viernes. 19.04.2024

Perspectiva

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En cualquier país de América Latina, si el presidente perdedor de las elecciones pusiera en duda la legitimidad electoral del ganador, se le llamaría de manera inmediata “golpista” y su actuación sería calificada como un autogolpe. Curiosamente, cuando esto está ocurriendo, en directo, a los ojos del mundo -pero en Estados Unidos-, ningún medio de comunicación lo menciona de forma clara. Ninguno.

Cuando los partidos de la derecha en España (no hay actualmente un partido de centro) mencionan el social comunismo -en alusión a Podemos como socio del gobierno de coalición- no se atreven a utilizar los mismos términos cuando se trata del gobierno chino, que es comunista. Cuando se habla de China se refieren al gobierno chino, jamás al gobierno comunista. Es más, si mañana viene una gran empresa china a invertir en España cualquier alcalde del PP o Ciudadanos, le entregaría las llaves de su ciudad. Si, por el contrario, se tratase de Cuba, la derecha hablaría de la dictadura cubana, no del gobierno cubano.

Si la polémica viene dada por los acuerdos con Bildu, la derecha mediática, la política y la tertuliana, salen en tropel a defender la democracia y la constitución, los derechos de las víctimas y la catadura moral de la reserva espiritual de occidente. Debería valernos, también a nosotros, para entender que este juego no es posible -y me refiero a los socialistas- cuando estamos en la oposición. Bildu es un partido político que ha superado los requisitos legales para constituirse como tal, como lo ha hecho Vox. Vox -la ultraderecha- juega sus cartas con la derecha, con el PP y Cs; y Bildu juega sus cartas con la izquierda. Los votos de unos y otros, aunque nos puedan molestar, son votos legítimos.

La patronal madrileña ha comentado recientemente que le parecen bien las medidas que el gobierno de la Comunidad de Madrid hará en los próximos días, cerrando la comunidad de Madrid (sigue aplicando las medidas de cierre perimetral y toque de queda). Sin embargo, la misma medida de cierre, solicitada por el gobierno central en octubre -con los picos más altos de la segunda ola-; supuso que la misma patronal indicara que Madrid perdería 600 millones semanales y pidió al gobierno que “no demonice a la actividad empresarial”.

Libertad, ese término -uno de nuestros valores más preciados- que nos ampara para defender tantas cosas e injusticias, es utilizado (zarandeado diría yo) de cualquier manera, para intentar justificar lo injustificable. Libertad piden los negacionistas del virus (¿libertad para contagiar?). Libertad gritaban en el Congreso los diputados PP, Ciudadanos y Vox porque perdieron la votación por una nueva Ley de educación en España (o sea, ¿libertad en este sentido, sería haber ganado la votación?).

La utilización que vemos día sí, día también, de los términos en un sentido u otro es de una falta de perspectiva tal que sólo obedece a una visión de la política decadente y precaria. Decadente por la escasez de ideas, creatividad, experiencia, e incluso por la falta de formación adecuada. Precaria, por lo cortoplacista de sus propuestas. La vida termina en 4 años.

Ambas características se retroalimentan, lo precario convive muy bien con lo decadente. Hay que ser mas exigentes, con uno mismo y con los demás; pero si se empieza por uno mismo, lo más normal es que el listón del que está enfrente aumente por mero desequilibrio. No vale ajustar el listón a la baja, porque entonces se comete el error de vivir en el “y tú más”.

El sustento de la decadencia es el clientelismo; el sustento de la precariedad, la inmediatez de algunos medios y redes sociales. El clientelismo, es la mediocridad llevada a su máxima expresión, el amiguismo, el colegueo, incluso, el nepotismo. La tentación de intentar dejar una sentencia en 280 caracteres hace irremediablemente fútil la reflexión, aquí está la esencia de la precariedad.

De ahí, a las noticias falsas y un montón de líos…un cuarto de hora como dice un amigo. La perspectiva con la que se miran las cosas, el doble rasero sólo nos hace daño. Para superar esta cuestión, el primer paso es acabar con el clientelismo interno, abrir los partidos al mérito (de verdad) y lo más lógico será alcanzar acuerdos con los adversarios políticos (que no enemigos). La política era el arte de la negociación, y digo era, porque hoy no lo es; es más, se jactan -algunos políticos- de no negociar (por ejemplo, en los presupuestos generales del Estado).

Hay que acabar con esta tendencia, muy peligrosa, pues a la vuelta de la esquina, está el populismo…ese que espera pacientemente que una alcaldesa nombre a sus amigos en cualquier cargo, para señalarnos que todos somos iguales -lo que no es verdad-; a que un senador, para poder entrar al senado, tenga que inscribirse en un pueblo que no ha pisado en su vida, para así cumplir la cuota de amiguismo y colegueo que decía antes…y los populistas nuevamente dirán, mirar…así son todos. Javier Maroto, que a la postre vive en un pueblo de Segovia porque no le votan en su casa, no es de derechas, es un profesional de la política y, en este sentido, el PP, una oficina de empleo.

La perspectiva nos debe ayudar a corregir estos errores. La paciencia tiene un límite y lo peor, es que los populistas…están ahí, esperando…a que la mediocridad del clientelismo y la versatilidad de las noticias falsas nos den un sustito…o dos, si Trump sigue adelante con su golpe de Estado.

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