jueves. 18.04.2024

¡Por qué no te callas!

El primer premio de la inoportunidad lo han alcanzado estos días dos representantes del PP: la irreflexiva Aguirre, y el reflexivo Catalá.

Aquella frase dirigida por un Jefe de Estado a otro Jefe de Estado en un ámbito solemne se convirtió en un latiguillo de uso común, a pesar de no constituir precisamente un modelo de lenguaje diplomático a tenor de las normas convencionales. Todavía hoy conserva cierta vigencia y es utilizada en algunos debates por los mismos que se sienten ingeniosos cuando recuerdan a Umbral y reclaman que están ahí “para hablar de su libro”. En esta campaña electoral, previa a la campaña oficial, otra de nuestras paradojas formales -como la jornada de reflexión o el reparto de espacios de propaganda en los medios públicos- los políticos de todos los colores recorren los estudios y los platós buscando el hueco para trasladar sus mensajes. Quieren hablar de sus programas, de “su libro”, pero se encuentran con que el interés de su entrevistador se centra en la frase rechinante que acaba de pronunciar en otro foro uno de sus compañeros de partido. Situación embarazosa, frustrante, para quien cree que es el momento de ganar voluntades con sus ofertas.

El primer premio de la inoportunidad lo han alcanzado estos días dos representantes del Partido Popular: la irreflexiva Esperanza Aguirre, y el reflexivo señor Catalá, ministro de Justicia. La lideresa madrileña, a quien habría que conceder más y más horas de micrófono, está acosada -y lo sabe- por los constantes escándalos de corrupción que nunca vio, cegados sus ojos por las imágenes de unos desheredados de la fortuna que duermen junto a uno de esos cajeros que ella frecuenta en plena Gran Vía de Madrid. Doña Esperanza nunca vio a los ladrones que robaban a su sombra, porque bastante tenía con preocuparse por el aspecto de unas calles que reflejan la realidad de una miseria social evitable con la correcta asignación de unos recursos sistemáticamente expoliados por muchos de sus colaboradores necesarios.

El ministro de Justicia, el hombre encargado de desmontar todos los proyectos de Gallardón, ha demostrado su inexperiencia política al abrir un debate de imposible solución, sobre la responsabilidad de los medios al hacerse eco de las filtraciones -siempre interesadas- de los sumarios judiciales. Sus palabras han sonado, lógicamente, como una amenaza a la libertad de expresión y han merecido el rechazo de las empresas periodísticas y de las organizaciones profesionales. Ambos, el ministro y la candidata a alcaldesa, han dado marcha atrás. Han matizado sus palabras, y como es habitual, han pretendido haber sido malinterpretados. Esfuerzo inútil.

Traigo a colación estos dos ejemplos para intentar llevar al ánimo de los políticos a los que siento más próximos la sugerencia de pensar menos en la cantidad que en la calidad de sus comparecencias. Alcanzar la popularidad es una condición necesaria para alcanzar los votos, pero el grado de conocimiento no lleva aparejado el mismo nivel de reconocimiento y de respeto. La constante exposición mediática en busca de un titular afortunado conlleva el riesgo de emitir un mensaje banal, a veces contradictorio, obligado por el natural deseo de complacer a los seguidores de unos medios informativos, supuestamente alejados de la propia ideología. El riesgo, no calculado, es que esa frase, pronunciada para agradar a un público determinado, se reproduce ahora instantáneamente a sectores mucho más amplios y marcan el camino de la agenda política para compañeros y adversarios.

El caso es que deberíamos estar debatiendo sobre la creación de empleos, la sanidad, la educación, la corrupción…y andamos sacando punta a cualquier ocurrencia televisada. Lo que está en juego es gobernar un Ayuntamiento o una Comunidad, no triunfar en “Gran Hermano”.

¡Por qué no te callas!