martes. 19.03.2024

Una enfermedad infantil

No me gustan las banderas. No las quiero. Y si obligado tuviera que querer a alguna, la querría transparente como el aire y como el agua.

Puede que me llamen facha; da igual; otras veces me han llamado rojo.

Quisiera escribir un poco a lo loco, sin muchas comas y puntos. Frases largas, de esas que salen solas gracias a la primavera y a la magia de la literatura. Quisiera escribir como borracho, borracho de la luz de estas fechas en las que la noche no llega y no parece querer apagarse el día. Quisiera escribir sin recato, sin citas, sin análisis políticos; dejándome llevar por los sueños, por la música de las palabras, por la lírica reñida con la actualidad y el estilo periodístico. ¡Sé que la gente quiere poesía! Quieren leer en el alma de quien escribe. La gente parece estar harta. Harta de los que se quieren comer el mundo y de los que ya se lo han comido. Harta de la cabra del legionario, de los toros, de la hipoteca que no acaba nunca, de ganar peso comiendo solo lechuga. La gente está harta de todo. A la crisis parece haberle nacido una “p” justo en el centro convirtiéndola en cripsis, una palabra que ni siquiera está en el DRAE.

Quisiera hablar de la mar y de los barcos; de las estrellas; de los viejos amores que perdí en puertos de mares lejanos… y que aún siento vivos. Pero no puedo escribir lo que quiero, y mucho menos sentirme borracho o dejarme llevar por la magia de las letras o la luz de estos días. No puedo porque ahora toca, una vez más, bronca. La bronca del Camp Nou.

En Facebook tengo como amigos a un general y a un almirante. No me gustan algunas de las cosas que ponen; incluso algunas, muy pocas, me repelen, las veo impropias en la voz de un militar de alto rango, aunque esté jubilado. Pero no me extraña y me parece bien que digan lo que quieran, porque estamos en un país libre, que no lo fue durante 40 años y ahora lo es mucho más que ningún otro. Mis amigos, el general y el almirante, dicen lo que quieren, porque nada se lo impide y no molestan a nadie; nadie está obligado a leerles en Facebook.

En honor a la verdad (por omisión también se miente), tengo que añadir que, la mayoría de las cosas que dicen, solo puedo aplaudirlas.

No me gustan las banderas. No las quiero. Y si obligado tuviera que querer a alguna, la querría transparente como el aire y como el agua.

No me gustan las armas. No me gustan las fronteras. Prefiero el amor al placer. Jamás haría la guerra. Y me volvería a tirar al monte si fuera necesario. Pero todo esto no quita para que, cuando me dirijo en Facebook a mis dos amigos militares, trate a uno como mi general, y al segundo, al que me debo como marino, con el preceptivo: mi almirante, con el debido respeto a V.E.  

Si he de hablar de himnos, prefiero: We are the world.

El himno de España no tiene letra, algún día la tendrá, algún día nacerá un poeta que sepa escribirla y unirnos de una vez para siempre. La gente quiere poesía; quiere respeto; está harta de broncas y desdichas.

Ya dijo el sabio que nos sacó la lengua: “El nacionalismo es una enfermedad infantil”.

Una enfermedad infantil