martes. 16.04.2024

Paisaje después de la pandemia

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Cada vez resulta más evidente que nuestro sistema socioeconómico, tal como está configurado, es incapaz de dar las respuestas adecuadas (y asumibles) a los actuales desafíos, tanto los provocados por el Covid-19, como los ya endémicos del cambio climático. Sometidos a un dramático test de estrés, con más de un tercio de la humanidad confinada en sus casas, paralizada gran parte de la actividad productiva, con miles de contagiados y muertos que crecen cada día, la actual pandemia está evidenciando las deficiencias estructurales del capitalismo. Todo ello ocurre cuando nuestras sociedades desarrolladas experimentan los iniciales, aunque todavía leves, efectos disruptivos de la Revolución Digital, un ecosistema cada vez más exigente y determinante que está remodelando las relaciones sociales y productivas. Esta conjunción de factores exógenos y endógenos están poniendo a prueba la capacidad adaptativa del capitalismo en situaciones de crisis, y nos apremia a recapacitar sobre su futuro. Porque la cuestión que se plantea en periodos históricos de fuerte convulsión como el actual, donde la supervivencia de la sociedad se ve sometida a fuertes presiones evolutivas, es la de reflexionar sobre cuáles pueden ser las formas más adecuadas de organizar la vida en común, de manera que podamos superar las deficiencias e insuficiencias (económicas, sociales, medioambientales) en la actual fase de globalización y dominación financiera. El confinamiento forzoso, con el que tratamos de contener la propagación del virus, puede ser una buena ocasión para ello.

El Estado como solución

Necesitamos un Estado que proteja, cuide, defienda, y ampare no solo ante los estragos de la pandemia del Covid-19, sino frente a la crisis económica y la catástrofe medioambiental

La fragilidad estructural de nuestras sociedades, ensimismadas en su (desigual) prosperidad, ha quedado al descubierto por el efecto del Covid-19. Su gran capacidad de contagio y letalidad está suponiendo un desafío sanitario cuya magnitud aún está por ver, pero que ya ha llevado al sistema de salud al borde del colapso, obligando al confinamiento de las personas y la paralización de las actividad laborales, salvo en las áreas esenciales, provocando un shock simultáneo de oferta y demanda a escala mundial. Y esto ocurre mientras el sistema productivo se ve sacudido por la implementación de la Revolución Digital, con sus efectos sobre el empleo y la capacidad de las empresas para superar la recesión. Los pronósticos del impacto económico y social son de tal magnitud que pueden destruir las bases sobre las que actualmente se sustenta el pacto social y la convivencia. En ese sentido, si queremos utilizar metáforas bélicas deberíamos hablar de III Guerra Mundial, y actuar en consecuencia.

Si algo está mostrando la lucha contra la pandemia es el imprescindible papel del Estado, así como los elevados riesgos asociados a su debilitamiento. La experiencia del súbito reposicionamiento keynesiano del neoliberalismo imperante, manifestado en la crisis del 2007-2009, debería servir para no caer el los mismos errores, y blindar la capacidad normativa, económica y reguladora del Estado, impidiendo que se convierta en un instrumento austericida para, una vez cumplida la misión de saneamiento, volver a la vieja ortodoxia de la supremacía de lo privado. Pero sobre todo para el fortalecimiento institucional del Estado social y democrático de Derecho que garantice su función cohesionadora, actuando en la triple dimensión protectora, defensora, y cuidadora. Así podremos no sólo defendernos de pandemias presentes y futuras, sino asegurar una justa recuperación de la inevitable crisis económica, introduciendo las reformas estructurales necesarias que permitan una gradual reconfiguración del sistema productivo. Por ejemplo, implantando la participación democrática de los trabajadores en todos los niveles de decisión de la actividad empresarial, tanto pública como privada [1]. Pero también para garantizar una política económica que tenga en cuenta la inexorable y urgente lucha contra el cambio climático, que afecta existencialmente a nuestra especie. Porque la salida a la grave crisis económica en ciernes, pasado lo peor de la pandemia, y que de momento ha supuesto un alivio coyuntural en los niveles de contaminación y emisión de gases de efecto invernadero, puede suponer un criminal relajamiento de los ya de por si tímidos objetivos de la Conferencia de Paris. De no actuar, a la pandemia biológica le seguiría la definitiva pandemia ecológica.

En pocas palabras, necesitamos un Estado que proteja, cuide, defienda, y ampare no solo ante los estragos de la pandemia del Covid-19, sino frente a la crisis económica y la catástrofe medioambiental. Por tanto, un Estado impulsor, regulador, coordinador y socializador de la actividad productiva, en el horizonte de un nuevo sistema socioeconómico basado en la concurrencia cooperativa, la solidaridad, y la plena realización personal. Y que, frente a la tentación autoritaria y antidemocrática, permita la participación democrática de los ciudadanos en la vida política, abriendo nuevos espacios de decisión en campos hasta ahora cerrados, como el de la economía. Sin olvidar que este fortalecimiento y reconfiguración del Estado y sus tareas solo puede desarrollar eficazmente su actividad integrado en los espacios de globalización, la Unión Europea en nuestro caso. Su decepcionante respuesta a la pandemia y los efectos sobre las economías nacionales demuestra que es necesaria igualmente su trasformación, de forma que se convierta en la máxima expresión democrática de soberanía. A una crisis global le corresponde una gobernanza global.

El orden después del caos

Como demuestran las ciencias de la complejidad, cuando un sistema abierto no lineal se ve afectado por los cambios de sus componentes, o por agentes externos, trata de responder evolutivamente, reajustando sus estructuras y funcionamiento. Lo mismo acurre con nuestro sistema socioeconómico, un organismo biocultural cuyo carácter especifico de los humanos (de ahí que el confinamiento individual trate de anular la dimensión social del contagio) pone de manifiesto la acción biológica del Covid-19. Un organismo con sus leyes emergentes especificas, pero que en los aspectos básicos funciona como todo sistema complejo. Así, cuando las presiones evolutivas estresan el sistema productivo, en este caso debido a la pandemia, se inicia un periodo de turbulencias y fluctuaciones, que en los momentos agudos de crisis se hacen caóticas. Es el proceso mediante el cual el sistema trata de restablecer su estabilidad y funcionalidad, recuperando el orden (nuevo o renovado)... o de lo contrario colapsa. Lo vimos en la crisis de 2007-2009, y su salida austericida; una  resolución cautiva de las exigencias del neoliberalismo, que hoy es parte del problema generado por la pandemia.

Es en estos procesos adaptativos de supervivencia cuando se crean las condiciones (bifurcación) para su transformación [2]. En estas ocasiones, la tarea de las fuerzas que optan por la transformación del sistema hacia una organización socioeconómica más eficiente y justa, deben formular una estrategia de acción política que incluya las diferentes propuestas sectoriales tanto en la defensa del Estado del bienestar como la fiscalidad justa, la renta básica, la igualdad de género, la superación de las distintas brechas salariales, digitales, etc. E incluir aspectos vinculados a la Revolución Digital, como la propiedad de los datos generados en la actividad en Internet y la participación en los beneficios derivados; la garantía ante los sesgos de los algoritmos que inciden en la vida laboral y privada; la protección de la intimidad y la ciberseguridad individual y colectiva; el derecho a la privacidad en la empresa que impida el capitalismo de vigilancia [3]; el acceso libre y gratuito a la red y los datos (open data)... Reivindicaciones que deberían contemplarse en una Carta de Derechos (Bill of Rights) de la Ciudadanía vinculados a la reconfiguración de las relaciones de propiedad [4]. Por eso resulta imprescindible y urgente crear un espacio internacional de debate en el que participen científicos, pensadores, personalidades, políticos, dirigentes sociales, y sindicalistas que nos permita pensar un futuro sin utopías fracasadas ni distopías capitalistas o tecnológicas.

Estamos ante un momento decisivo en la historia de la humanidad, cuya vulnerabilidad biológica ha quedado al descubierto por el Covid-19, al mismo tiempo que la debilidad del sistema productivo, y ante el cual las coartadas ideológicas del neoliberalismo no sirven. Y todo está ocurriendo mientras se desarrolla la mayor transformación científicotécnica de nuestra historia, la Revolución Digital, el medioambiente en el que hay que plantear las soluciones y la caja de herramientas para implementarlas. Si tras la catástrofe de la II Guerra Mundial llegó en la Europa devastada la gran transformación (Polanyi) que alumbró el Estado de bienestar, luchemos porque tras el cataclismo de la pandemia del Covid-19 se inicie la definitiva gran transformación del sistema socioeconómico capitalista. Una oportunidad sobrevenida que, finalmente, puede ser la salvación de la humanidad [5].

Porque la conjunción de los tres shocks: biológico (Covid-19), económico (recesión mundial), y ecológico (cambio climático), puede suponer la tormenta perfecta que impulse la transformación de un sistema productivo desbordado e ineficaz frente a un desafío existencial inédito en la historia de la humanidad. Por eso, la cuestión a la que nos enfrentamos es si cuando volvamos a salir a la calle, y retornemos al trabajo y a las actividades profesionales, todo seguirá igual (o parecido), con los mismos ganadores y perdedores de siempre, con las desigualdades y la precariedad acrecentadas, con la misma o mayor relación asimétrica entre el poder político y el dominio económico; o si, por el contrario, nos replantearnos colectivamente el modo en el que estamos viviendo y trabajando. Solo entonces la pandemia habrá sido algo más que una crisis sanitaria, y podría contribuir, como dice Wallerstein, a idear la estrategia política que más nos ayude a prevalecer [6].


[1] Existen precedentes, como la ley Alemana de 1976 sobre cogestión que contempla la obligación de reservar a los representantes de los trabajadores la mitad de los puestos y de los derechos de voto en los consejos de administración. El Partido Laborista llevaba en su programa para las últimas elecciones en Gran Bretaña la propuesta de crear fondos de trabajadores con voz propia en los consejos de administración (y acceso a sus correspondientes dividendos) en empresas con más de 250 empleados. En Dinamarca y en Noruega, los trabajadores tienen derecho a un tercio de los puestos en empresas con más de 35 y 50, respectivamente. Ver: Dictamen del Comité Económico y Social Europeo sobre Participación financiera de los trabajadores en Europa.
[2] Resulta alentador comprobar como Piketty utiliza el concepto bifurcación, formulado entre otros por matemático Mitchell Feigenbaum (1975) en su ultimo libro Capital e ideología, Deusto 2019.
[3] La digitalización en el ámbito del trabajo puede suponer nuevas formas de control y explotación (por ejemplo, mediante trazabilidad productiva) Ver: Shoshana Zuboff. Capitalismo de vigilancia, Paidós 2020.
[4] Ver: Carlos Tuya. El Robot Socialista, Amazon 2019. (págs. 313-3154)
[5] Polanyi llama la gran transformación a la creación del Estado del bienestar, que ha supuesto un importante avance en la lucha por la igualdad. Ver: Karl Polanyi. La gran transformación, Fondo de Cultura Económica, 2011.
[6] Wallerstein: El caos no continuará para siempre

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