viernes. 29.03.2024

La izquierda y el síndrome de la marmota

La función del filósofo es indicarle a la mosca la salida de la botella (Wittgenstein)

Al final no se trataba del programa común de legislatura, ni siquiera del ansiado gobierno de coalición, finalmente concedido (a regañadientes) por Pedro Sánchez, un hecho inédito que es por si solo un triunfo, ya que supone la ruptura del cordón sanitario creado por los socialistas a los partidos a su izquierda desde la guerra fría.

Se trataba de carteras y competencias (o de competencias sin carteras, en la última versión).[1] Resultado: un mercadeo, que ha terminado con un sorprendente intercambio de cromos: renunciamos a Trabajo si nos dais las políticas activas de empleo, la oferta de Pablo Iglesias en el último minuto, que no mejoraba sensiblemente la de Sánchez.[2] Algo insólito en la cultura de la izquierda trasformadora (antes revolucionaria) que hubiera indignado a los olvidados manifestantes del 15M.

Habría sido más hábil aceptar la oferta de los socialistas. Hoy tendríamos gobierno de coalición y Presidente socialista, evitando el elevado riesgo de perder esta oportunidad en las ineludibles elecciones. No menos disparatado ha sido rechazar de plano la oferta de Iglesias con el argumento de que las competencias están transferidas. ¡¡¡Razón de más para aceptarla!!! ¿El problema no era que Unidas Podemos quería demasiadas?

Lo paradójico es que ni socialistas ni podemitas parecen comprender la carga de profundidad que la cohabitación en el gobierno de España contiene

Da la impresión de que se ha buscado (de cara a la galería, supongo) ver quién decía la última palabra (o se tiraba más tarde del coche en marcha hacia el precipicio).

El bochornoso espectáculo de dos aliados de izquierdas necesarios, uno como socio preferente, otro como socio imprescindible, enzarzados en el tú más nos retrotrae al nefasto 2016. Y evidencia, una vez más, que la ceguera política y la pasmosa torpeza negociadora es un mal endémico tanto en la dirección de Podemos como en la del PSOE. Pero también que la dirección socialista sigue sin liberarse de la influencia cultural del histórico enfrentamiento entre comunistas y socialistas, lo que le incapacita para jugar eficazmente sus cartas. Ahí está su desfile de propuestas para acabar por donde debían haber empezado: el gobierno de coalición. A su vez, la resolución del tortuoso, torpe, y en ocasiones infantiloide, proceso de negociación de Podemos, ha evidenciado serias deficiencias en su praxis política, lógicas en una formación cuyo horizonte estratégico, resumido en la manida frase de mejorar la vida de la gente, no va más allá de su reiterada vocación socialdemócrata. Eso sí, refundada y briosa.

De ahí que, finalmente, se haya impuesto la pulsión emocional en detrimento de la razón política. Un ejemplo es la insistencia del líder de Podemos en quejarse de falta de respeto, la humillación a sus millones de votantes, el ninguneo de una formación tan sacrificada, etc. Es cierto que el factor emocional, ingrediente sobredimensionado en la sociedad de la información y la espectacularización de la actividad política, juega hoy un importante papel, que Iglesias ejecuta con maestría.[3]

Priorizar la razón política supone embridar las emociones primarias. Porque lo que se dirime no son cuestiones personales, ni partidistas, sino sociales. El reproche emocional, por muy justificado que esté, nunca es un argumento político, donde lo que cuenta es valorar correctamente las posibilidades reales, sopesar los riesgos asumibles, y partir de la verdadera correlación de fuerzas.

Todo este vergonzoso espectáculo de izquierdas a la greña por ver quien pilla más parcelas de gobierno nos ha llevado, como a los malos estudiantes, las cosas para septiembre. Pero esperar que entonces Unidas Podemos pueda conseguir mejorar la oferta socialista es un arriesgado ejercicio de voluntarismo. La Portavoz del gobierno se ha apresurado a dar muerta la vía de las negociaciones y toca explorar otras vías. Pero aunque se reanudaran las negociaciones, la posición negociadora de Pablo Iglesias será previsiblemente bastante peor, ya que la perspectiva de nuevas elecciones puede suponer un nuevo fiasco para Unidas Podemos, esta vez letal, acelerando su viaje hacia la marginalidad política iniciado tras las elecciones de 2016. La marmota no es un buen animal de compañía.

Lo paradójico es que ni socialistas ni podemitas parecen comprender la carga de profundidad que la cohabitación en el gobierno de España contiene. Como veremos, el ansiado gobierno de coalición es una mala opción para la izquierda trasformadora, bastante peor que el pacto de legislatura dotado de un organismo de control efectivo. Por contra, puede suponer para los socialistas una buena oportunidad de afianzar aún más su liderazgo. Pero ninguno de los dos parecen entenderlo. Veamos

Dormir en la misma cama

Hay un proverbio chino que advierte sobre la ilusión de pensar que por dormir en la misma cama se van a tener los mismos sueños. La coalición, cohabitación, programa común, pacto de gobierno, etc. no supone la desaparición de las diferencias políticas. Parten de la necesidad de asumirlas, lo que supone basar la acción programática exclusivamente en los puntos de encuentro. Nada grave entre formaciones que tienen, en lo esencial, una misma propuesta socioeconómica para el país: la reforma y mejora del sistema capitalista. De ahí que suelan funcionar con mejor o peor fortuna.

La cuestión adquiere otro cariz cuando entre las formaciones políticas de izquierdas hay diferencias estratégicas, como la hubo en su día con los aguerridos comunistas. No las tiene la socialdemocracia con los partidos de centro, liberales, incluso conservadores (Gran Coalición), y en principio no debería tenerlas con un Podemos cada vez más asumible, lejos ya de sus airadas denuncias del Régimen del 78. Cabría preguntarse si ocurre lo mismo con Izquierda Unida, que se define como la izquierda trasformadora.[4] En todo caso, la desconfianza mutua entre PSOE y Unidas Podemos no parece ser programática, ni de modelo socioeconómico, sino procedimental (lealtad en palabras de Adriana Lastra). Lo que, lógicamente se manifiesta en la pugna por el reparto de carteras.

Así que seamos claros: entrar en un gobierno de coalición supone perder la capacidad de oposición, y dar por sentado la corrección de las decisiones del Consejo de Ministros presidido por Sánchez

Desde luego es bueno que Unidas Podemos intente reforzar el carácter progresista del gobierno de Pedro Sánchez. Pero eso, con ser necesario y positivo, no debe hacernos olvidar el elevado coste político que puede suponer para las izquierdas que se autocalifican de trasformadoras. En primer lugar, entrar en un gobierno de coalición, pese a sus posibles ventajas ejecutivas, supone aceptar un terreno de juego acotado por la obligada solidaridad ministerial, el carácter colegiado de las decisiones, y la necesaria supeditación de TODOS los ministros al Presidente de gobierno, que es quien tiene la potestad de nombrarlos y de cesarlos. Es decir, una vez sentados en el Consejo de Ministros no cabe el enfrentamiento intergubernamental, más allá de las lógicas diferencias y tensiones entre departamentos.

Todo esto supone la obligada supeditación a la dirección socialista; o provocar dimisiones y ceses. A nadie se le escapa la gravedad de ambos escenarios, y el mazazo que supondría para el conjunto de la izquierda. Ahora bien, si se trata de evitar estos escenarios solo cabe supeditarse a la dirección socialista. La cuestión es si tal cosa es posible en situaciones de conflictividad social, bien por cuestiones socioeconómicas, bien territoriales. Puede argumentarse que Unidas Podemos no pierde su independencia por entrar en un gobierno de coalición.  Ahora bien, ¿es concebible participar en el gobierno central y en la calle a la vez? Este ejercicio de funambulismo, pese a contar con auténticos expertos en Podemos, no es factible, ni el PSOE lo va a aceptar sin más.  

Así que seamos claros: entrar en un gobierno de coalición supone perder la capacidad de oposición, y dar por sentado la corrección de las decisiones del Consejo de Ministros presidido por Sánchez. Porque toda crítica al gobierno sería también una crítica a Unidas Podemos. Dicho de otra forma: un gobierno de coalición dirigido por los socialistas supone dejar sin oposición de izquierda al gobierno del país... salvo que dicha oposición no sea necesaria porque vivamos en el mejor de los mundos posibles. Resulta peligrosamente ingenuo pensar que la conflictividad en Cataluña,[5] y efectos disruptivos generados por la Revolución Digital en el sistema socioeconómico, con una nueva crisis en ciernes que se da por segura, no vayan a incidir en la estabilidad social, y generar nuevas luchas y movilizaciones. ¿Es creíble que las respuestas gubernamentales estarán siempre acordes con los intereses de los trabajadores? Ni que decir tiene que la ausencia de una oposición a la izquierda del gobierno de coalición supone dejar campo libre a la actividad de la extrema derecha, que puede aumentar su rédito político, erigiéndose en defensora de los trabajadores abandonados. Experiencias históricas desgraciadamente no faltan.[6]

Por eso resulta difícil comprender las razones del empeño de Pablo Iglesias en participar en el gobierno de Pedro Sánchez, renunciando incluso a sus posiciones políticas.[7] Lo curioso es que la dirección de Podemos, que dice no fiarse de los socialistas, presuponga que con ellos en el gobierno desaparecerán las razones de dicha desconfianza. Sería interesante que nos lo explicaran. Porque si la desconfianza se basa en que Pedro Sánchez (y su ejecutiva) es un socialdemócrata tibio (y condicionado), que no hace todo lo que podría hacerse para mejorar la vida de la gente, y Pablo Iglesias es un socialdemócrata enérgico (y sin ataduras) que puede suplir sus debilidades, entonces los presagios de estabilidad gubernamental no son muy halagüeños. No entro en valorar lo que supone autoerigirse en los únicos capaces de mejorar la vida de la gente (!!!), y hacerlo sólo desde el gobierno. En todo caso, la cuestión no supondría un gran riesgo en tiempos de tranquilidad social y bonanza económica. El problema es que no estamos ante una coyuntura en la que lo único que se dirime es el modelo de socialdemocracia más eficaz para gobernar el capitalismo, sino qué nuevo modelo de sistema socioeconómico puede resolver las exigencias de eficiencia económica, justicia distributiva, protección medioambiental, y participación democrática en la Era Digital. Y qué proponemos a la mayoría social trabajadora de nuestro país como respuesta estratégica a los desafíos de la Revolución Digital en España, en el espacio de la Unión Europea. Porque los efectos disruptivos del ajuste del sistema productivo capitalista a la Era Digital podrán (y deberán) atenuarse, pero no superarse sin un alto coste para la ciudadanía. Es decir, hace falta un proyecto visionario, como lo fue en su día el socialismo de la Era Industrial, anclado en el análisis científico de la compleja realidad socioeconómica generada por algoritmos inteligentes, redes sociales y plataformas, el internet de las cosas, la minería de datos, etc. que vuelva a concebir un horizonte socialista acorde con la Era Digital. De ahí que sea necesaria la existencia de un polo de referencia político a la izquierda del PSOE y su gobierno (si es que finalmente lo consigue) dotado de una estrategia trasformadora que permita el pleno y justo desarrollo de las potencialidades productivas, distributivas y democráticas de la Revolución Digital.

Gobierno de coalición, ¿gobierno de subordinación?

El rigor y la honestidad intelectual han brillado por su ausencia. Acusar a Sánchez de no querer pactar con Unidas Podemos cuando, desdiciéndose, ha terminado ofreciendo una Vicepresidencia y tres ministerios (¿poco, mucho, regular?), y aceptado por primera vez en la historia de la democracia española un gobierno de coalición (¿pequeño, mediano, grande?) es una clara muestra de infantilismo, esa peligrosa enfermedad de la izquierda que termina beneficiando a la derecha. Lo cierto es que las torpezas de Pedro rivalizan exitosamente con las de Pablo. La diferencia estriba en que el gran perjudicado será, con bastante probabilidad, este último. Y reduce las posibilidades, ya de por si bastante escasas, de crear una verdadera alternativa a un depredador sistema socioeconómico, tan injusto como insostenible. Por todo ello, estoy convencido de que hubiera sido más inteligente (y prudente) negociar un exigente programa de legislatura junto a un organismo de control y seguimiento para garantizar que se cumple lo pactado, en línea con la primera propuesta socialista, manteniendo así la capacidad de oposición crítica de Unidas Podemos. Una solución a la portuguesa, si se quiere tomar como ejemplo la experiencia de nuestro país vecino, con cuya izquierda deberíamos establecer fuertes vínculos de colaboración y solidaridad. Resulta sorprendente que Pablo Iglesias, tras apuntarse el tanto del monto final del salario mínimo, considere que el ensayo de vía portuguesa haya demostrado no ser viable en España, cuando su fracaso se debe al voto en contra de los independentistas (incluida ERC, antes nacionalista que de izquierdas) a los presupuestos pactados entre PSOE y Unidas Podemos.

Sinceramente, no encuentro razones de peso para entrar en un gobierno de coalición que, se quiera o no, supone la subordinación de la acción política de Unidas Podemos al PSOE.[8] Salvo que se haya renunciado a tener una política propia basada en una estrategia trasformadora. A nadie se le debería escapar la enorme dificultad, y la potencialidad conflictiva, que conlleva la convivencia de gobierno entre la izquierda que quiere reformar la realidad, y una izquierda a la que se le supone el deseo de trasformarla. Si en palabras de Pablo Iglesias, en Unidas Podemos están dispuestos a realizar la política de los socialistas (sin líneas rojas), renunciando a aspectos hasta hoy importantes de su programa, ¿qué sentido tiene pelearse por sillones y carteras? ¿Es que piensan que los únicos que pueden realizar el programa socialista son ellos? ¿Para eso hemos votado a Unidas Podemos? Se ve que la vocación de sustitución socialdemócrata sigue presente en el pensamiento político del núcleo duro de Podemos. Una nueva forma de intentar el sorpasso es atribuirse en solitario las políticas sociales del gobierno. A eso responde Adriana Lastra: ustedes no son la prueba del algodón de la izquierda de mi partido. Efectivamente, no se trata de comprobar lo limpia y aseada que la socialdemocracia deja la casa tras el demoledor paso de la derecha. Lo que hay que hacer es someterla a las necesarias, urgentes y obligadas trasformaciones (reformas estructurales) para que cobije en condiciones dignas y justas a la mayoría social trabajadora. Y eso no es factible incrustados en un gobierno socialista.

Pero, más allá de la metamorfosis gubernamental de Podemos, la cuestión fundamental trasciende estos juegos de artificio. Porque en su obsesión por sustituir a la socialdemocracia puede terminar convirtiéndose en su corriente izquierdista, mientras pierden votos y escaños en progresión geométrica. Toda una proeza. En los próximos meses veremos si todavía queda alguna esperanza a la izquierda del PSOE, o si se hace necesario comenzar a construir una nueva confluencia de las fuerzas políticas, los movimientos sociales, las organizaciones sindicales, y las personalidades comprometidas con la trasformación socioeconómica. Una confluencia radical en los objetivos trasformadores, inteligente en los movimientos tácticos, con un riguroso y desdogmatizado análisis de la realidad, sus posibilidades y riesgos, capaz de cambiar, con la fuerza del apoyo ciudadano, la actual correlación de fuerzas. Una confluencia paciente y firme en la conquista de posiciones de poder, impulsada e impulsora de las luchas ciudadanas, capaz de vincular sus reivindicaciones especificas con un proyecto global de trasformación. Y hacerlo conscientes de que los paradigmas nacidos y desarrollados por la Revolución Industrial tienen cada vez menos base real.

Es hora de comenzar a construir la respuesta trasformadora socialista de la Era Digital. Y hacerlo antes de que sea la agria y destructiva guerra del relato, que no solo produce hastío, sino que embarra aún más el necesario campo de negociación y entendimiento, lo haga más difícil. Porque el desafío es grande y la tarea, por novedosa, hercúlea. Pero, como señalo en mi último libro El Robot Socialista, si somos capaces de trasformar el sistema socioeconómico para que las fuerzas productivas de la Revolución Digital se desarrollen plena y racionalmente, la nueva Era Digital inaugurará un nuevo periodo histórico que permita realizar, finalmente, el viejo sueño socialista: de cada cual según sus capacidades, a cada cual según sus necesidades. No fue posible en el siglo XX de la Revolución Industrial, tal vez lo sea en el Siglo XXI de la Revolución Digital.[9] Termino con unas palabras de Bertrand Russell: lo más difícil de aprender en la vida es qué puente debemos cruzar y qué puente debemos quemar.

Notas

[1] Pablo Iglesias pedía cinco ministerios, proporcionales al tercio de votos obtenidos en las elecciones, mientras que Pedro Sánchez ofrecía tres -Igualdad, Sanidad y Vivienda- que no tenían las funciones que pretendían en Podemos. Finalmente, los socialistas accedieron a llenar de atribuciones la vicepresidencia de Irene Montero:  coordinación de todas las políticas sociales del Gobierno, con los contenidos de todas las áreas de Bienestar Social y Dependencia, incluyendo la actual Secretaría de Estado de Servicios Sociales y el Comisionado para la Pobreza Infantil.

[2] El que estén trasferidas no les quita importancia. De hecho, su diseño y el presupuesto (unos 6.000 millones de euros) dependen del Estado, como ocurre con Sanidad.

[3] Murray Edelman. La construcción del espectáculo político. Manantial, 1991.

[4] Finalmente Izquierda Unida parece salir del impase y apuesta por continuar las negociaciones con el PSOE. En un comunicado cree que la formación liderada por Pablo Iglesias debe exigir un acuerdo en torno a las bases programáticas establecidas en el Acuerdo de los Presupuestos Generales del Estado de 2019, aun en el supuesto de que no existiera acuerdo para constituir un Gobierno de coalición con el PSOE, con el fin de evitar una nueva repetición electoral. Incluso abre la puerta a apoyar un Ejecutivo en solitario de Sánchez porque es precisamente en los momentos más convulsos cuando el partido entiende que debe mantener como única guía la defensa de los intereses de las familias trabajadoras.

[5] Una de las sorpresas del discurso de investidura de Pedro Sánchez es su sonoro silencio sobre Cataluña. Y no menos sorprendente es su justificación, disolviendo el problema catalán en el programa general para España. Una inesperada muestra de humor amarillo.

[6] Aún con las reservas necesarias por las evidentes diferencias históricas de tiempo y lugar, nuestros politólogos metidos a políticos profesionales deberían echar un vistazo a la experiencia de coalición entre socialistas y comunistas en Francia. Como es sabido, Mitterrand firmó el 19 de junio de 1972 un programa común de gobierno junto al Partido Comunista de Marchais y el Movimiento de Radicales de Izquierda de Fabre. Un año después, tras la salida de los comunistas del gobierno y la convocatoria de elecciones legislativas, el PS obtuvo casi tantos votos como el PCF en la primera vuelta y lo superó en la segunda, acabando con una hegemonía que se remontaba a 1946. Fue el inicio de la marginalidad política de los comunistas, y la paulatina pérdida de votantes en favor de la ultraderecha lepenista. Por cierto, Marchais rechazó entrar en el gobierno de coalición alegando que el secretario general de una formación no puede estar a las ordenes del secretario general de otro partido.

[7] No tememos líneas rojas... no haremos ninguna exigencia programática radical... asumiremos el liderazgo de su partido en esta cuestión (Cataluña). Intervención de Pablo Iglesias en la segunda sesión de investidura.

[8] Para Jaume Asens (En Comú Podem) sería mucho más cómodo permanecer en la oposición sin mancharse. Parece ser que hay que mancharse para hacer política de izquierdas, un bonito argumento socialdemócrata, pero muy alejado de espíritu del 15M, del que se proclaman herederos y gestores. Los hechos, como el incremento la subida del salario mínimo, conseguida desde fuera del gobierno, lo desmienten.

[9] Carlos Tuya. El Robot Socialista. Nuevo paradigma de la sociedad digital. Amazon, 2019.

La izquierda y el síndrome de la marmota