viernes. 29.03.2024

Los pasos perdidos

El próximo viernes, según las previsiones, van a reunirse al fin los dos protagonistas principales de la política nacional.

La política española se mueve estos días entre ejercicios aritméticos con sumandos confusos, diseños de planos para la correcta distribución de escaños, y redacciones sutiles de normas protocolarias de calendarios y espacios en los que escenificar los encuentros imprescindibles para alcanzar el supuesto objetivo final, que no es otro que poner término a un vacio de gobierno con el que los españoles nos vamos acostumbrando a convivir desde un 20 de diciembre que se nos antoja ya muy lejano. En estos cincuenta días de una España en funciones hemos superado momentos tan trascendentales como la aceptación simbólica de un esmoquin o el uso de la corbata como elemento ideológico referencial, pero también el profundo debate sobre la presencia de un bebé en sede parlamentaria. Sobrevivimos a estas terribles cuestiones mientras en otros países pierden el tiempo ocupándose de menudencias como la amenaza de una nueva recesión, la descapitalización de los ahorros en las Bolsas o el hundimiento de algunas economías emergentes que pueden poner en riesgo cualquier desarrollo global. Por no hablar de problemas tan menores como el conflicto sirio, los refugiados o la supervivencia del terrorismo islámico en sus diferentes versiones.

A todas estas, mientras se juzga en Palma el comportamiento de una clase política y se centran las miradas en la última fila de los encausados, donde se sienta una Infanta, y el hasta ahora hegemónico Partido Popular salta por los aires en su feudo valenciano por la misma balda de la corrupción, el teatrillo de los títeres se convierte en el símbolo del espectáculo nacional. Personajes de cartón, movidos por hilos ocultos, se golpean con saña ante el público, a través de los medios de comunicación, y los espectadores aplauden o silban según el grado de simpatía respecto al que maneja la cachiporra.

El próximo viernes, según las previsiones, van a reunirse al fin los dos protagonistas principales de la política nacional. Tras un primer encuentro en La Moncloa del que ahora sabemos que ni siquiera sirvió para compartir un vaso de agua, el candidato designado por el Rey para intentar lograr la investidura y el que renunció al encargo inicial van a sentarse, según todos los pronósticos, no para acercar posiciones sino para solemnizar el abismo político y personal que los separa. El actual aspirante ha ofrecido a la consideración de sus posibles socios un documento de trabajo sobre el que empezar a construir un posible programa de gobierno. Esos folios los conoce el Partido Popular por la prensa, a sabiendas de que su contenido es irrelevante a la hora de considerar su posición. En ningún momento apoyará la investidura de Pedro Sánchez. Y viceversa. Aunque seguramente haya propuestas sobre las que podrían encontrarse vías de acuerdo. Y aunque otras, como las que afectan al corpus constitucional, precisan de los votos populares para empezar a caminar. Descartado así cualquier análisis de fondo, sólo queda esperar y confiar en que se supere el trámite de encontrar en las amplias instalaciones del palacio del Congreso un lugar -neutral- donde se encuentren cómodos el presidente del gobierno en funciones y el que aspira a serlo en plenitud. Ante centenares de cámaras posarán ambos líderes y asistiremos luego a profundas interpretaciones sobre su gestualidad y los mínimos detalles de su apretón de manos o su indumentaria. Luego se cerrarán las puertas y, con ellas, se cerrará también un capítulo obligado, protocolario, de unas negociaciones en las que, por decisión de las urnas, ambos dependen de la voluntad de otras fuerzas con suficiente capacidad para determinar el resultado.

Cualquier pronóstico es hoy demasiado arriesgado. La experiencia de tiempos pasados avalaría la tesis de que ninguna posición es inamovible y que surgirá la sorpresa en el último minuto del último día. Pero las condiciones actuales, con nuevos protagonistas que abominan de los viejos usos, aconsejan desconfiar de esas enseñanzas históricas. Hoy todo cambia vertiginosamente a impulsos de una filtración periodística, una crisis interna en un partido, o una resolución judicial. Todo es tan mutable que quizás fuera bueno que Sánchez y Rajoy escogieran como lugar de encuentro la solemnidad del Salón de los Pasos Perdidos y miraran al techo, hacia la representación de los grandes ríos peninsulares, que fluyen con orientaciones diversas, que mueren en distintos mares, pero riegan y fecundan todas las tierras. Secularmente.

Los pasos perdidos