viernes. 29.03.2024

Carta a una amiga 'manola'

En el mundo no habrá justicia hasta que todos los hombres no pidamos perdón a las mujeres y les cedamos las riendas para que sean ellas quienes gobiernen.

Qué bien te sienta la teja y la mantilla; de riguroso negro español, misal en mano, tras la Virgen de las Angustias en la procesión del Viernes Santo. Siempre te recuerdo y te visiono así. Una estética admirable.

El otro día, en la comida a beneficio de los Pisos de Acogida para Mujeres Maltratadas, cuando, en mi constante ánimo de polemizar con realidades que pueden parecer políticamente incorrectas, comenté el dicho de la abuela sabia: Los hijos de mis hijas, nietos míos son; los de mis hijos, lo son o no lo son. Tú replicaste: Eso es decir que las nueras son unas putas. Estabas en lo cierto; en una certeza minoritaria, la tuya, una certeza igual que otra cualquiera.

Entiendo que la verdad, como casi todo en el universo, está necesaria e íntimamente ligada al parámetro por el cual todo se rige: el ineludible transcurrir del tiempo (curvo o lineal, tanto da), el orden cronológico, el momento en el que suceden las cosas. Nada es igual siempre; ni el concepto o la forma de amar u odiar, ni el de la esencia de la vida o el de la inevitable necesidad de la muerte. Las características de los sentimientos también evolucionan.

Como insignificantes humanos, minúsculos entes finitos de perfil gregario, la verdad común la solemos ligar a la estadística. Necesitamos el apoyo del grupo, de nuestro grupo. Para que una verdad nos resulte cierta y aceptable precisamos que lo sea para una mayoría, por minoritaria que esta pueda ser.

“Puta” es la mujer que ejerce la prostitución, es decir, que ofrece servicios sexuales a cambio de dinero. Aunque, hasta no hace mucho, “puta” (“puto” parecía no existir) era cualquier mujer que practicara sexo fuera de los cánones establecidos; incluso, la que se insinuara o coqueteara más de lo admisible. Pero… mi querida amiga: los tiempos cambiaron.

En las democracias las mujeres consiguieron el derecho al voto. Más tarde, la Sociedad de Consumo, en su vorágine de crecimiento perpetuo, las sacó del hogar para incorporarlas, con salarios de vergüenza, al mundo del trabajo (el trabajo que venían realizando en el seno de la familia no se consideraba trabajo). En 1960 apareció la píldora y las hizo casi iguales ante el sexo. Y poco después surgió la contracultura que le cantó al viento: Haz el amor y no la guerra. Desde entonces, la mujer ha ido escalando, muy lentamente, en su penoso camino hacia la igualdad.

Hoy, mi querida amiga, una “puta” es, pura y llanamente, una trabajadora del sexo, nada más.

Las mujeres ya son libres en el amor. Muchas de las que viven distintas experiencias amorosas o seudoamorosas son consideradas “mujeres de éxito con los hombres”; incluso pueden llegar a ser admiradas socialmente (p.e.: Isabel Preysler). Otras, con menos glamur, que viven continuas aventuras de fin de semana, son “mujeres liberales” o promiscuas; igual que los varones que hacen lo mismo.

Pero bien es verdad que en el mundo no habrá justicia hasta que todos los hombres no pidamos perdón a las mujeres y les cedamos las riendas para que sean ellas quienes gobiernen. Quizá así se pueda acabar con las guerras. La testosterona y el poder siempre han hecho una mezcla terroríficamente explosiva. 

El significado de las palabras cambia, y a veces evoluciona a mejor. La fidelidad ya no es tan importante como la lealtad, mi querida amiga, aunque se empeñen en hacernos creer que son la misma cosa.

Carta a una amiga 'manola'