viernes. 29.03.2024

¡Que vienen los comunistas!

Ojito con la excesiva devoción por la centralidad, porque se está convirtiendo en una arcadia feliz para mucha gente.

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Ojito con la excesiva devoción por la centralidad, porque se está convirtiendo en una arcadia feliz para mucha gente

Tras las primeras elecciones municipales de 1979 que dieron la Alcaldía a Don Enrique Tierno por el acuerdo entre el PSOE y el PCE, se produjo un reparto de las áreas de gobierno y fue a recaer, entre otras, el Área de Sanidad en manos de un concejal comunista. De las muchas anécdotas memorables en esos momentos hubo una que me llamo poderosamente la atención: Un alto cargo, a la sazón funcionario y de conocidas ideas ultraconservadoras, de dicha delegación decidió prepararse concienzudamente para el cambio que se avecinaba y se compró nada menos que... ¡las obras completas de Lenin!. Sospeché siempre que el buen hombre sudó lo suyo tratando de "formarse" una idea de lo que se le venía encima, teniendo en cuenta que de haberse leído los tres tomos se hubiese convertido en el único español, incluidos todos los militantes comunistas de aquella época, que hubiese efectuado tal proeza. Tal vez hubo algunas excepciones... porque nada es perfecto.

De manera que en estos días de zozobras ideológicas y de "frentes  constitucionalistas"; de concentraciones de devotos demócratas que para demostrarlo rompen la crisma a los “bolivarianos” cámaras de la Sexta, prometiéndoles un destino similar a los quemados vivos por el ISIS; y, desde luego, de todo un coro de preocupados ciudadanos de diversas obediencias interesados en la estabilidad de la economía; se me antoja que tal vez haya alguien rebuscando en las librerías a fin de "comprender" a los posibles nuevos gestores de la ciudad. Para otros la preocupación tal vez será el manejar la situación con los nuevos inquilinos de la Cibeles, ( si se confirma su elección) después de insultarlos en privado y hacer todo lo posible para que no se sienten en las poltronas de gobierno. Descartado el comprarse la obras completas de Lenin o estudiar profundamente el vuelo de el pajarito que ilumina a Maduro, la pregunta del millón sería el clásico ¿Qué hacer?

La primera respuesta positiva y sensata pasaría por actuar con un mínimo de responsabilidad social, imprescindible en estos momentos en que todo aventurerismo que pretenda obviar el resultado real de las urnas puede pagarse caro. Porque la especie política de que la estabilidad la da la lista más votada es una manipulación mediática con la que se pretende colar un proceso escasamente democrático, en un sistema como el nuestro donde todos los cargos de gobierno de eligen por procedimiento indirecto. Si no, no haberlo inventado como soporte de la transición.

Porque si lo que se pretende de verdad es estabilizar las mayorías políticas de manera democrática solo hay una fórmula realista: Cambiar la Ley electoral e implantar un sistema de doble vuelta. Que el pueblo dirima y decida los desempates. Está todo inventado. Y sorprende que estos momentos de aclamaciones de democracia participativa parece que nadie quiera dejar en manos de la bien amada ciudadanía tema tan trascendental. No hay otra fórmula que darle al pueblo directamente la capacidad de decidir qué mayoría efectiva desea como gobierno. La interrogante decisiva es el porqué no se ha hecho antes con tanto demócrata en el poder absoluto durante largos años. Y de otra parte, los que pretenden encontrar la piedra filosofal de los cambios necesarios en el pluripartidismo sin más, deberían de estudiar los fenómenos de la IV República Francesa y el Pentapartito Italiano y en lo que desembocaron. Pero como es historia antigua...

Entre tanto, habrá que respetar a los salido de las urnas y sus votos. Resulta que en Madrid Comunidad, por ejemplo, hubo 150.000 votos de IU que la regla D’Hondt le permitió zampárselos en gran parte a la minoría de Doña Cristina Cifuentes, cuya “mayoría” no sería tal.  Porque minoría social y electoral es y no otra cosa. Y lo mismo pasa con Doña Esperanza Aguirre, ya que de no merendarse los votos de IU ni siquiera podría considerarse la lista con mayor número de concejales. Y otro tanto ocurre en todas las latitudes sea el que sea el perfil político. Le guste esto o no a Susana Díez. También parecen olvidarse de algo tan obvio algunos de los emergentes presentando sus resultados y sus primeras "iniciativas de gobierno" como si de mayorías absolutas -si, esas- se tratase. Porque las minorías, como los sueños, minorías son, que diría Calderón. Se supone que las urnas han arrojado un mandato de diálogo y, en consecuencia, las nuevas etapas requieren otras comprensiones y otras formas de compromiso diferentes a la Trágala liberal del siglo XIX cuya cantinela ha llegado hasta nuestros días. Que pare.

Sosiéguese pues el personal ya que, aunque el miedo es libre, el pánico es el peor consejero para la estabilidad. Y desde luego la peor inestabilidad es la que se derivaría de un escenario de operaciones espúreas como las que se han pretendido facturar en estos días de zozobra y picadora de papel. Me temo que esta vez si alguien lo intentase, lo promoviese o lo autorizase, desde cualquier supuesta autoridad política tanto de derecha como de izquierda, fracasaría y perdería toda su posible credibilidad democrática para siempre. Por ello, ojito con la excesiva devoción por la centralidad, porque se está convirtiendo en una arcadia feliz para tanta gente que hasta los mas ambiguos calculistas de los espacios políticos tienen tarjeta de embarque para eso. Y ya se sabe lo que pasa cuando hay "overbooking".  Parece más efectivo el que la izquierda solvente abandone ese cáliz, porque la única política convincente es tener suficiente crédito democrático y no alimentar el miedo a la libertad o favorecer lo ambiguo. Eso sí que sería antiguo y contraproducente.

Solo nos queda pues la ilusión de que los imprescindibles y tan reclamados cambios en el comportamiento de los representantes públicos no se frustren. Que los viejos en la plaza entiendan los nuevos mensajes de su electorado, que más de uno sigue sin enterarse. Que los nuevos actores no se hagan viejos en la mercadería política por un procedimiento exprés en el que ya hay quien apunta maneras. Y que otros poderes reales -fácticos- y eternos dejen de manipular groseramente nuestras conciencias en función de sus puros intereses. Para que lo que venga sea más libertad y más democracia real. Para que nadie por miedo o por desolación, compre la ideología que no comparte. Como entonces.

¡Que vienen los comunistas!