jueves. 28.03.2024

El enemigo del monte y del bosque: la mano del hombre

fuego

Todas y todos los somos senderistas y montañeros, que corremos el monte y amamos el monte vemos cosas cada vez más dañinas en las sierras y serranías, sobre todo en las cercanas a las ciudades y núcleos urbanos. Desde restos de botellones en zonas accesibles en coche a montes públicos, a latas metálicas de refrescos arrojadas en los caminos forestales, botellas de vidrio rotas o paquetes de patatas fritas con forro de aluminio en medio de senderos de los llamados familiares. Todo mecha pura para provocar fuego en medio de esta sequía y maleza abundante. A esto hay que añadir las urbanizaciones de casas o chales ilegales muchos de ellos, ante la pasividad y populismo depredador de muchos ayuntamientos y el egoísmo y la incultura de quienes desean tener una casa junto a pinadas y zonas forestales. El monte concebido como una parte más del mercado y para ello incluso se asfaltan pistas forestales de forma que se facilita la construcción ilegal e incluso corruptamente legal o la llegada de domingueros depredadores y mal educados a los que hay que añadir algunos senderistas insensatos y ciclistas de montaña acostumbrados a echar al suelo las fundas metalizadas de sus barritas energéticas.

La población urbana en general actúa en los montes con un egoísmo y mala educación generalizada.

El problema es que el capitalismo ha conseguido que nuestro futuro y el de nuestros hijos ya no nos importe, se trata de consumir al día, aparentar al día, destruir pensando que la tierra va a aguantar tanta destrucción. Cuando un monte se quema parte de nuestra vida se quema

Las y los senderistas cuando iniciamos rutas más allá de las que permiten el acceso del vehículo privado, -el otro enemigo del monte-, podemos ver antiguas cortijadas, masías o corrales abandonados ya la mayoría de ellos y lo primero que apreciamos es que están construidos con materiales del terreno, piedra y argamasa o los antiguos ladrillos de barro cocido y tejas morunas o catalanas, además de restos de cal. Estas construcciones fueron hechas respetando el entorno y aprovechando lo que daba el territorio, por personas analfabetas, en su inmensa mayoría pero que en su gran cultura, respetaban el medio que les daba de comer a ellas y a sus animales y ganado. Ahora la ganadería y la agricultura han cambiado mucho y ya no son necesarias construcciones en medio del monte que las distancias en burro, mulo o a pie exigían en su momento, así como la agricultura de subsistencia. En nuestros días el nuevo enemigo son las grandes macro granjas industrializadas de cerdos principalmente. 

La despoblación ha sido otro gran enemigo y la sustitución de la población autóctona por otra urbana temporal que no vive del monte y la tierra. Se pueden disfrutar del monte, claro, con respeto y educación. Sin depredar y sin adquirir o construir viviendas ilegales y menos legalizarlas. Se puede veranear en un pueblo serrano, claro, rehabilitando y construyendo en el propio pueblo, en los núcleos urbanos rurales. Otra mecha del monte son cizallas, soldaduras y cigarrillos en pleno monte mientras se construyen a veces verdaderas chabolas plagadas de mal gusto y materiales contaminantes.

El caso es que cuando hay un fuego se prefiere salvar por los servicios oficiales del fuego a una vivienda de recreo mal construida en un año que hectáreas de bosque de han constado mil, doscientos, cien años ser lo que son y nos proporcionan oxígeno a la humanidad. Granjas y explotaciones agrícolas, sería otra cosa.

Por tanto hemos de hacer propuestas para señalar soluciones y la primera pasa por prohibir la construcción de viviendas fuera de los propios núcleos urbanos rurales, es decir pueblos, que no urbanizaciones aunque sean legales.

En segundo lugar los agentes forestales debieran ser siempre autoridad y poder sancionar directamente en comunidades donde no lo hacen e incrementar su número y el de los bomberos forestales profesionalizados y públicos, también deben ser autoridades públicas. Hay que tener una relación de personas que circulan por espacios protegidos y eso es fácil, pues son de acceso limitado y a veces difícil, por tanto fácilmente controlable y por tanto poder saber quién puede ser el delincuente que ha provocado un fuego o arrojado contaminantes. Igual que hay torres forestales de vigilancia contra el fuego, se pueden controlar más del 50% de los accesos a los parques naturales o nacionales. Los pirómanos urbanos solo llegan donde llega una moto o un coche, los rurales son otra cosa, pero también son muchos menos. Recordemos las antiguas guías de tránsito.

En tercer lugar combatir la despoblación, proteger la agricultura y ganadería de montaña y potenciar cooperativas y planes de limpieza y aprovechamiento forestal.

El medio rural ha sido abandonado a su suerte y desde que se ha impuesto la lógica del mercado aplicada a todo el medio rural ha dejado de tener interés y a muchos pueblos no se les da otra opción más que el turismo rural y eso puede ser una ayuda e incluso un modus vivendi para algunos, pero no para la mayoría, además de olvidar la soberanía alimentaria en lugar de apoyar solo a la industria alimentaria multinacional que nos envenena y engorda. Además se crean situaciones de destrucción cultural y de formas de vida. Recordemos cuando un vecino fue sancionado por un juez, por tener gallinas en una aldea porque molestaban a algunos turistas. La cuadratura del círculo propiciada por la cultura y la cursilada urbanita al cubo.

A esto hemos de añadir que sin vida en la España vaciada los incendios gracias al cambio climático se seguirán provocando e irán a mucho más. Lo que protege el medio rural es que tenga vida propia y no que el monte y las sierras sean un parque temático. 

Necesitamos oxígeno para vivir y subsistir. El problema es que el capitalismo ha conseguido que nuestro futuro y el de nuestros hijos ya no nos importe, se trata de consumir al día, aparentar al día, destruir pensando que la tierra va a aguantar tanta destrucción. Cuando un monte se quema parte de nuestra vida se quema, estúpido.        

El enemigo del monte y del bosque: la mano del hombre