jueves. 28.03.2024

La burbuja política: clientelismo

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Quienes estén por la labor política, han de generar un antes y un después de su vida política/profesional

En muchas ocasiones he comentado el enorme peso que tiene el clientelismo en los partidos políticos, en la clase política y en la política en general. La globalización, uno de los factores de cambio modernos, ha puesto en evidencia el enorme coste político, económico y moral que ello supone.

Si llevamos este análisis a los partidos políticos, las sorpresas serían mayúsculas. El clientelismo, como lo define la RAE, es el “Sistema de protección y amparo con que los poderosos patrocinan a quienes se acogen a ellos a cambio de su sumisión y de sus servicios”. Lesmes, se acordará de este término por muchos años.

Cualquier análisis de esta fórmula nos lleva a entender por qué la gran mayoría de la ciudadanía entiende que la clase política es un problema, o es el problema. Lo que debería preocuparnos y mucho. Clinton no lo vio venir y Trump lo supo leer muy bien.

En este sentido, la aparición con fuerza de los nacionalismos, del populismo y de la extrema derecha por todo el mundo como en Estados Unidos, Brasil, Polonia o Italia son buenos ejemplos; y el aplastamiento de las instituciones hasta transformar la Democracia en un sistema autoritario, como ocurre en Venezuela o Nicaragua, es otro ejemplo a vigilar de manera certera.

Para evitar la aparición de los populismos –dejémoslo así- hay dos vertientes a trabajar –desde los partidos políticos-, para evitar lo que denomino “teoría de la burbuja” que es donde se produce este alejamiento con la ciudadanía que concluye finalmente en la aparición de los fenómenos comentados. 

El primero de ellos es la regeneración constante y autogenerada, que todo partido político ha de tener en sus reglas y normas, de tal forma que no sea necesario recurrir a grandes cambios para que se produzca la regeneración; en otras palabras, que nadie pueda perpetuarse en el ejercicio político más allá de dos legislaturas, acotar los tiempos de gestión para el poder.

El segundo de ellos, es que quienes estén por la labor política, han de generar un antes y un después de su vida política/profesional, en dos sentidos. El primero, que quienes opten a la cuestión pública por razones políticas, han de poder ofrecer a la ciudadanía un trabajo anterior –distinto y edificante- que sirva como efecto bagaje de lo que pretendo extraer para el aprovechamiento político, para dar a la ciudadanía algo diferente a lo que un político/a clásico puede dar (lo que popularmente se conoce como “más de lo mismo”). Y en segundo lugar, hacer un ejercicio de transparencia total del antes (a qué me he dedicado, qué gestión he hecho en mi vida profesional) respecto del ahora.

La regeneración política y la transparencia –entendida como bagaje-, experiencia y ejemplo (la experiencia puede ser positiva o negativa, esa no es la cuestión; la cuestión es que la ciudadanía sepa quién es su representante) serán los dos puntos en los que basar la nueva política.

La globalización supone un problema en los desequilibrios a nivel global; pero también –qué duda cabe- es un enorme pulmón de aire fresco que obliga a realizar cambios o a adaptarse a los mismos. El que se adapta, sigue y los partidos que no lo hagan, se quedarán en el camino.

El sistema representativo se pone en duda, pero quizás la pregunta que debemos hacernos es ¿si los y las representantes obedecieran a criterios distintos al clientelismo, estaría en duda el sistema representativo? Yo creo que no tendríamos la crisis de confianza que hoy tenemos.

Evidentemente no digo que todos los cargos son u obedecen a criterios clientelares, pero es obvio que los que saltan a la luz “curiosamente” tienen esta componente en el nombramiento.

La burbuja política: clientelismo