sábado. 20.04.2024

Abdico de mi derecho a ser convencido

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Ya no me creo nada que no salga de las reflexiones que mi capacidad intelectual es capaz de poner en marcha

Yo antes no era cartesiano, no era seguidor de los planteamientos del maestro Descartes para quien la realidad es difusa, se manifiesta de manera ambigua y nuestros sentidos la captan con fuertes dosis de incertidumbre. Confía tan solo, viene a resumir su pensamiento, en que tú sí existes. Lo demás puede ser una ficción o una engañifa, pero tú sí que eres real porque te hayas en la tesitura de preguntarte por la existencia.

Como te decía, yo antes no era así, no necesitaba de un aseguramiento metafísico para ir construyendo mis ideas sobre el mundo, la justicia, la moral y ya de paso la política que actúa sobre todos estos campos. Pero ahora me he vuelto un absoluto escéptico, necesito pruebas concluyentes para ordenar mi pensamiento y jerarquizar mis juicios sobre lo que está bien y lo que no lo está. Ahora no me creo nada que no salga de las reflexiones que mi capacidad intelectual es capaz de poner en marcha.

Antes todo era mucho más cómodo. Yo reconocía los datos fehacientes, los canales de comunicación comprometidos y una serie de espacios de debate que consideraba respetables, nucleados por un cierto sesgo ideológico, pero inmunes a la desinformación, blindados ante la mentira y la falsificación por mor de la existencia de unas líneas rojas que una vez superadas te mandaban al ostracismo. Si mentías de manera probada, has quedado eliminado, ya no tienes papel en el mundo. Insisto en que esto era más o menos así y la cosa facilitaba mi posicionamiento ético y político y el de mis congéneres, supongo. Pero ahora todo ha cambiado. No se trata tan solo de la manipulación de ciertos paquetes de información que puedan confundir sobre el aquí y el ahora, no, de lo que se trata es de una completa revisión del concepto mismo de realidad que afecta tanto a su manifestación actual como a su origen histórico, y a la interpretación de los símbolos y herencias que el paso del tiempo nos ha ido dejando.

Sólo así puedo entender el que una persona, revestida de alta dignidad, senadora nada menos, pueda referirse (en espacio soberano) como “unos huesos” a los restos y memoria de lo que fue la más brutal e incompresible matanza de ciudadanos de cuantas se han desarrollado en nuestro suelo. No justifica la desconsideración e ignorancia de sus palabras el que sea una acémila en cuestiones de historia, jurisprudencia y medicina legal, lo que facilita el que dijera lo que dijo es el vivir en una realidad paralela que no tiene nada que ver con la mía ni con la de la gente con la que me siento hermanado. Algo similar me ocurre cuando escucho el relato del surgimiento de la nación que nos acoge, que yo creía era resultado de la evolución de un sistema sociopolítico en continuada mutación y resulta que no, que el ser España es una especie de marchamo inscrito en cada uno de nosotros, como el del chorizo de cantimpalo, que lo porta y que tratar de deshacerte de tal identificación es un delito contra la salud y una traición, a la industria chacinera supongo de nuevo.

El desdibujamiento de la realidad y su rediseño en función de lo que plazca no es intrínsecamente nacional, es un fenómeno muy extendido que recorre el mundo entero, de modo que no resulta sencillo acudir a fuentes externas para recuperar las certezas que la mendacidad local destierra. Encuentras mentiras y más mentiras fuera tanto como dentro. Ante esta triste contrastación, y como mi influencer actual Descartes, me pregunto qué hacer, cómo actuar, de qué me puedo fiar. Y como él, cuando hago apelación a la capacidad discerniente de mi cabeza, me encuentro que no es monolítica y cerrada sino que está abierta al reconocimiento y aceptación de nuevas cosas. Así que multiplico mi desesperación, mi cerebro me dice que está dispuesto a acoger las nuevas proposiciones que de otras realidades puedan provenir.

¡Oh, cielos! entonces tengo que aceptar que subir el salario mínimo nos va a llevar al desastre y la bancarrota, que Esperanza Aguirre es un genio incomprendido, que C's es un partido de centro, que la reforma laboral no es una putada, que la división en la izquierda puede serle beneficioso en términos electorales, que el centro de Madrid es un nuevo Gulag, que Chamartín es una operación limpia, que los EEUU tienen un interés estrictamente humanitario en Venezuela, que para qué dialogar si lo podemos arreglar a hostias, que la extrema riqueza genera un modelo de economía lleno de oportunidades para todos, que los pobres no se esfuerzan lo suficiente y los inmigrantes son unos aprovechados… sigue tú con las desfachateces que oteas, yo ya estoy estragado.

Tanto que me pongo en guardia y estoy decidido a rescindir la facultad mental que me pone en el brete de la aceptación. Desde hoy abdico de mi derecho a ser convencido (Gracias Carlyle).   

Abdico de mi derecho a ser convencido