jueves. 28.03.2024

A Ángeles Caso

Con extraordinaria belleza Caso dice empezar a entender que casi nada es importante en la vida, ni el éxito, ni el poder, ni el dinero...

En una escena de una película de Clint Eastwood donde se hace apología de la violencia y se intenta justificar el que un soldado pueda disparar a un niño, y se exalta desmedidamente el orgullo nacionalista de las barras y las estrellas, un padre le dice a sus hijos a la hora del almuerzo: En el mundo hay corderos, lobos y perros guardianes. (Yo creo que hay sanos, enfermos y muchísimos infelices.)

Acabo de leer un artículo de Ángeles Caso que publicó La Vanguardia el día de mi cumpleaños del 2012 con el título: «Lo que quiero ahora». En él, entre oras cosas, subyace el mensaje de una frase de San Francisco: «Cada día necesito menos [material e inmaterial] y lo poco que necesito lo necesito muy poco».

Con extraordinaria belleza Caso dice empezar a entender que casi nada es importante en la vida, ni el éxito, ni el poder, ni el dinero (solo el justo para vivir dignamente); que pasa de “coronas de laureles” y “halagos sucios”; “del fango de la envidia; de la maledicencia y el juicio ajeno”. Dice apartar a los quejumbrosos, a los malhumorados, a los egoístas y materialista ambiciosos que aspiran a ser los más ricos del cementerio, cargados de honores vacuos, por los que nadie derramaría una lagrima de pena sincera. Dice detestar los coches de lujo que contaminan la Tierra, las pieles que arrancan a apacibles animales y las joyas que se fabrican con el sufrimiento de hombres que trabajan como esclavos por un pedazo de pan. Dice rechazar el cinismo y el derroche. Maldice a los indiferentes que no luchan por un mundo mejor y “nunca se meten en líos”. Señala con el dedo a los hipócritas que dan limosna para el Domund y son incapaces de sentar a un inmigrante a su mesa; a los que te aplauden cuando estás arriba y te ignoran cuando estás abajo; a los arrogantes ostentosos que solo quieren tener y exhibir, en vez de pensar, sentir y ser. Y termina declarando que no quiere “casi nada”, solo cariño y ternura, la compañía de buenos amigos, risas y palabras de amor antes de ir a la cama; las vistas de la sólida frescura de un par de árboles y un trozo de cielo; el mejor verso y la música más hermosa; libertad y espíritu crítico; serenidad, alegría; “un instante de belleza a diario”; la sensibilidad para poder seguir llorando cuando lo pida el corazón o el alma, la humildad para jamás sentirse de vuelta de nada; que nunca la amargura la convierta en una mujer amargada y que cuando le llegue la hora queden unos pocos que piensen que mereció la pena que ella hubiese andado “un rato por aquí”. (¡Ahí es nada!) Caso quiere lo más valioso que hay en la vida, todo aquello que ni el mejor de los tesoros podría comprar. Un patrimonio exclusivo de artistas, santos y limpios de corazón.

Quienes saben de literatura (esos que para estudiar a un autor hablan de su vida en lugar de ahondar y tratar de entender su obra) y no escriben tan bien como Ángeles Caso (no tienen el don divino de poder convertir las palabras en arte) dicen que “todo está dicho”, que solo se puede repetir lo mismo desde distintos puntos de vista.

Lo que nos dice Caso en su preciosísimo artículo, lo sabemos casi todos… y lo quisiéramos muchos. La teoría es sobradamente conocida, el problema, lo difícil, es llevarla a la práctica. ¿Cómo puede enderezar el tronco el árbol vencido por el viento desde que nació retoño? ¿Qué hacer? ¿Qué puede pensar ese árbol para no perder la esperanza?

Me rebelo a aceptar que todo esté dicho. Alguien vendrá algún día con un nuevo mensaje. Y si el mundo no se acaba, y sigue la vida otros cientos de miles de años, no será uno el que venga, sino muchos, en distintas épocas, y con distintos mensajes. No hemos evolucionado lo suficiente; seguimos siendo mucho más animales que personas.

Hay quien no puede evitar que le guste un uniforme repleto de estrellas o galones de oro, la estampa de un portaviones navegando con mar brava o la de un carro de combate a sesenta kilómetros por hora, incluso quienes no puede evitar una lágrima al son de un romántico himno legionario. La belleza se presenta de la forma más dispar y alcanza de muy distinto modo a unos y a otros. Algo parecido ocurre con el lujo de los pobres millonarios que nunca tienen bastante y no alcanzan a entender que siempre será más rico el que menos necesite. O con los pobres de espíritu que viven en el hedonismo de los placeres vacios porque nacieron privados de la capacidad de amar o la guardan tan oculta que ni ellos mismos saben que la tienen.

Nadie es lo que quisiera ser. Y muy pocos son capaces de encontrar un segundo de felicidad contemplando un trozo de cielo o las copas de un par de árboles. Nadie quisiera ser vanidoso, envidioso, cobarde o falso; pero lo son, no pueden, ni saben, cómo enmendar, cómo evitar ese menoscabo.

Muchos de los que consiguen el éxito quisieran que no les afectase, pero no pueden remediarlo.

Para los débiles el poder es adictivo y afrodisíaco.

Creo que todo el que conozca el amor y sepa vivir en la quimera del instante verá que el amor está mucho más alto que el placer. Y que allí arriba, por encima del bien y del mal, no hay vanidades, envidias, codicias, cobardías… ni falsedades.          

Mi querida y admirada Ángeles Caso: paso de casi todas las cosas, pero no paso de ninguna persona.

A Ángeles Caso