martes. 23.04.2024

Vivir a golpe de tragedia

El ser humano es un anhelante de certidumbre y, en contraste, al refugiado se le somete a una espera sin esperanza.

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El cuerpo inerte de Aylan, petrificado ante el suave mecido del oleaje, constituye la grosera escenificación de un estado de cosas que, lejos de ser parcelario y circunstancial, representa un relato de globalidad. El amarillismo de los medios de comunicación de masas convirtió la imagen del niño kurdo en el leitmotiv de una hipotética crisis.

La “literatura de urgencia”, que confunde términos y manipula realidades, se adueña del imaginario colectivo. Las palabras, en su condición performativa, crean realidades y, por ello mismo, aquel que informa está ventajosamente posicionado en la posesión de poder.

Los sucesos que se agolpan en las primeras planas de los periódicos, en ningún caso coyunturales, son fruto de una política migratoria sostenida, constante; de un cálculo político basado en el control del flujo y la externalización de fronteras. Esta realidad se adereza a posteriori en portadas alarmistas y sobredimensionadas que quiebran el código deontológico de la ética periodística.

La supuesta crisis de refugiados no es tal, sino que responde a una lógica sistémica y a determinadas motivaciones estructurales de aquellos que configuran el mercado global. La propia presión migratoria es una patraña si se tiene en cuenta que son 8.000 las vidas humanas que cruzaron la frontera española en el pasado año, por las más de 810.000 que se agolpan en la costa griega.   

La mediatización de la problemática migrante congrega y dispersa a los tristes protagonistas de la noticia: los asilados no son los que poseen dicho status legal, sino aquellos que salen en televisión. Se corre, por tanto, un peligro de subjetivar la cuestión migratoria, de categorizar a los individuos desplazados y jerarquizar su sufrimiento.

El elemento disonante, focalizado en una diferente tutela jurídica, no debería hacer olvidar el nexo de unión entre refugiados y migrantes económicos. La hambruna o el desastre climático constituyen un entorno expulsor de idéntica legitimidad que  la atrocidad de la guerra; además de que, claro está, la inmigración debería observarse como una oportunidad en sociedades ya constituidas como espacios de mestizaje.

En este punto es donde la Europa-fortaleza, avergonzada y agazapada tras más de 260 kilómetros de cemento y alambrada, padece una amnesia colectiva que tacha de la lista de posibles soluciones las ya ratificadas convenciones de refugio. En palabras de Hannah Arendt, la práctica del derecho de asilo demuestra o no la vigencia real de los derechos fundamentales y, por desgracia, resulta evidente la ausencia de ambos.

Frontex, la agencia externalizada de protección de fronteras, se encarga de las operaciones de retorno conjunto. Entretanto, el patrullaje de la OTAN en el Mar Egeo evidencia la militarización de una contraproducente respuesta europea que, en lugar de ofrecer canales de paso seguros, se excusa en la lucha contra el tráfico ilegal para emprender la coacción con el colectivo asilado. Si se tiene en cuenta la prórroga de los hot spots, considerados como verdaderos centros de deportación masiva, se hace patente un reto mayor que el de desbordar el pírrico reparto por cuotas.

El propio tráfico ilegal, que desde el año 2000 ha recaudado la escalofriante cifra de 15.700 millones de euros, es observado conniventemente por la burocracia europea, a lo que se suma que son tan solo 13.000 millones lo invertido en su erradicación. Mientras esta asimetría de esfuerzos siga presente, el reposo del Mediterráneo seguirá siendo la sepultura de más de cinco millones de vidas.

A pesar de ello, la inacción de la UE no implica su parálisis total en las intentonas por escapar, que no solucionar, de este asunto. La negociación bilateral con el régimen neosultanista de Tayyip Erdogan debería avergonzar a una caricatura de Europa basada en el chantaje y la colocación constante de parches. El gigantesco tapón turco acoge a dos millones de refugiados, y recuerda que el 86% de ellos se encuentran en países empobrecidos.

Siguiendo esta misma línea argumental, si la Unión Europea tuviese la misma proporción de refugiados que el Líbano, esta debería acoger a 135 millones de personas. La realidad difiere claramente de esta cifra: son 160.000 los seres humanos que han sido “tolerados” en un reparto administrativo que aún no se ha dado. Y no se va a dar.

La manifiesta podredumbre del proyecto europeo encierra una lógica, denunciada antaño por Baudrillard, generadora de un cisma entre globalización y universalidad. Mientras que lo primero corre en paralelo a la financiarización, lo segundo hace referencia a unos valores y libertades que permanecen estáticos. Ambos procesos multidisciplinares, de proyección expansiva y progresos antagónicos, evidencian la reclusión de Europa.

Este proceso de encierro sobre sí misma, fácilmente identificable en la crisis de refugiados, conlleva unos esquemas de exclusión que convierten a los refugiados en una unidad negativa inasimilable. El “umbral de la destrucción del otro”, según el filósofo Santiago Alba Rico, se revela en diversos mecanismos, siendo la conversión de la multiplicidad en unidad, y su posterior contemplación como elemento nocivo, la más reproducida.

Por desgracia, el aumento de una xenofobia que trabaja sobre lo empírico da la razón a este modelo de reciprocidad desigual del poder, donde la espontánea racialización del diferente le convierte en un intruso al que dar la bienvenida con hostilidad. El sujeto europeo, para no asumir su deuda histórica, prefiere olvidar la explotación inmisericorde de recursos, la subordinación sistémica a la condición orientalista, o las guerras provocadas por una geopolítica del caos basada en la doctrina del shock.

De alguna manera, el ser humano es un anhelante de certidumbre y, en contraste, al refugiado se le somete a una espera sin esperanza. La imagen de Aylan no es más que el retrato de un grito silenciado, así como la lógica estructural de la Unión Europea la foto fija de un proyecto degenerado. Parece necesario reelaborar el dolor en busca de una trascendencia verdaderamente humana; parece necesario asumir lo sistémico de aquello que se presenta como puntual. En definitiva, parece necesario dejar de vivir a golpe de tragedia. 

Vivir a golpe de tragedia