viernes. 19.04.2024

Yo asuco. Elogio de la dislexia

El yo acuso de Zola acabaría pasando a la historia política, literaria, periodística y documental, como uno de los hitos y de los avances en el desenmascaramiento del cinismo del poder.

En mitad de la tormenta que el caso Dreyfus provocó en la Francia de finales del XIX, Zola se decidió a tomar la pluma para denunciar lo que consideró una tergiversación intencionada de la situación política crítica en ese momento. En Yo acuso, Zola sostiene que la gran Francia representada por sus más altas instituciones, de manera artera, prevaricadora y criminal, crea un discurso grandilocuente en torno a la noción de gran estado que se ve acosado no solo por sus rivales exteriores, sino incluso por fuerzas disgregadoras que viven en su interior, convirtiendo al capitán Dreyfus en un chivo expiatorio que justifica la errática política francesa de final del siglo. Esta situación me suena mucho. Si cambias algún nombre, fecha arriba o abajo y el nombre de los actores, la comedia se representa ininterrumpidamente con sucesivos malos (judíos, masones, comunistas, ciberterroristas…)

El yo acuso de Zola acabaría pasando a la historia política, literaria, periodística y documental, como uno de los hitos y de los avances en el desenmascaramiento del cinismo del poder y de la utilización de cuantos medios sean precisos para hacer algo que no se corresponde con sus compromisos formales y con lo que moralmente se espera del mismo una vez constituido en autoridad institucionalizada.

Un siglo después otro hombre singular, Mario Cuomo, senador demócrata del estado de New York echaba un capotazo sobre este tipo de esquizofrenia del poder que le lleva a vivir una doble vida. En una de ellas crea el discurso más grandilocuente que su aparato de propaganda pueda describir, en la otra se cisca en los redactores de comunicación y en las fuentes institucionales que les hayan alumbrado. Yo hago campaña en verso y gobierno en prosa decía el bueno de Mario.

Actitud tremendamente generalizada, aunque en esto hay grados, como todo en la vida. No todos los políticos tienen la elegancia que el senador expuso en su cínica alegoría, pero me juego el bigote a que, como los dentistas con el uso de hilo dental, siete de cada diez cargos electos comprenden  aplauden y aprenden de aforismos como el expresado por el político neoyorkino.

Y es necesario tomar conciencia de que estamos conectados a una clase política que siglo tras siglo mantiene la constante engaño sin variación alguna, como si de la constante gravitatoria se tratara. Como donjuanes en la noche nos arrullan con bellas palabras, nos susurran al oído que la vida sin nosotros no tiene sentido, nos trasmiten emociones que nos derriten, palabras directas al corazón dichas por y para nosotros. Palabras, ensoñaciones, versos intensos que provocan nuestra credulidad. La poesía nos gana, no podemos evitarlo. Mario Cuomo lo sabía bien, de origen italiano, ya sabes.

Pero es terrible presentir que estas subyugantes palabras serán seguidas indefectiblemente por otras que expresarán su desprecio por nosotros, por habernos dejado seducir, mancillados y expuestos como tierra conquistada, plagado el discurso del poder de razones y razonamientos falsos, invenciones noveladas, mentiras con una utilidad estrictamente prosaica para no tener que expresar el asco que les damos.

Así es que el discurso político, palabras encadenadas, contiene un doble mensaje. Te amo y te odio. Y mira, yo ya no estoy para estas monsergas que parecen sacadas de letras de canciones del festival de San Remo. En este momento me adhiero a posturas como las del nobel de economía Deaton que le espeta al poder, no me hables más de crecimiento económico y de desequilibrios estructurales, no más cuentos. Dime quién y cómo recibe los beneficios del crecimiento y quién y cómo sufre los desequilibrios. Y si es posible, que lo es, dime dónde vive, qué le falta y cómo vamos a paliarlo. Tenemos datos, así es que usemos los datos. Lo otro son palabras que tienden a la confusión. Peor que para confundir, para engañar.

Llegados a esta situación en la que las palabras engendran traiciones, me declaro disléxico y por ello desconfío de muchas de las que oigo. Por eso además grito: Damnificados por los daños del crecimiento y los desequilibrios de todos los países unisos.

Yo asuco. Elogio de la dislexia