jueves. 28.03.2024

¡Que nos hablen claro de una vez!

No existe ningún país europeo en el que se dediquen más espacios y tiempos en los medios de comunicación a recoger declaraciones de los dirigentes políticos, y a comentarlas profusamente después, que en España. No es una afirmación gratuita, sino producto de un análisis diario y continuado. Tampoco hay otro país en el que los mensajes de esos políticos resulten tan confusos y voluntariamente crípticos como en España. La muestra más reciente de esa incapacidad para hacer partícipe a la ciudadanía de las auténticas intenciones de nuestros representantes la estamos experimentando tras la ronda inicial de contactos del Presidente en funciones en su intento de sondear las posibilidades para optar a la investidura. Tras las comparecencias en los medios de todos los interlocutores, seguimos con las mismas dudas que el 27 de junio…y el 21 de diciembre. No sabemos siquiera si Rajoy admitirá el encargo del Rey, ni si el Rey lo propondrá. Ignoramos si las posiciones aparentemente inflexibles de algunos partidos experimentarán modulaciones en el último round parlamentario. Nos debatimos en la duda de si aquel rotundo compromiso unánime de no permitir nuevas elecciones, no era otra cosa que un artificio dialéctico cara a la galería.

La cruda realidad es que los españoles que estén condiciones para hacerlo van a intentar disfrutar de sus vacaciones de verano, con mayor distanciamiento de las noticias, mientras la clase política dispara fuegos artificiales, en una pirotecnia verbal tan vistosa como inútil. Algunas voces sensatas, normalmente ajenas a los centros de decisión, pugnan por introducir mensajes de racionalidad y denunciar incoherencias. Pronto caen sobre ellos descalificaciones ad hominem y sospechas de ocultas intenciones. Nunca, sin embargo, ha sido tan cierto aquello de la verdad es la verdad, la diga Agamenón o su porquero. Entre esas verdades, la más clamorosa es la que pone de relieve la necesidad de optar con claridad por buscar un acuerdo de investidura que dé paso a un Gobierno en minoría, obligado a negociar día a día con la oposición, o preparar el terreno para una convocatoria electoral a finales del mes de noviembre. Dicho de otra forma, prolongar medio año más el mandato de ese Rajoy al que se quiere echar de la Moncloa, donde habita con la inestabilidad de un ejercicio “en funciones” que congela cualquier política de Estado, o correr el albur de que ese mismo Rajoy salga reforzado en una nueva confrontación electoral.

Se entiende perfectamente que ante la posibilidad de nuevas elecciones las cúpulas de los grandes partidos pugnen por situar en terreno ajeno la responsabilidad del fracaso. Y a eso parece que están dedicando sus mayores esfuerzos, dando por sentado que los ciudadanos van a convertir ese argumento en la clave sustancial para la orientación de su voto. Con el mismo derecho a equivocarme que los que opinan lo contrario, creo que es un grave error de perspectiva. Los españoles hemos votado por dos veces una composición del Parlamento que obliga al entendimiento entre diversos, y que obliga a negociar sin descanso, a transar compromisos, y a anteponer los intereses nacionales a las cortoplacistas y dudosas rentabilidades partidarias. En todo caso, si en la mente de esos líderes prima la consolidación de su proyecto, entendiendo que es prioritario garantizar la salud de la organización que dirigen, díganlo también con rotundidad. Seguro que habrá quien lo comparta.

Dicen los que saben que mientras estamos distraídos con el análisis de textos y midiendo la efusividad de unos apretones de manos, hay equipos de trabajo buscando discretamente soluciones. Por mucho que reclamemos transparencia, mejor será que dejemos al margen nuestra natural demanda en este caso y respetemos su tarea. Siempre y cuando los que tanto hablan sean más prudentes en sus declaraciones y no encaminen a la opinión pública hacia la hostilidad a los resultados de esos esfuerzos. Que no es mucho pedir.

¡Que nos hablen claro de una vez!