jueves. 28.03.2024

Reflexiones tras otra huelga general

No soy yo nadie para recomendar estrategias de movilización sindical, ni siquiera poner en duda cualquier iniciativa que se tome en este sentido. Sin embargo, al hilo de la última convocatoria de huelga general legítima y legitimada por los hechos y ante el mayor ataque a los derechos del sector más débil del Estado social de derecho, que son los trabajadores, traigo a colación una inquietud que nace desde el mismo momento de sus orígenes.

No soy yo nadie para recomendar estrategias de movilización sindical, ni siquiera poner en duda cualquier iniciativa que se tome en este sentido. Sin embargo, al hilo de la última convocatoria de huelga general legítima y legitimada por los hechos y ante el mayor ataque a los derechos del sector más débil del Estado social de derecho, que son los trabajadores, traigo a colación una inquietud que nace desde el mismo momento de sus orígenes.

Una huelga general es, por sí, un acto que no solamente ha de llenarse de argumentos para llevarla a cabo sino una suerte de iniciativas, difusión, acción, propagación que ha de llevar y llegar, con toda suerte de argumentos, al más recóndito de los confines del territorio al que se quiere extender. No vale la simple proclama, la consigna de turno o la ideologización de un hecho determinado y claro para quien lo desarrolla, necesita cargarse de argumentos fuertes y contrastables.

Esta función seria, compleja, difícil de extender y fácil de contrarrestar por quienes tienen armas más potentes, demagógicas y, sobre todo, cargadas de intereses políticos y económicos, como son los poderosos y sus adeptos mediáticos, necesita de un aliado natural, la voluntad, el tesón y el trabajo de numerosos militantes que simplemente con la fuerza de la razón tienen que enfrentarse a la razón de la fuerza.

Sin más disquisiciones, una huelga general ha de ser general, sino ese esfuerzo militante de miles de trabajadores queda en una mera acción frustrante. En este sentido, una vez más la historia se repite, el éxito de la movilización, además de las manifestaciones subsiguientes masivas y con abrumadora participación ciudadana, se centró en el sector industrial (15% del empleo asalariado), la construcción (7%), el transporte (4,5%) y todo lo relacionado con la limpieza, saneamientos, recogida de basura… (1%). En otras ramas del sector servicios como la educación (8%), la Administración Pública (9%) e Información y Comunicaciones (3%), el seguimiento fue menor y en aquellos de clara influencia en la vida ciudadana como la sanidad, el comercio, la hostelería y los servicios financieros que, de por sí, representan un tercio del empleo asalariado, el seguimiento fue más bien escaso.

A todo lo anterior hay que añadir que esa sensación de normalidad que insistentemente repite el gobierno tiene su plasmación práctica en la apertura de la mayoría de los establecimientos comerciales y hosteleros de cualquier gran ciudad, con la mayoría de los trabajadores en sus puestos de trabajo, trabajadores asalariados que, en una gran parte, se ven obligados a no ejercer su derecho a la huelga por la razón de la fuerza o por la fuerza del miedo.

No olvidemos que estamos hablando precisamente de unos sectores donde se concentra la mayor precariedad en el empleo, la menor tutela sindical y, sobre todo, sujetos a condiciones laborales claramente por debajo del resto de sectores lo que significa que, paradojas de la vida, aquellos colectivos más desprotegidos son los que frenan la voluntad y la razón de una huelga que pretende romper injusticias ancestrales.

Desde mi punto de vista, cualquier estrategia movilizadora de la voluntad popular debería contar primero con un tiempo prudencialmente mayor, en la medida que se acumule desgaste gubernamental, fracaso de las medidas objeto de rechazo y una confluencia mayor de intereses convergentes con otros colectivos similares, es decir que exista una mayor correlación de fuerzas. No podemos olvidarnos que las primeras huelgas generales de cada gobierno capitaneado por un partido distinto (PSOE-PP-PSOE) se generaron al cabo de 6 años (1988, descontando la de 1985 convocada en solitario por CC.OO, 2002 y 2010).

De cualquier forma, esto no debería despreocuparnos de iniciativas que podrían representar lo que, en términos sindicales, se denomina “calentar motores” y que pasarían por acciones de huelgas o movilizaciones en sectores y colectivos afines o de fuerte implantación sindical (sector industrial, de transporte o territorios de la zona norte industrial), hasta alcanzar las condiciones adecuadas que permitan y aseguren el paro total con un claro seguimiento incluido de aquellos sectores menos “movilizables” pero con mayores motivos para “pelear” por unos derechos esquilmados y claramente regresivos, dentro de una concepción de capitalismo salvaje que pervierte la defensa del empleo estable y tergiversa los derechos de una juventud que accede por primera vez al mercado de trabajo con una “dación” de meras limosnas o clara explotación de dichos colectivos.

Como decía al principio, estas líneas no dejan de ser más que una simple reflexión de un profesional de la economía que pone sus conocimientos en la defensa de los derechos de los trabajadores y que aspira a que las injusticias del sistema se traslade a unas protestas que sino pueden obtener grandes triunfos impidan llorar amplios fracasos.

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