Las calles vacías no son la ciudad

Solo su esqueleto. Son los ciudadanos caminando juntos, para la celebración de la fiesta o el duelo, de la reivindicación o el aplauso, los que con su presencia dan vida a las fábricas silentes de la arquitectura.

Es el paseante solitario o el que medita en un banco soleado. Son los que llenan las aceras en pequeños grupos y charlan, discuten o comentan los escaparates a su paso. También el coche domesticado, el autobús o la bicicleta que surcan las calzadas. Porque la sangre de la ciudad se mueve, acelerada o lenta, por sus calles y plazas.

Echo de menos la ciudad llena y me duele la ciudad vaciada por decreto. Y me asalta una preocupación: que el vacío y el silencio se hayan convertido en un paisaje de culto, mitificado en repetidos reportajes fotográficos que lo presentan como iconos admirados, cuando solo son el testimonio de una ciudad muda y congelada.

Como arquitecto apasionado con la ciudad, reafirmo el valor del balcón, que vuela sobre la acera, frente a la ventana, agujereada a ras de la fachada

La boca vacía de una estación de metro puede ser una hermosa, casi emocionante, imagen. Como una garganta seca y oscura, sin hálito, se asemeja a la boca desencajada de “El grito” de Munch.

Puedo alabar la sensibilidad y la pericia de fotógrafos y cameramans, capaces de descubrir belleza o, mejor dicho, imágenes bellas en un paisaje desolado.

Nuestras calles vacías solo se llenan con vida, con cuerpo y voz, desde los balcones que a las ocho de la tarde, ávidos de vecindad y deseos de solidaridad, se llenan de ciudadanos que declaran su presencia imprescindible para que la ciudad sea realmente una ciudad y no un mapa petrificado. Una maqueta de ladrillo, hormigón y vidrio.

Como arquitecto apasionado con la ciudad, reafirmo el valor del balcón, que vuela sobre la acera, frente a la ventana, agujereada a ras de la fachada. En los balcones nos incorporamos físicamente, de cuerpo entero, en el espacio común. En la ventana, solo nuestra imagen y nuestra mirada.

Vuelvo a la calle. El recuerdo de las múltiples manifestaciones, procesiones, marchas deportivas… a lo largo de mi vida en las ciudades, ha motivado muchas de las ideas que ahora escribo. Pero acerquemos el recuerdo y pongámonos sobre el mapa de Madrid.

Recordemos el ejemplar y prometedor 8 de marzo, donde miles de personas llenaron avenidas y calles desde Atocha hasta Sol.

Sobre el mismo recorrido, recordemos los 1º de mayo que año tras año han dejado marcadas en la calzada las huellas de miles de sindicalistas y de los que junto a ellos caminábamos reivindicando paz, justicia y libertad y anunciando un mundo mejor. Recordémoslos cuando dentro de unos días sintamos su triste ausencia en un ya próximo y nuevo 1º de mayo. Una ausencia que hará más evidente y significativo el vacío que hoy soportamos obedientes.

Dos recuerdos, dos imágenes que, sumadas a otros muchos eventos colectivos que han llenado de vida nuestras calles, a veces pacíficamente, otras muchas con la violencia de la represión policial, dibujan por sí mismas el mapa más vivo y apasionante de Madrid. Un mapa que hoy parece emborronado, casi oculto, en aras de una seguridad asumida por obediencia y responsabilidad colectiva como primera defensa frente a la propagación del Covid-19. Pero obedecer y asumir responsablemente un estado de alarma no puede matar la esperanza de que, “mucho más temprano que tarde, se abrirán las grandes alamedas por donde pase el hombre libre”.