viernes. 29.03.2024

Antes de entrar dejen salir

¿Por qué traigo a colación todo esto? Pues probablemente tiene que ver con una evocación venida de lo que ocurre con las fuerzas de progreso de este país...

Lo usuarios del metro de las ciudades que poseen este medio de transporte reconocerán (o recordarán) el extracto de la recomendación con la que se abre esta reflexión. La frase completa generalmente impresa en las propias puertas del convoy decía: En beneficio de todos, antes de entrar dejen salir. No obstruyan las puertas. También algunos recordarán la barriobajera manipulación de la sentencia por la que la recomendación sobre el flujo de usuarios  adquiría un tono soez que no quiero reproducir aquí, pero que sin duda contenía chispa, cheli y casposa, pero chispa.

Además de resultar una nota apropiada en cuestión de educación y protocolo, el dejar que unos abandonen el espacio que van a ocupar otros responde a una lógica irresistible. Hay que dejar salir para poder entrar y no interrumpirse con la disputa a la carrera, como todavía se ve en determinadas situaciones, en las que algunas personas impiden con su celeridad el debido desalojo del vagón que se quiere disfrutar. Todos entendemos que hay mucha gente cansada y deseosa de ocupar el asiento que va a quedar libre, pero correr como un poseso para llegar primero y sentar posaderas  es contraproducente y no va en beneficio de todos, más bien al contrario y puede afectar a muchos sino a todos. 

¿Por qué traigo a colación todo esto? Pues probablemente tiene que ver con una evocación venida de lo que ocurre con las fuerzas de progreso de este país, que estando como están a las puertas del cambio soñado por quienes creemos que es la hora de consolidar el proyecto democrático con un gobierno de corte social que introduzca las transformaciones que a día de hoy las fuerzas conservadoras han impedido de una o de otra forma, parecen desbocarse agitadas por un irrefrenable ansia por llegar al lugar desde el que poder provocar los cambios anhelados. Es comprensible el nerviosismo y la tensión provocada porque el tren entra por el túnel, y muchos o todos los que soñamos con una nueva forma de organizar nuestra sociedad, más solidaria, más compasiva y menos sectaria, queremos hacerlo y hacerlo y ya, según una posición que se reconoce como la más adecuada, casi la única. 

No me siento con capacidad para identificar cuál o cuáles son las apuestas más adecuadas, ahora bien que sé, por ser un usuario cotidiano del transporte público, que si no dejamos salir, no vamos a poder entrar. O encontramos una forma inteligente de coordinar las posturas, las emociones y las expectativas de cuantos esperamos este tren de la historia,  o vamos a tragar ley mordaza hasta que emulemos a los corderos en su silencio. Vamos a pagar másteres de dos, tres o cuatro años de posgrado universitario elitista hasta que a Wert le salga pelo. Vamos a ir más veces a la oficina de (des) empleo que a la tahona.

Es mucho lo que está en juego como para dejar pasar esta ocasión. Es sabida y razonada la propensión de la izquierda a dividirse, como resulta lógica dada la composición heterogénea de las personas y de los grupos que reivindican un mundo distinto y mejor. Es lógico que esto ocurra entre personas con una alta conciencia social y con reservas morales a seguir el dictado prescrito propio de los liderazgos de la derecha, el caudillismo de sus líderes y el seguidismo propio de personas que prefieren cambiar pienso por pensar. En todo ello estamos de acuerdo, pero habremos de inventar una forma de sobreponerse a esta característica de la composición de la propuesta política de la izquierda y de la masa social pensante que la sustenta o, esta vez sí, morir de pura frustración.

El objetivo, el tren, es el parlamento. Hay que dejar que salga de él un montón de personas que ya han viajado lo suyo y que otros ocupen el espacio abierto para dirigirse hacia una estación que, siguiendo  a Manu Chao, podemos llamar estación Esperanza.

Pero recordemos que antes de entrar hay que dejar salir. No cometamos el error de taponar la las puertas no solo impidiendo el que entremos, sino sobre todo, evitando que salgan tantos aprovechados, tantos  gorrones. Hace falta que corra el aire por el congreso de los diputados y la aritmética parlamentaria no falla. Si se da una oportunidad no van a desaprovecharla. Hablemos, pactemos, negociemos, pero no nos rompamos.

En beneficio de todos, no obstruyamos las puertas.

Antes de entrar dejen salir