viernes. 19.04.2024

¡Basta de estupideces!

No hay dos crisis, una sanitaria y otra económica, ni hay ninguna suerte de competencia entre ellas, ni es un problema decidir si ponemos el acento en la salud o en la economía. Hemos sufrido en nuestras carnes la falta de material sanitario y su encarecimiento como consecuencia de librar al mercado sin ningún tipo de control bienes necesarios para la vida.

Estamos sufriendo las consecuencias de la privatización de los servicios públicos que forma parte del ideario político de la derecha y que se ha agudizado como consecuencia de las políticas de austeridad impuestas por los poderes financieros: el chantaje  que impuso el capitalismo más salvaje como la única política posible para salir de la crisis que ellos mismos habían provocado. Y estamos sufriendo las presiones brutales, con matones en la calle incluidos, para que la salida a la situación económica presente sea, de nuevo, la salida que llaman del rigor presupuestario, rigor mortis para algunos, una vez más para los que menos tienen.

La salida a la crisis de modelo (y digo de modelo porque se mire desde el prisma de la salud, desde el de la producción, desde el de la democracia, desde el del medio ambiente o desde el de los derechos, estamos ante una única crisis),solo podrá producirse cambiando, precisamente, el modelo de relaciones productivas  vigente que nos conduce al abismo sin remedio.  La dificultad estriba en que las relaciones de mercado son relaciones ciegas, automáticas, independientes de la voluntad de sus protagonistas y no pueden cambiarse desde la lógica de esas mismas relaciones. Es necesaria una acción política decidida y dirigida a la redistribución equitativa de la riqueza.

¿Discutimos acerca de cómo se puede hacer efectiva esta mayor redistribución de la riqueza, de cómo se puede afrontar una probable segunda ola epidémica con menos coste en vidas humanas y sin dejar un reguero de pobreza nuevamente? ¿O estamos en una discusión académica acerca del significado de la palabra “derogar”? ¿Vamos a entretenernos la izquierda en un debate nominalista, puramente terminológico? ¿Estamos en un debate de medidas concretas, de relaciones de fuerzas, de imponer la lógica comunitaria frete a la lógica del individualismo liberal? ¿O estamos en un debate de significantes vacíos?

La reforma laboral de Rajoy no es un texto jurídico, no es una norma susceptible de  derogación, el objetivo de la izquierda no puede ser otro que el de construir un sistema de relaciones laborales nuevo y ajustado a los nuevos tiempos, cuyo texto central de referencia tiene que ser un nuevo Estatuto de los Trabajadores y un fortalecimiento del Estado de Bienestar y de los mecanismos de protección social. Y este es un camino difícil para el que necesitamos claridad en primer lugar, determinación de lucha porque no va a ser un camino fácil y la conciencia de que el resultado final dependerá de la capacidad de movilización  no a escala de un solo país. La conciencia de que la batalla se libra a nivel planetario pero, en nuestro caso, fundamentalmente a nivel europeo. Los logros de las propuestas del Gobierno Español en Europa, si se consolidan, suponen un paso de gigante en aras de una redistribución de riqueza no solo necesaria sino imprescindible para la defensa de los más débiles.

La CEOE ha aprovechado un error formal (que no debería haber sucedido) y que ha sido magnificado por las corporaciones de la industria de la comunicación, para levantarse del diálogo social porque ya les picaban las posaderas de ganas de hacerlo. Habrá que sentarles de nuevo pero eso depende de la fuerza del mundo del trabajo, de la fuerza sindical, de la fuerza del gobierno que es función directa del apoyo que reciba (y merezca) por parte de los ciudadanos.

Seguro que el Gobierno tendrá que alterar planes como consecuencia de una situación tan nueva como inédita, que lo previsto en los programas de hace pocos meses no es aplicable ahora en su literalidad pero también es seguro que el espíritu que impulsó esos planes: la necesidad de reducir los efectos de las políticas de austeridad impuestas por las derechas españolas y europeas, sigue intacta y de hecho se añade la necesidad de afrontar una nueva crisis total, no económica, saliéndose de las recetas que hasta ahora se han tenido por dogma de fe.

Perder el tiempo en discusiones terminológicas, propias del nominalismo más bizantinista, me da la impresión de que tiene más que ver con “ya lo decía yo” que con los retos que la realidad nos ha impuesto. Sabemos que hay que cambiar, sabemos la dirección del cambio que queremos, sabemos que va a ser difícil, sabemos que necesitamos cerrar filas y pelearlo. ¿Qué más necesitamos saber? Ni el PSOE puede permitirse alejarse de los grupos que posibilitaron la investidura de Pedro Sánchez, ni Podemos puede someter a evaluación los acuerdos cuatro meses y una pandemia después, ni los otros grupos pueden entrar en una subasta de propuestas y peticiones o en un catálogo de agravios, les asistan mayores o menores razones.

¿Pueden unos y otros dejar de una vez la ceremonia de la confusión y ponerse a remar en la misma dirección? Sería de agradecer. De lo contrario puede que estemos dilapidando una última oportunidad para la izquierda y, lo que es más importante, para los más desfavorecidos.

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