sábado. 20.04.2024

Crónica de un fracaso anunciado

debate telemadrid
Debate en Telemadrid de las elecciones del 4 de mayo.

“El 15M trajo una concienciación importante y una representación política frustrante” (Gaspar Llamazares en La Nueva España: 23/05/2021)


No hace muchos años dos jóvenes políticos de reciente incorporación al elenco político transcribían en distintos tiempos el mismo mensaje: “Estamos ante el fin del ciclo del bipartidismo” (Albert Ribera, 2017) o es el fin del ciclo del bipartidismo (Pablo Iglesias, 2014), premonición que algunos poníamos en cuarentena (“El poder desgasta, pero la oposición divide”, Nueva Tribuna (15/05/2017) y que por desgracia nos ha dado la razón.

Este mantra se repitió asiduamente hasta hace relativamente poco en el que parece que ha desaparecido del tablero político. Vengo sosteniendo, desde la aparición de Ciudadanos y Podemos, que este movimiento iba a ser flor de un día porque entendía y entiendo que en España, salvo algunas legislaturas muy concretas, siempre hubo a izquierda o derecha fuerzas que desequilibraban esa correlación y sino ahí estaban los partidos nacionalistas para cuadrar los números de los partidos ganadores, siempre, obviamente, a cambio de alguna contrapartida. Y es que nunca hubo un sistema bipartidista al uso, al menos en el sentido que se comprende en los países anglosajones, con un sistema electoral mayoritario, frente a otros sistemas de tipo proporcional en el que se dilucidan los gobiernos entre más de dos partidos.

Otra cosa muy distinta era (y ese era el mensaje) que, según sus pretensiones, había finalizado la tendencia hacia la alternancia de poder PSOE-PP hacia otra posible PODEMOS-CIUDADANOS y, por tanto, de acuerdo con la teoría podemista, el ciclo proveniente de la Constitución del 78 había finalizado, ya que los consensos y acuerdos a que se llegó en aquella etapa histórica había catapultado las pretensiones de una izquierda transformadora que ahora sí podía asaltar el cielo. Craso error de principio y cuyo final estamos viendo en los momentos presentes

Como puede parecer obvio voy a centrarme en este segundo hecho y en el principal líder del partido de izquierdas y no porque yo sea un destacado polítólogo que sepa descifrar los enigmas de una figura controvertida y un pelín soberbia. Tan sólo expongo mi condición de simple economista y licenciado en derecho y un simple militante con 40 años de militancia en el Partido Comunista – Izquierda Unida, con el que colaboré durante muchos años en numerosos proyectos, programas y asesoramientos, siempre con suficiente orgullo y probada lealtad, como no podía ser de otra forma.

Podemos no nace del movimiento asambleario del 15M, sino del laboratorio de la Facultad de Políticas de la Complutense de Madrid, tras verse marginado de izquierda Unida (“Como puedo pertenecer a un club que admitan a tipos como yo?” -Groucho Marx-) y de una estupenda campaña de marketing dirigida a través de determinados medios de comunicación. (Curiosa paradoja de quien utiliza los medios de comunicación para su campaña de salto a la fama, para posteriormente ser el azote de otros medios y acabar, como en esa puerta giratoria tan denostada, trabajando para semejantes “lobbys” comunicativos). No puede ser más paradójica la vida

 Y es que, en realidad, nace como una operación de renovación de la izquierda de la izquierda, con el objetivo de sacarla de la marginalidad electoral y situarla en posición de reemplazar al PSOE. Porque, aunque el objetivo final de Podemos sea “asaltar los cielos”, el primer argumento de los protagonistas de esta historia siempre fue asaltar Izquierda Unida, una organización que veían anquilosada e incapaz de ofrecer una alternativa política en un momento en el que el bipartidismo se estaba deshaciendo como consecuencia de la confluencia de la crisis económica con la institucional y social. Unos como Alberto Garzón intentaron esa renovación desde dentro de Izquierda Unida y otros, como Pablo Iglesias, en lugar de asaltar izquierda Unida, saltaron por encima de ella. Podemos nació con una contradicción esencial y seguramente insalvable, ya que, desde el principio, concibió el partido como una máquina pensada para ganar elecciones recurriendo a técnicas avanzadas de mercadoctenia y comunicación política (José Ignacio Torreblanca “Asaltar los cielos: Podemos o la política después de la crisis. Debate, 2015. Barcelona.

En dicha estrategia ganó la opción Pablo Iglesias por abrumadora mayoría, frente a una dirección de Izquierda Unida que se entregó en cuerpo y alma al salvador de la patria. ¿Alguien se acuerda cuando se hablaba de entreguismo al PSOE en los momento en el que algunos militantes disconformes se unían a lo que los propios socialistas recitaban como la “casa común de la izquierda”?. Todo se pega, hasta los malos métodos

El origen de Podemos se encuentra, pues, en el manifiesto Mover ficha. Convertir la indignación en cambio político y cuyo fin era ser el referente político y social de la izquierda, como lo había sido en su día el PCI italiano o SYRIZA en Grecia. No hace falta hacer ningún comentario añadido, solamente hay que observar el fin último de estos movimientos con una base social, ideológica y programática muy superior, desde luego, a la de Podemos.

No olvidemos que el discurso de Podemos (y ahí están las hemerotecas para corroborarlo) ha pasado de ser un programa descafeinado de izquierda: Somos una fuerza transversal (nunca entendí que significaba eso) que representaba al 90% del pueblo (los de abajo, se decía), frente al 10% que representa a la “casta” y en donde la casta se incluía a los sindicatos de clase que, en un discurso que no escuchaba desde mi paso por la Universidad, no representaban a los trabajadores, sino que estaban vendidos al capital (declaraciones de Carolina Bescansas tras el primer y único acuerdo de UGT - CCOO y CEOE sobre la negociación colectiva con el gobierno Rajoy).

Y es que allí donde no había sindicatos a la izquierda de los dos “vendidos” se pretendió crear un nuevo Sindicato como correa de transmisión de la nueva fuerza política. No cabe mayor aberración, como la de aliarse con la derecha para echar abajo el CES como órgano de consenso empresarios-sindicatos, como se hizo en Asturias, al que hay que añadir el acuerdo para mantener la alcaldía de un partido de extrema derecha como fue el de Gijón, entre 2015 y 2019.

Volviendo a sus orígenes, de acuerdo con Javier Cercas (El País Semanal 17/01/2016) observamos un cambio sustancial en el discurso de Podemos desde una posición más cercana a Ciudadanos que a ningún otro partido, cuando recurría a los argumentos de los inmigrantes como “desfavorecidos” por el nacionalismo, para, inmediatamente después, ante la poca aceptación de sus ideas, querer abrazar (o al menos acercarse) a las posturas nacionalistas de claro contenido reaccionario, como tendremos ocasión de comprobar

Y aquí está la segunda patata caliente de PODEMOS en su afán por llevar a cabo el famoso “sorpasso”, idea italiana que intentó trasladar aquí de forma ilusa y equivocada un antiguo dirigente de IU, Julio Anguita, (él hablaba de las dos orillas, como la famosa canción de Iva Zanicchi) para erigirse en la fuerza preponderante y casi única de la izquierda, del centro y de un “cachín” de la derecha.

Ese salto hacia la esfera nacionalista que, inicialmente, le dio buenos resultados: llegó a ser mayoritario entre la izquierda de Cataluña, País Vasco y Galicia y un buen referente en Comunidades como Asturias, País Valenciano o Andalucía, le llevó a tutelar movimientos (Mareas) que pretendían ser el referente sino como sustitutos de los movimientos nacionalistas-independentistas, si como liderazgos para llevar a cabo el renombrado “sorpasso”.

El siguiente escenario que nos sitúa en el fracaso de la operación tercera vía de la izquierda lo da la obsesión por acceder al gobierno. Un partido sin ninguna experiencia de ejercicio político del poder, con verdaderos fracasos en algunos Ayuntamientos, que va dejando tras de sí importantes cuadros políticos (quedan poquísimos de Vistalegre I) no solamente puede obstaculizar el sueño de Pedro Sánchez sino la credibilidad de muchos ciudadanos y no solamente de derechas. Como señala Frances Carreras (El País 29/03/2016) a propósito de los pactos con el PSOE: “Nunca debe pactarse con aquellos que quieren destruirte y cuyo único objetivo es conseguirlo”.

No se trata de discutir ni poner en duda determinados avances progresista que facilitó el acceso de la izquierda real al poder, lo que aquí pongo en solfa es una estrategia errónea o, en palabras de Gaspar Llamazares, una representación política frustrante en base a los siguientes argumentos:

  • Gobierno de coalición. Se pueden hacer mil conjeturas y teorías acerca de la bondad o maldad de un gobierno de coalición de dos fuerzas distintas, aunque en el fondo no tanto como aparenta. Pero lo que es evidente es que debe existir una labor institucional de coordinación que no ha existido en el año y medio que se lleva al frente. La continua y permanente obsesión por ser gobierno y oposición lleva a determinadas situaciones surrealistas que llena de regocijo a la bancada de la oposición de derechas. Al mismo tiempo esa permanente búsqueda por capitalizar los avances del gobierno, llena de inquietud a los ciudadanos acerca de las verdaderas pretensiones de los gobernantes. Hasta el momento presente los gobiernos de izquierdas (bi o tripartitos) existentes en los ámbitos territoriales o locales han tenido poco o nulo éxito porque parece que puede más quién lleva el liderazgo que la solución de los problemas reales de los ciudadanos.
  • Estrategia de pactos postelectorales. Hay que recordar, aunque esto sea de primero de BUP, que un gobierno, sea cual sea su orientación, ha de gobernar para el máximo número posible de gente, por lo que, en caso de estar en minoría, se ha de buscar acuerdos (no olvidemos que hay temas que necesitan legislarse con mayorías cualificadas) con fuerzas políticas incluso cuando estas no sean afines. Por tanto, no consigo entender esa obsesión por buscar apoyos en fuerzas políticas de dudosa credibilidad (todos los nacionalismos lo demuestran) marginando a aquellas cuya credibilidad y honestidad no es menor que los primeros.
  • Estrategia populista. No soy yo el que vaya a definir “populismo” como la opción política de Podemos, todo lo contrario, me parece una opción radical de la socialdemocracia de toda la vida, pero algunos errores de estrategia sí lo corroboran: Chalet de Galapagar: No se puede defender a un colectivo tan vulnerable como los deshauciados con un chalet de potentado y en otro claro ejemplo de táctica populista someter una decisión privada a consulta popular entre sus afiliados. Si a la política se pudiese sumar o restar puntos, obviamente aquí se habría restado muchos puntos.

Apoyo a los presos del procés, visita al “exiliado político” Puigdemont y puesta en duda de la democracia española. Esto, desde mi punto de vista ha sido una puñalada trapera a aquellos que pasaron gran parte de su vida presos por defender la democracia (Horacio Fernández Inguanzo, el Paisano), a aquellos exiliados políticos de la  República (Antonio Machado, poeta) y a todos aquellos que dieron su vida para que en España hubiese democracia y Constitución (Abogados de Atocha). Otros ejemplos: apuntarse a todas las movidas claramente antisistemas, a cargo de un partido que quizás olvidase que estaba gobernando.

Siguiendo las brillantes reflexiones de Nicolás Sartorius (La manipulación del lenguaje. Espasa Libros, 2018): La historia nos ha enseñado que allá donde se ha impuesto una visión y una práctica populista, en cualquiera de sus formas, ya sea de derechas o de izquierda, el resultado ha sido un estrepitoso fracaso que se ha vuelto en contra de ese mismo pueblo que se pretende representar. Bajo este punto de vista, es muy difícil entender, al igual que le ocurre al autor de la anterior cita, la defensa a ultranza del chavismo venezolano y la caricatura representada por un señor (Maduro) al que nada más oírle por televisión dan ganas de apagarla, como haríamos con cualquier descerebrado de derechas.

Todo ello es caldo de cultivo para llevar al claro fracaso, en primer lugar, de una fuerza política como Podemos y de su Julio Cesar de turno, en segundo lugar, como nos lo cuentan en el blog posos de anarquía.com, tras las elecciones madrileñas: cualquiera con un mínimo conocimiento de la realidad política nacional sabía, antes incluso de que Iglesias se postulara como candidato, que el exvicepresidente movilizaría mucho más a la derecha que a la izquierda. Iglesias lleva demasiado tiempo miope, sino ciego, en lo que a lecturas políticas se refiere. No se puede negar que él fue parte esencial del ascenso a lo más alto de Podemos, posteriormente Unidas Podemos. Y digo parte porque, aunque encabezó el plantel, los logros fueron parte de un equipo del que ya no queda nada.  Lo que ha sucedido en las elecciones de Madrid se veía venir. No hacía falta ser un politólogo experto para saber que la desafección, incluso el odio, que genera Iglesias movilizaría más votos en su contra que a su favor.

Y lo que puede quedar tras la batalla es un campo desierto: un PODEMOS marginal, una izquierda poco unida y un ilusionante proyecto de Errejón, pero, como dice Gaspar Llamazares, el problema de Más Madrid es que tiene el mismo origen que Podemos. Yo creo que no dejará de ser una fuerza importante pero asignada a Madrid como Compromís a Valencia.

Es posible que pueda aparecer una izquierda alternativa que fije su compromiso estatal, europeísta, ecologista, feminista, pero también como señala Sartorius; Sin duda la composición de las clases actuales es más compleja de lo que eran en la época de Marx, pero todavía estamos esperando a que aparezca una sola experiencia, inspirada en el populismo o en los llamados “nuevos partidos” que se haya acercado a las conquistas logradas por el movimiento obrero en Europa Occidental.

Mientras tanto, no sé si debajo de los adoquines nos espera la playa, lo que sí sé es que la derecha también sabe hablar catalán en la intimidad, incluso un idioma tan excluyente como el vasco

Crónica de un fracaso anunciado