jueves. 28.03.2024

Edipo en la Atenas de Tsipras

Es un hecho, y una dramática paradoja, que los griegos eligieron a Syriza para quitarse la losa de la austeridad.

tsipras

En Atenas se inventó, o mejor dicho, se consagró la tragedia hace unos 2800 años. Tespis, cuyo parecido nominal con Tsipras es pura coincidencia, puede considerarse el primer autor dramático, al ganar en 536 a. C el Primer Concurso Trágico, instituido por Pisístrato, con motivo de las dionisíacas. Hace unos días, volvió a representarse en la capital griega una nuevo drama, esta vez con distintos protagonistas pero similar desenlace, si los dioses (grupos financieros y mercados internacionales) no lo remedian. El héroe de Syriza, como Edipo, tras enfrentarse con coraje al destino, ha terminado por aceptar lo inevitable: el III Memorando, más duro en muchos aspectos que los anteriores, menos irracional (económicamente) en algunos pocos. El nuevo Edipo-Tsipras ha terminado vaciándose los ojos ante el horror de lo obtenido tras la extenuante y meritoria lucha por conocer la verdad: nadie escapa a la voluntad caprichosa de los dioses del capitalismo. Ante este drama de larga duración (seis meses de negociaciones) y tras un radical vaciado del contenido programático que era la razón de ser y el orgullo de la izquierda radical, todavía hay quienes prefieren permanecer ciegos antes que vaciar su mente de conceptos erróneos, en un análisis triunfalista de una amarga derrota, que no deja de ser una curiosa variedad de hybris. Al contrario de Edipo, que se arriesgó a la ceguera física por conocer la verdad. Y como en toda tragedia, que básicamente consiste en teatralizar la percepción que los seres humanos tienen de su lucha contra el destino, al tiempo que tratan de conocerlo, la de Edipo-Tsipras debe servir de lección a los mortales, y resultar beneficioso y saludable al tener estos la oportunidad de excitarse y descargarse, de sentir compasión y terror, tal como señala Aristóteles.

Júzguese las trágicas palabras de nuestro héroe en el Parlamento griego: Teníamos tres opciones: un acuerdo que no me gusta, la quiebra o la salida del euro. O las más sinceras, como corresponde a un actor secundario, del Ministro de Finanzas Tsakalotos: No sé si hicimos lo que debíamos hacer. Sé que no teníamos alternativa. Y compárense con las del siempre imaginativo dirigente de Podemos, Iñigo Errejón felicitando a Syriza: Enhorabuena Alexis Tsipras, tercera victoria contra la Troika. Una gloriosa victoria que la ha convertido en ¡Cuarteto!. Pobre país si los que quieren regenerarlo tienen esa capacidad de análisis.    

Pero no solo nuestros politólogos, acostumbrados a los debates académicos llenos de sutilezas, han cantado loas al proceso griego, defecto bastante común entre los partidos políticos a la hora de juzgar a sus semejantes. Entre otros doctos profesores podemos encontrar también parecidas actitudes. El profesor honorario de Sociología de la Universidad Autónoma de Madrid, Antonio Antón, en su artículo La particularidad de la experiencia griega, critica con razón la tendencia de la izquierda clásica, que tilda de estalinista, a pensar que la revolución es solo cuestión de voluntad, una vez se dan las condiciones objetivas, pero termina cayendo en la tendencia, no menos nefasta, de la izquierda que justifica todo lo que hace la izquierda en el poder, actitud tan estalinista como la primera. Basta recordar que, en su momento, todos los comunistas debían estar al servicio de la URRS, que no comete errores, y si los hace es forzado por las circunstancias. La anulación de todo sentido crítico es el camino más seguro y directo hacia el fracaso de la izquierda. Como decía Orwell, es preciso una constante lucha para ver lo que tenemos delante de las narices. Justificar todo lo ocurrido sin más criterio que el de la única opción, demuestra un determinismo histórico similar al que critica. Parece de sentido común. Pero, como decía Gramsci, el sentido común está aún en gran parte detenido en la fase de la astronomía ptolemaica, no sabe distinguir los nexos reales de causa y efecto.(1) Por eso creo que debemos extraer algunas lecciones de la odisea de Tsipras, desde la rotunda negación de la austeridad hasta su incondicional aceptación, en un viaje cuya peculiar catarsis ha sido el referéndum.

Empecemos por plantear algunas preguntas ante el evidente fracaso en la lucha contra la austeridad: ¿Qué ha fallado? ¿Falta de pericia negociadoras? ¿Exceso de optimismo ante la idea de que nunca dejarían que Grecia saliera del euro (Grexit)? ¿Bisoñez a la hora de enfrentarse con la maquinaria del la UE? ¿Doctrinarismo político e intransigencia económica?. Pero antes de contestar unos datos para asentar el análisis sobra bases objetivas:

- Es un hecho, y una dramática paradoja, que los griegos eligieron a Syriza para quitarse la losa de la austeridad, que refrendaron su negativa con un amplio rechazo a la propuesta del Eurogrupo, y que han envuelto a elegir a Syriza para que acepte (y trate de suavizar) lo tan contundentemente negado hasta ahora.

- El indudable triunfo electoral de Syriza se ha saldado con una significativa pérdida de votos, en un ambiente de desilusión y apatía, que se refleja en la baja participación, aunque el peculiar sistema de asignación de escaños no lo refleje. Veamos:

                        Elecciones de Enero:         2.246.064 (36,34%)

                        Elecciones de Septiembre: 1.920.538 (35,47%)  

                        Total:                                  - 325.526 (14,50%)

- La situación actual tras los rescates y la aplicación de una política de austeridad expansiva por valor de más de 300.000 millones de euros es la siguiente: caída del PIB del 25% en cinco años; paro superior al 25% (60% entre los jóvenes); reducción media de las pensiones del 48%; reducción del gasto familiar superior al 30%; deuda pública del 180% del PIB, que previsiblemente alcanzará el 200% a corto plazo. Pero los grandes grupos financieros e inversores internacionales, también conocidos como los mercados, ya han descartado que la nueva vuelta de tuerca vaya a tener costes políticos.

- La aceptación del III Memorando conlleva condiciones más draconianas que los anteriores y una vigilancia  del cuarteto más estricta. Y la implementación de medidas como ampliación de la base impositiva para aumentar los ingresos, y en particular el IVA; el adelanto de medidas para mejorar la sostenibilidad a largo plazo del sistema de pensiones, dentro de unas reformas ambiciosas del sistema (pérdida de poder adquisitivo en román paladino); un programa de privatización significativamente aumentado, con la mención específica de la privatización del operador de transmisión energética (ADMIE); la modernización de la administración helena (sin duda necesaria, pero que significará más despidos); revisiones rigurosas de los convenios colectivos, los despidos colectivos y las movilizaciones laborales (sobran los comentarios)… Cierto, esta vez hay ciertas dosis de racionalidad económica en el nuevo rescate, como un ajuste fiscal menos agresivo (e imposible de conseguir), que se traducirá en un objetivo de déficit del 0,25 % del PIB para 2015, un superávit primario -el resultado de los ingresos públicos por impuestos menos el gasto sin contar con los intereses de la deuda- del 0,5 % para 2016, de 1,75% para 2017, y de 3,5% para 2018. Todo ello debería permitir, según estimaciones del Gobierno que están por ver si se cumplen, un ahorro a las arcas griegas de unos 20.000 millones, y suavizar el impacto social de las medidas de austeridad. Además, se mantienen la mayoría de las medidas sociales aprobadas este año, como la ley de la ayuda humanitaria o la eliminación de las tasas por consulta médica. En contrapartida, el Gobierno deberá consultar y acordar con el cuarteto de acreedores todas las acciones relevantes para el logro de los objetivos antes de que hayan sido legalmente adoptadas.

- Todo ello significa, en el mejor de los casos, una nueva etapa de ajustes, recortes, aumento del paro, perdida de poder adquisitivo y una dosis más de sufrimiento para las clases trabajadoras. En el peor, un nuevo fracaso, como vaticina Varufakis, y el temido Grexit, para el que sería una temeridad no estar preparados. Tsipras deberá navegar entre Escila y Caribdis de la contestación social y el aplauso del Eurogrupo y los mercados. O, si se quiere, al dilema de la credibilidad, expresado con agudeza humorística por el marxiano Groucho: ¿A quién va usted a creer, a mí o a sus propios ojos?

Aprender de los errores para no volver a cometerlos

Tratemos de contestar ahora a la incómodas preguntas anteriores. Empecemos por la negociación, a cara de perro, con los socios acreedores de la eurozona. Luego veremos si la gestión gubernamental en los meses de gobierno de Syriza también pueden enseñarnos algo.

Parece como si el planteamiento final de Tsipras haya sido algo como: si a tus propuestas, pero siempre que las hagamos nosotros. Es decir, al final lo que se ha ventilado es un curioso principio de soberanía, consistente en cederla ante el riesgo de salir del marco donde los países miembros ha decidido compartirla. Visto así, la convocatoria del referéndum y la propuesta negociadora posterior, que convertía el Oxi en Nai en un curioso juego de transustanciación, puede entenderse como una arriesgada jugada para romper el mecanismo de toma de decisiones en el Eurogrupo, donde una parte, comandada firmemente por Alemania, ha estado imponiendo, sin apenas resistencia, el ritmo y contendido del proceso negociador, y donde solo cabía asentir dócilmente. Es decir, Tsipras tal vez lo que ha intentado es romper el círculo perverso de propuesta/contrapropuesta/propuesta… y comenzar de nuevo las negociaciones desde una posición más fuerte políticamente. Y en este sentido, aun a costa de una fractura interna, el desencanto de parte del electorado manifestado en la alta abstención, puede decirse que lo ha logrado. Veremos en las próximas concreciones del III Memorando lo que le permite conseguir.

Recuperado el protagonismo, quedan al descubierto los errores en el proceso negociador. Porque parece evidente que no se iniciaron las negociaciones con el Eurogrupo, a las que obligaba el programa electoral de Syriza y la situación económica de Grecia, con vencimientos de deuda perentorios, con una estrategia negociadora bien definida, como ha reconocido el propio Tsipras. El primer error fueron las famosas líneas rojas. Resulta sorprendente que un político ya curtido como el dirigente de Syriza haya planteado como punto de partida negociador la existencias de líneas rojas, olvidando algo tan elemental como que en una negociación política no existen líneas rojas sino correlación de fuerzas. La líneas rojas solo tienen sentido en una negociación contable, comercial: uno puede pagar hasta cierta cantidad, y el otro puede vender hasta cierto precio. Es la negociación bajo ley de la oferta y la demanda. Y en este caso las líneas rojas no las fijan los protagonistas sino su capacidad económica. Ahora bien, cuando lo que se negocia es qué hacer con la enorme deuda contraída y la política de austeridad que imponen los acreedores y prestamistas para seguir prestando dinero y asegurarse su cobro, la negociación es necesariamente política. Y entonces no hay líneas rojas que valgan, como el propio proceso negociador ha evidenciado.

Desde el principio Tsipras y su ministro, el profesor Varufakis plantearon -el segundo a su manera, ganando amigos- correctamente el problema económico, pero careció de lo fundamental: una estrategia negociadora política que debía incluir, por su propia naturaleza, la necesaria búsqueda de alianzas. Da la impresión de que olvidaron, al menos al principio, un hecho capital: los acreedores son también socios y, por tanto, posibles aliados, al menos algunos de ellos, en la construcción de la UE. Sencillo, pero nada simple. Un economista, por muy brillante y mediático que sea, nunca puede sustituir al político en una negociación de estas características. ¡Es la política, estúpido!.

Si la negociación es eminentemente política, la correlación de fuerzas pasa a primer plano. Es una cuestión fundamental que, o no se ha tenido suficientemente en cuenta, o se ha valorado incorrectamente. Tsipras debería haber sido consciente de que era la parte débil de la negociación política, y que su capital democrático, incluso incrementado por el referéndum, no era una baza suficiente ya que el Eurogrupo también tiene su propio capital democrático. De hecho, empeoró su posición negociadora. Podrá objetarse que Tsipras no ha encontrado en el Eurogrupo aliados dispuestos a defender sus propuestas. ¡Evidente! La socialdemocracia es un aliado difícil, esquivo, desconfiado, maniatado ideológicamente por su aceptación sin reservas del capitalismo como el menos malo de los sistemas económicos posibles. ¡Pero es el único aliado!. En la Europa actual no se puede avanzar hacia la trasformación de la sociedad sin contar con la socialdemocracia. Toda estrategia que no parta de este elemental hecho está condenada al fracaso. La fortaleza negociadora de Tsipras ante el Eurogrupo, al que ahora se va integrar con todos los honores, no estribaba ni estriba en su poder legitimador democrático. Dependía y depende de la correlación de fuerzas en el tablero de negociaciones. Posiblemente, los resultados nunca hubieran podido ser muy alentadores, porque la posición de partida de Tsipras era y es pésima debido al colapso económico creado por los anteriores rescates gestionados por el PASOK y Nueva Democracia. Pero tal vez hubiera sido más provechoso haber llegado a un acuerdo con los posibles aliados (Francia e Italia fundamentalmente), cediendo en lo que hubiera que ceder, frente a la postura dominante de la austeridad a ultranza conservadora y neoliberal. Y luego someter a referéndum el acuerdo logrado, que hubiera sido mejor que el finalmente firmado ante la presión del corralito y la asfixia financiera. Cuando uno está solo en su radicalidad democrática, tiene que fortalecerse en la moderación que permite conseguir aliados. Y eso no es renunciar a nada, no es traicionar las líneas rojas del programa, no es mostrar debilidad, sino comprender la relación de fuerzas y actuar en consecuencia. Hay tantos ejemplos históricos de negociaciones en situación de grave desigualdad que produce sonrojo tener que insistir en ello: el más claro, la Paz de Brest-Litovsk (2) que exigió un duro enfrentamiento de Lenin con sus detractores dentro del propio partido.

Claro que todo lo dicho genera nuevos interrogantes sobre el comportamiento político de Tsipras: ¿No tenía otras opciones sino convocar un referéndum, ganarlo por goleada, y al día siguiente aceptar todo lo que en dicho referéndum se rechazaba?. ¿Sabia que el triunfo del No significaba enfrentarse al dilema de una salida (ordenada y pactada como pretendía Alemania) del euro, o claudicar sin condiciones?. Y, si lo sabía ¿por que no se lo planteó en esos términos a la ciudadanía en el referéndum?. Y, si no lo sabía ¿lo comprendió la misma noche del triunfo, como parece indicar su rapidez en aceptar lo que los griegos habían rechazado?. Finalmente, ¿era consciente de la fractura que su actitud podía producir en Syriza, y del desencanto de amplias capas de la población ante tamaña pirueta política?. ¿Se ha comportado Tsipras como un ingenuo, o como un cínico, un oportunista, y un mentiroso?. Los griegos parecen haber sancionado lo primero. Y se entiende, porque es difícil dudar de la honestidad de Tsipras, su gran baza electoral ante tanto corrupto e incompetente. Yo estoy seguro de que tratará de aliviar su drama personal y su fracaso político (pese al éxito electoral) que le ha llevado a tener que realizar lo contrario de lo que siempre había defendido, buscando atenuantes a las draconianas medidas del III Memorando. Yo espero y deseo que lo consiga. Pero la gran lección política del drama griego es el camino experimentado por Edipo/Tsipras. Un proceso de metamorfosis ya conocido en nuestro país, y realizado por Felipe González: deshacerse de planteamientos radicales (si es consecuente, debería cambiar el nombre de su partido) y de sus incómodos representantes para abrazar decididamente la socialdemocracia homologable en la Unión Europea, una vez constatada la imposible resurrección del PASOK (lo que puede explicar la coalición contranatura con la derecha nacionalista). Es de esperar que esta metamorfosis, una vez neutralizada toda veleidad radical, signifique al menos el fin de la incertidumbre económica y el inicio de una recuperación al menor coste social posible. De ocurrir será un avance histórico en la Grecia clientelar de las familias políticas tradicionales. Pero, que no se trate de vender como una alternativa de transformación del capitalismo. Esa sigue siendo, debilitada desgraciadamente, la gran apuesta de la izquierda verdaderamente radical. Pese al fracaso de la candidatura disidente de Unidad Popular (LAE), cuyo mayor error ha sido proponer directamente la salida del euro y la vuelta al dracma cuando el 80% de los griegos lo rechaza. De nuevo el mismo fallo: falta de comprensión de la correlación de fuerzas dentro de la sociedad; correlación que se resuelve en la esfera política de la Hegemonía. Esto es: la estimación del grado de homogeneidad, de autoconsciencia y de organización alcanzado por los diferentes grupos sociales, y en concreto por las clases trabajadoras.

Pero este es un concepto más peliagudo, dado el uso (mal) y abuso (torticero) que hacen de él Laclau y sus acólitos en nuestro país.


(1) Antonio Gramsci. Antología. Selección, traducción y notas: Manuel Sacristán. Akal, 2013.

(2) Tratado firmado el 3 de Marzo de 1918 entre Alemana, Bulgaria, el Imperio austrohúngaro, el Imperio otomano y la Rusia soviética, por el que esta última aceptaba las duras condiciones impuestas por los delegados de las Potencias Centrales. Antes de firmarse, una fracción radical, encabezada por Nikolái Bujarin se opuso a dicho tratado, defendido por Lenin, consciente de la correlación de fuerzas desfavorable a los bolcheviques una vez que las esperadas revoluciones obreras no se hubieran producido.

 

Edipo en la Atenas de Tsipras