jueves. 18.04.2024

La izquierda en su laberinto

Malos tiempos para la izquierda cuando la cuestión nacional, siempre latente en España, pasa a convertirse en el problema político principal, el eje divisor entre los ciudadanos.

La gran esperanza de un cambio profundo en nuestro país que afectase a todos los ámbitos de la vida social, desde el económico hasta el político, pasando por el institucional, despertada por los movimientos sociales y la sorprendente irrupción de Podemos, y que tuvo su reflejo durante unos meses en la intención de voto de los españoles, parece que se va disolviendo poco a poco según nos acercamos al momento electoral de la verdad. El mismo término de cambio ha dejado de ser patrimonio del partido emergente para socializarse, y hoy es parte de las señas electorales de todos los partidos, derecha incluida, aunque con diferencias. Dentro del imparable proceso de mercantilización de la sociedad, las elecciones se han convertido en un mercado más donde los productores de ofertas políticas buscan seducir (como le gusta decir al filósofo Byung-Chul Han) a los compradores/votantes. La naturaleza de los contenidos programáticos pasa a segundo plano, cuando no se enmascara bajo técnicas de marketing que incluyen pintorescos ejercicios de riesgo, cante y danza de los líderes, o el fichaje de personalidades que avalen la calidad y autenticidad del producto. Así, ante el elector de izquierdas y progresista, hastiado de la corrupción, golpeado por la crisis económica, cada vez más desprotegido socialmente, huérfano de representantes creíbles y honestos, motivado por la movilización sectorial y la defensa de las conquistas sociales, se le plantea el difícil reto de elegir entre varias opciones de cambio. Un laberinto de propuestas de los partidos de izquierdas, muchos idénticas, otras similares, la mayoría sin más horizonte que atender a la emergencia social,  salvo en el PP que no puede aceptar que tal situación exista. Aunque aún por precisar en algunos casos, las necesidad de afrontar aspectos como la lucha contra el fraude fiscal, la defensa de la educación, la sanidad y los servicios sociales, la reorientación del sistema productivo, la atención a los parados, y la reforma constitucional, se recogen en los programas electorales de la mayoría de los partidos con las lógicas diferencias. De ahí que uno de los aspectos más importantes en la decisión del voto sea el de la credibilidad, donde el PSOE tiene serias dificultades, Podemos no consiga ser percibido como una opción moderada, y Unidad Popular necesite hacer hincapié en la experiencia de IU y a la solvencia radical de su programa.

A la dificultad por las similitudes programáticas, se une la división. Así, donde el votante de izquierdas y progresista esperaba unidad, al menos la unidad que ha vivido en las movilizaciones frente a la crisis, se encuentra con una oferta aún más variada que en anteriores ocasiones, cuando la crisis no era la verdadera emergencia: PSOE, Podemos, Unidad Popular, Recortes Cero, La Izquierda… Cómo decidir el voto, dónde depositar la esperanza de cambio, quién garantiza mejor la respuesta al desmantelamiento del Estado del Bienestar, dónde encontrar una propuesta programática creíble de salida a la crisis global que padecemos que signifique algo más que una renovada repetición de lo mismo, o una estancia en cuidados intensivos que nos permita seguir aguantando el mismo sistema neoliberal (reformado o regenerado) hasta la próxima e inevitable crisis. ¿Hay alguien que proponga algo que, atendiendo las necesidades más inmediatas y urgentes, trascienda los efectos de la crisis para avanzar a un nuevo modelo de sociedad que erradique las causas estructurales de la crisis?.  Peguntas de difícil respuesta ante un desafió de la envergadura con el que nos enfrentamos y que, para colmo, ha sido distorsionado por la cuestión catalana. Por eso me gustaría empezar abordando esto último, porque va a convertirse, con toda probabilidad, en un tema ineludible, sin respuesta sencilla ni solución fácil, pero capaz de influir negativamente en las opciones de la izquierda, fundamentalmente la trasformadora o radical.

España si, pero qué España.

Malos tiempos para la izquierda cuando la cuestión nacional, siempre latente en España, pasa a convertirse en el problema político principal, el eje divisor entre los ciudadanos, hasta el extremo de oscurecer, distorsionar o anular, las cuestiones que afectan a la vida cotidiana de la gente. Es el territorio de las ideas fuerza emocionales, que trascienden el contenido particular vinculado a las demandas socioeconómicas, tan caras y útiles a la derecha, o a los populismos (de ahí la incomodidad de Podemos, y sus actos contradictorios o erráticos en esta cuestión). La izquierda solo puede abordar la llamada cuestión nacional desde la perspectiva estratégica de transformación social, y de respuesta a los problemas y las demandas socioeconómicas de los trabajadores. Por eso es necesario no caer en la trampa nacionalista catalana, vinculando su solución democrática a la resolución del problema general llamado España, que es una crisis de modelo de sociedad. De hecho, esa es la única posibilidad de formular una propuesta realista de solución. Por ejemplo, bien está que se propugne un referéndum vinculante o político (en la práctica todos lo son) en Cataluña, pero eso implica en la práctica cambiar la Constitución española, lo que conlleva, a su vez, el contundente triunfo electoral de los partidos dispuestos a abordarla, y necesariamente abocaría a un proceso constituyente de mayor o menor calado; es decir, un proceso de revisión de las bases jurídicas del Estado. Incluso una reforma federal de la Constitución como propone el PSOE exige un pacto previo, no solo para lograr los votos necesarios para su aprobación, sino para determinar la profundidad y amplitud de dicha reforma, que deberá ser igualmente refrendada posteri0rmente, en un largo proceso que incluye la disolución de las Cortes y nuevas elecciones. El problema no estriba tanto en la dificultad, ya de por si enorme, de alcanzar las mayorías parlamentarias necesarias para llevar la reforma a cabo, como en que la cuestión nacional catalana no va a esperar pasivamente a que tal proceso culmine con éxito. Así pues, el consenso necesario para abordar la cuestión nacional debería incluir a los propios nacionalistas catalanes, que no parecen muy interesados en iniciar un nuevo procés distinto del que están embarcados, pese a la imposibilidad de llevarlo felizmente a cabo. Nos encontramos pues ante un nuevo laberinto, en este caso nacional, que solo tiene salida si se enmarca en un proyecto integrador de España, algo que únicamente puede ofrecer la izquierda trasformadora al inscribir la solución nacional en la propuesta global de solución a las cuestiones socioeconómicas fundamentales. No se trata, en suma, de que los trabajadores de Catalunya deban optar entre la clase dirigente nacionalista y la española, sino ofrecer una alternativa donde se aúnen sus fuerzas con las de los trabajadores de todo el país para construir un nuevo modelo de sociedad donde la cuestión nacional  deje de ser un problema político para convertirse en una cuestión cultural. Lo que nos lleva al tema central de este artículo.

Reforma, regeneración y cambio.

La magnitud, extensión y profundidad de la crisis desatada en 2008, pero incubada desde mucho antes, ha evidenciado que el modelo socioeconómico basado en el neoliberalismo y la democracia representativa mostraba serias deficiencias estructurales y de funcionamiento, poniendo en peligro su propia supervivencia. Desde la óptica reformista y regeneradora, la causa de los problemas nunca es el sistema como tal, sino el intruso que lo corrompe (capitalismo de amiguetes, injerencia estatal, especuladores, etc.,). Hoy parece que nadie niega esta evidencia empírica, por lo que el arreglo de las deficiencias e insuficiencias se ha convertido en el leit motif de la acción política tanto a derecha como a izquierda. Las diferencias son en unos casos de matiz, en otros de reformulación, y en una gran parte de aspectos y alcance de la reforma. Desde el punto de vista del análisis político, estas posiciones se dan tanto en la derecha como en la izquierda cuando tienen un mismo horizonte estratégico: preservar el sistema socioeconómico neoliberal. Lo curioso es que la propuesta de cambio, inicialmente mayoritaria, expresión de un anhelo difuso, pero muy potente, de la mayoría de los afectados por la crisis, y en este sentido transversal, ha perdido paulatinamente su carácter radical para convertirse en una expresión vacía que las distintas propuestas políticas rellenan de contenido reformista y/o regenerador.

Ciñéndonos a la izquierda (en el sentido convencional del término), que es lo que me interesa, la oferta electoral significativa (obviando, por tanto, los innumerables candidaturas testimoniales, habituales en el campo de la izquierda, o las más novedosas de Recortes Cero/Verdes y La Izquierda del juez Garzón) puede resumirse de la siguiente manera:

PSOE.- Los aspectos fundamentales de su propuesta política para las elecciones del 20 D se basan en acomodar, mediante su reforma, las instituciones a las nuevas exigencias ciudadanas para encauzar eficazmente la resolución de los conflictos: Constitución, Ley Electoral, cambio del Senado, autonomía y despolitización de los organismos de control (administrativo, judicial, económico), etc. En lo económico, un genérico enunciado de cambio de modelo productivo capitalista para liberarse de la dependencia del monocultivo turístico y del ladrill0. En lo social, blindaje del Estado del Bienestar, garantizando constitucionalmente los derechos a la educación, sanidad y servicios sociales. Una garantía enunciadora que tiene más de intención (moral) que de compromiso fáctico, ya que este obligaría a blindar también constitucionalmente la prioridad económica de lo social sobre lo particular, socavando el fundamento del propio sistema capitalista que defienden. En resumen, el PSOE, fiel a su tradición socialdemócrata, ofrece una opción reformista, avalada por los pasados logros en la modernización del país, pero lastrada por las políticas de austeridad de su último gobierno. Es decir, el problema del PSOE es fundamentalmente de credibilidad, como ya he señalado. Todos los cambios experimentados bajo la dirección de Pedro Sánchez están orientados a recuperar dicha credibilidad. A todo esto hay que añadir que la irrupción de Ciudadanos le resta atractivo para aquellos que se encuentran a gusto en el sistema neoliberal y piden solo su regeneración profunda y una reforma parcial

PODEMOS.- Tras unos primeros titubeos programáticos (la propuesta electoral de sus fulgurantes inicios ha desaparecido al ser matizada), y su consolidación formal de la protesta en partido con un fuerte liderazgo, ha entrado en la subasta electoral con una oferta socialdemócrata creíble. En su práctica política cuenta más el tactismo, que la profundidad estratégica, tal vez consecuencia de las bases teóricas laclaudistas de sus dirigentes, o el simple oportunismo electoral. Pero su apuesta voluntarista por la credibilidad frente al PSOE (nosotros si lo haremos) tropieza con la percepción ciudadana, que les sigue situando en la izquierda radical. Así, se ve forzado a combatir en el terreno moral frente a las propuestas de socialistas y Ciudadanos, ya que las diferencias programáticas son poco significativas, y el modelo de sociedad idéntico. Difícil papeleta que, de momento y a la espera de lo que pueda dar de si la campaña electoral, les obliga a un continuo deslizamiento hacia la moderación (incluido fichajes que aporten respetabilidad como la del ex general…) que pueden restarle apoyos por la izquierda vinculada a los movimientos sociales con el riesgo de terminar perdiendo más de lo que se gana. En cualquier caso, parece evidente que la pugna por desbancar al PSOE del liderazgo reformista socialdemócrata está resultado un fiasco, pese a que los socialistas no han conseguido una recuperación firme. Sin el voto de la derecha regeneradora, ni de la izquierda radical del cambio, solo le queda batallar por un puesto digno en el centro-izquierda reformista, donde el PSOE está dispuesto a dejarse la piel (las ideas trasformadoras las perdió hace mucho tiempo). Para mayor dificultad, Podemos se presenta divido en varias candidaturas (Galicia, Valencia y Cataluña), en una alianzas de izquierdas similares a la de las municipales, y en solitario en el resto. ¿Qué pasará con los diputados elegidos en las coaliciones?. ¿Se formarán grupos parlamentario propios como parece que desean las fuerzas dominantes en dichas candidaturas?. Y si no lo hacen, ¿los diputados de IU que puedan salir elegidos se incorporarán al grupo de Unidad Popular para fortalecer esta opción?. Sea cual fuere el resultado, no beneficia a una propuesta con vocación de gobierno nacional, cuya ya de por si escasas opciones se vería muy mermadas.

UNIDAD POPULAR-IZQUIERDA UNIDA.- Fruto de un fracaso unitario con Podemos, cantado por otra parte, la coalición se enfrenta al riesgo de una grave marginalidad operativa institucional, incluido el de no poder formar grupo parlamentario propio. Y no tanto por sus propuestas programáticas, que incluyen aspectos de cierta dimensión estratégica transformadora (banca pública, nacionalización de sectores estratégicos, auditoria, moratoria e impago de parte de la deuda, proceso constituyente…) como por su dificultad para aparecer ante los ojos del electorado de izquierdas como una opción útil y renovada. Como al PSOE, le pesan los muchos años de poco eficaz, por decirlo suavemente, actividad política, y de una notable ceguera ante la irrupción de los movimientos sociales frente a la crisis, lo que les convertía a ojos de los indignados en parte del sistema. Por eso, la tarea política fundamental de Unidad Popular-Izquierda Unida debe basarse en la diferencia y no en la confluencia, como hacen Podemos y PSOE; en la profundidad estratégica de su oferta electoral, dentro de un horizonte que traspase y desborde el simple parlamentarismo; en el carácter estratégico de su utilidad política, que presupone un proceso (más o menos acelerado en virtud de la correlación de fuerzas) de socialización democrática del Estado y de campos determinantes de la economía. Es decir, una diferencia que se base una propuesta alternativa de sociedad y no solo, pero también, en los distintos niveles y formas de reformismo  y regeneracionismo. El valor de toda estrategia de cambio consiste en subrayar la diferencia entre objetivos de carácter sistémico y reformas parciales, en una hábil y cambiante combinación de ambos. No solo porque tácticamente en ese campo la batalla está perdida, sino porque la radicalidad de la izquierda no es otra que su vocación trasformadora.

La utilidad del voto útil

Tras las elecciones vendrá el momento de los pactos y acuerdos para gobernar, dado que ningún partido estará en ondici0nes de conseguir por si solo la mayoría absoluta. Este escenario enmarca la importancia para el voto de izquierdas de su utilidad. Una visión tactista de lo posible es probable que actúe como idea fuerza a favor del partido o coalición mejor situado. Históricamente, este factor cultural (obtención del máximo beneficio) ha jugado de manera significativa a favor del PSOE y en contra de IU. Actualmente, el deterioro de la credibilidad de los socialistas aumenta la incertidumbre de esa utilidad, y crea un espacio dialectico para la política reformista de nuevo cuño (Podemos), pero también para la política trasformadora (Unidad Popular). En términos de utilidad estratégica, nos encontramos en un momento político de guerra de posiciones, donde lo esencial es conquistar puntos de desarrollo para avanzar hacia el cambio radical (sistémico). Y en ese sentido, si el deseo del votante de izquierdas es que cambie el modelo de sociedad, su utilidad consiste en que Unidad Popular consiga posiciones desde las cuales influir lo más decisivamente en la gobernanza para forzar los límites al cambio que imponen los consensos sobre el sistema, y que aceptan las opciones reformistas y regeneracionistas. En mi opinión, este objetivo, claramente explicitado, debe ser uno de los ejes de la próxima batalla electoral. Unos dirán: votadnos a nosotros porque representamos la socialdemocracia realmente existente; otros proclamarán: votadnos a nosotros porque somos la nueva socialdemocracia que no os va a fallar; finalmente, la izquierda radical debería explicar: votadnos a nosotros para conquistar posiciones desde donde avanzar en el proceso de cambio del modelo de sociedad. Esas son las verdaderas alternativas en el campo genérico de la izquierda. Y que el ciudadano, bien informado, con una perspectiva clara de la utilidad de su voto, elija. Creo que queda el sentido en que yo lo he hecho.

La izquierda en su laberinto