio reservado en los anales de la ignominia colectiva

Todos hemos elevado esta plegaria a eso de las siete o las ocho de la mañana, de cualquier mañana o de muchas mañanas, en algún momento de nuestras vidas. Todos supimos que de nada iba a servir la solicitud de un momentito más, por favor, que estoy en lo mejor, la claridad húmeda entra por la ventana y con ella la sensación del frío que debe hacer fuera, no me mates, déjame cinco minutos más en esta entrañable camita.

Cómo se sucedieran los trágicos acontecimientos matutinos queda fuera de mi jurisdicción. Yo intenté por todos los medios que el regalo de los dioses me llegara y así ocurrió en algunas pocas ocasiones, no en otras. Lo que me queda del recuerdo es que la felicidad completa se me escapó por unos escasos minutos más. Todo podría haber sido mucho mejor si el tiempo se hubiera aliado conmigo del modo que esperaba. No fue así, la vida continuó y no le pongo objeciones, pero yo creo que todo podría haber sido un poco más amable con esos cinco minutos de prórroga.

Tengo esa misma sensación ahora, siento que me van a faltar cinco minutos (o su equivalente en meses) para deshacerme de la sensación de agobio, la del frío invierno acechante, pero esta vez invierno político que me asedia, como las gélidas mañanas contra las que me ponía en guardia años atrás. Porque sí, tengo la convicción de que las elecciones del 28 de Abril son un poco pronto, muy poco, pero tempraneras al fin. ¿Pronto para qué? Pues pronto para que se diluya la fantasmal presencia del frío invernal en el que se ocultan las barbaridades de la ultraderecha. Ésta, que ha conseguido arrastrar a sus pares del espectro, posee la desfachatez de presentarse como hecho natural en auge con presencia en múltiples lugares, y en todas partes amparada en la insufrible y fétida moral de Trump y los Brexiters. Salvini, Bolsonaro y otros aprendices forman parte de las brumas del amanecer que desaparecerán tan pronto como el sentido común disipe la obnubilación que sufre un mundo resfriado por efecto de la inequidad.

A Trump le queda muy poco tiempo, no en la presidencia de su país, sino en libertad. La división que ha provocado su apuesta plebiscitaria entre yo y los malos, solo va a poder resolverse mediante un acto definitivo: su ingreso en prisión por una cascada de delitos que ya purgan sus abogados personales, jefes de campaña y más aún, pues engloba a su círculo familiar, hijas y yernos, colaboradores, asistentes y generales. Las llamadas a la resistencia armada por parte de algunos simpatizantes y las veladas amenazas de algunos miembros del partido republicano han firmado la sentencia de extinción del experimento Trump. Las cosas parecen que apuntan al hasta aquí. Nuestra aportación nacional con el antecedente Gil nos confirma en la tesis de que cuando se traspasa una línea de no retorno, no hay retorno.

Algo parecido ocurre con los gritones de pub del brexit, su artera impostura en torno a los inexcusables valores democráticos en la celebración de votaciones atrabiliarias, como la de la salida de la UE, no tiene otro recorrido que pedir la revocación del mismo en cuanto se perciban los primeros dolores del parto. Brexiters y trumpistas tienen ya un espacio reservado en los anales de la ignominia colectiva. Y si otros locos furiosos tuvieron la capacidad de prender una guerra sin fin para ocultar su estúpida vaciedad y rellenar su hueco en la historia con millones de cadáveres, estos modernos iluminados no van a contar con esa oportunidad, el tiempo no pasa en balde, esta vez toca la repetición de la historia en clave de farsa.

Pero queda un último acto de su comedia bufa en el que se describe su extinción y desaparición. Y ese acto puede prolongarse más de lo que yo desearía, un poco más allá del 28 de abril, lo cual es una putada porque aquí sus correligionarios de Vox y PP todavía van a tratar de presentase como una opción cristiana presente en multitud de lugares del mundo occidental. Van a reclamar una cierta indulgencia, un laissez faire concomitante con otras apuestas autoritarias de fuera de nuestras fronteras. Van a solicitar un reconocimiento implícito como representantes de la internacional intransigente. Y no es cierto, pues el mundo de los chalados supremacistas está en vías de extinción total y absolutamente. La degradación moral de todo aquello a lo que se adhieren y la inoperancia ejecutiva en sus posicionamientos no tiene límite. Puede que aquí todavía tengamos que tragarnos durante cuatro años la presencia vomitiva de una gente que para junio o julio habrán perdido toda referencia, toda tutela, todo sentido.

Por eso pido cinco minutos más por favor. O en su defecto, no seamos imbéciles, si hay que emular a alguien, que sea alguien con un futuro que compartir, yo apuesto por Jacinda Arden, la primera ministra de Nueva Zelanda: mujer, joven, igualitarista, cosmopolita y lúcida.      

Cinco minutos más, por favor