jueves. 28.03.2024

¿Y ahora a quién deberían llamar?

rubalcaba

No tuve apenas relación con Alfredo Pérez Rubalcaba, ni me puedo contar entre sus indirectos colaboradores, tampoco de sus admiradores personales, hoy tan numerosos que incluyen en sus filas a los que incluso le combatieron encarnizadamente e, incluso, le odiaron. No pocos calificativos empalagosos escuchados estos días en ciertas bocas propias y ajenas producen cuando menos rubor. Pero el mismo resumió magistralmente  (como para tantas cosas y ocasiones) la forma excelente de enterrar de los españoles. Nuestra manera de expresar esa cultura mediterránea de la muerte nos lleva a veces a escenas bufas propias de El Padrino y el refrán castellano antiguo que finaliza con  ¨la cebada al rabo¨ tampoco es mal resumen.

Este escrito es, sin embargo, un pequeño homenaje tan desapasionado como entristecido para una persona que bien podría presumir en su epitafio del nerudiano “Confieso que he vivido”. Nadie duda de entre los que le conocieron bien de sus pasiones. La más evidente, la política, la cultivó sin duda hasta el último suspiro. Nadie que haya sucumbido a ella puede afirmar lo contrario sin pecar de modestia hipócrita. Fue por tanto un hombre del poder, aunque supo diferenciar la distancia entre el uno y la otra. Y tal vez por ello alcanzó un enorme grado de coherencia. Nada es absoluto porque la perfección no existe. Pero si alguna cosa esencial debería de destacarse del personaje es haber sido coherente. Tanto para la lucha por el poder como para asumir con enorme dignidad las consecuencias de su pérdida.

Fue un 20 de abril de 2016. Para entonces Alfredo Pérez Rubalcaba había dejado el cetro del poder y arreciaban las críticas (ahora mucho más templadas) a los comportamientos de la casta que lo usufructúa, cuando un grupo de irreductibles republicanos decidimos (en nuestro anual cocido madrileño de primavera que concelebramos desde hace mas de 23 años) que merecía el otorgamiento de nuestro “Garbanzo de acero a la persistencia democrática”.

Es un galardón anual que tenemos el honor de conceder a quien tiene la distinción de la coherencia política de forma continuada y permanente. Alfredo lo comparte con gentes dispares e ideológicamente diferentes. Como  Cristina Almeida, Manuela Carmena, Carlos Jiménez Villarejo, Almudena Grandes o Eduardo Gómez Basterra (ex presidente de la fundación Ramón rubial) entre otros.

De manera que en la presentación de la distinción garbancera no se nos ocurrió otra cosa que justificar la tradicional diversidad política e ideológica de los integrantes de aquel evento para poner en valor nuestra pluralidad. Y al tomar la palabra Alfredo Pérez Rubalcaba sentenció: “No os preocupéis por ello. Aunque los más de noventa que aquí estamos fuesen todos del PSOE la diversidad ideológica y la división política estaría garantizada”. Las carcajadas aún resuenan y es el momento de la foto que ilustra estas líneas. Pero al expresar esas palabras ponía en valor algo tan esencial como el que una organización política de amplio espectro y representativa de la sociedad que aspira a dirigir es precisamente eso. Diversa y plural. Es su forma de ser coherente con sus principios democráticos. Como lo fue Alfredo.

Porque lo que quisimos reconocer con aquella modesta distinción fue precisamente la persistencia en los comportamiento públicos éticos. Los de un hombre que teniendo un poder político enorme era capaz de retornar a su antigua actividad profesoral aceptar nuestra convocatoria por móvil entre clase y clase. Buscando el hueco que le permitía la finalización de una para acudir a nuestro encuentro. Con modestia no impostada. Y esto que parece tan elogiable y necesario en las acciones humanas es lo más difícil de constatar por infrecuente.

¿Qué Alfredo Pérez Rubalcaba siguió manteniendo posiciones políticas no precisamente coincidentes con la actual dirección de su partido? Seguro que también fue persistente en eso. Pero no recuerdo una sola manifestación pública que así lo expresase y haya podido ser utilizada  groseramente por los adversarios de su partido en la bronca y espesa campaña electoral reciente. Es la excepción de otros casos notorios y en su singularidad esta el mérito.

Tal vez por ello era pues al que algunos llamaban, según nos confiesan sin explicar exactamente para que aunque pueda suponerse. Las baronías (las políticas también), en su inconsciencia y tal vez sin saberlo, suelen tener tendencias tan papistas que hacen un mal servicio al monarca. Porque el énfasis de la personalidad política del hoy fallecido no es haber sido referencia de una parte, sino expresión del todo. De ese universo plural de la izquierda que tan formidablemente resumió en el simple homenaje republicano de un 20 de abril hace ahora tres años. Más allá de los fastos sepulcrales, esto es lo que principalmente hoy le reconoce la inmensa mayoría de la sociedad española, junto a su servicio a la patria de todos.

De manera que los que tengan que llamar a alguien para orientarse en sus vidas y acciones políticas deberían tal vez esmerarse más en buscar las respuestas en los comportamientos de Alfredo Pérez Rubalcaba que en sustituirlo por otro oráculo. No son otros valores que los practicó antes y después de dejar el poder institucional, que no el compromiso político permanente. Los hemos glosado aquí. Se llaman lealtad al país, coherencia democrática y decencia en el comportamiento público y privado. Que busquen por ahí. Entre tanto…  Gracias Alfredo

¿Y ahora a quién deberían llamar?