jueves. 25.04.2024

Hespaña

Quizá, siguiendo los patrones de renovación lingüística, sea la hora de jubilar el término España y permitir que la hache muda altere su apariencia.

No, no se trata de una errata. El significado de la palabra que da título a este artículo viene a revertir esta recriminación: quizá la incorrección, alejada de lo meramente gramatical, resida en el término que la RAE sí da por válido. Quizá, siguiendo los patrones de renovación lingüística, sea la hora de jubilar el término España y permitir que la hache muda altere su apariencia. El hecho de poner o no una simple letra establece la diferencia entre un país oficial, obcecado en pactar su autodestrucción, y un país de países oficioso, patrimonio del futuro.

Alfonso Rodríguez Castelao fue el pionero en pensar bien este país y escribirlo mal. Durante algunos años se llevó a cabo una campaña de argumentos difusos y motivaciones incongruentes para desbeatificar al genio gallego, pero fracasó: el legado del padre del nacionalismo gallego salió fortalecido. En Sempre en Galiza, proclama sustancial del galleguismo y obra culmen de este polifacético escritor, pintor, médico, y político, se trazan las líneas maestras para la construcción federal del Estado.

Escrito durante su exilio bonaerense, del ensayo se destaca la resistencia ante el “chauvinismo de la Gran Potencia”, y la fundamentación filosófica de un federalismo plurinacional y republicano. La construcción del Estado español moderno fue un proceso descaradamente parcial, y prueba de ello es la actual situación de progresiva parcelación. Ante esta tendencia, Castelao propugnaba la reformulación de la nación española como un encuentro de naciones interiores.

Si la riqueza cultural de España reside en su realidad de Estado plurinacional, la deriva esencialista de la integridad territorial no ha respondido ni a criterios democráticos ni a una lógica de enorgullecimiento de la pluralidad. Se echan en falta instituciones de gobierno flexibles en la promoción de la diversidad cultural y lingüística, así como la jubilación de otras instituciones, vertebradoras del nacionalismo de Estado pero incapaces de generar consenso.

Castelao creía en un ente estatal concebido como un “espacio político construido sobre pueblos autónomos, y un lugar querido por ser común”. Un lugar común por ser querido, donde el reparto del poder deje de ser un elemento de divergencia.

El punto de partida para una transformación constructiva pasar por asumir que el concepto de nación tiene que ver con la dimensión subjetiva de los individuos, con la voluntad colectiva y con la atribución arbitraria de sentido. Se trata de otorgarle al significante “Hespaña” un nuevo contenido, fruto del diálogo.

El historiador Benedict Anderson realiza un admirable ejercicio de lucidez en su ensayo “Comunidades imaginadas”. En él concluye que todas las naciones son creaciones humanas con el mismo grado de invención, por lo que se debe evitar la jerarquización de su valía. Si no hay comunidades superiores a otras, la inserción de las más minoritarias en las multitudinarias no puede ser otra cosa que producto de un ejercicio de respeto y reconocimiento mutuo.

Es crucial que términos como “creación” e “imaginación” se antepongan a otros como “invención o “falsedad”  en la reformulación del Estado. El riesgo de fracaso es grande cuando se encara una reforma total, pero no hay alternativa a asumir esa inseguridad intrínseca como necesaria.

No se deberían confundir los particularismos de unas “mayorías menores” con los valores universales. Y este es un pecado que el patriotismo constitucional comete con nocturnidad y alevosía. El Estado no es neutro en cuestiones culturales, pero su arbitrariedad puede tornar en algo positivo. Esa reiterada parcialidad se podría aprovechar para consolidar un modelo opuesto de integración, donde un planteamiento federal democrático construya las herramientas para decidir sobre su propia homogeneidad o asimetría.

Las soluciones puntuales copan la aplastante mayoría de artículos sobre la materia: la mutación del Senado desde una cámara de segunda lectura a una entidad de representación territorial, el reconocimiento pleno de la disparidad cultural a lo largo y ancho del Estado, la modificación del sistema electoral o una codificación clara de la distribución de competencias con vocación descentralizadora.  

El conservadurismo estético que caracterizaba al Castelao pintor encuentra una postura antagónica en su labor de intelectual. La vigencia de su producción creativa muestra la irresponsabilidad de olvidar a aquellos autores comprometidos que tuvieron la valentía de imaginar espacios de convivencia alternativos.

Frente a un nuevo regeneracionismo que, evocando vagamente las tesis de Joaquín Costa, plantea un maquillaje con fecha de caducidad, debe revalorizarse la tríada de democracia, república y federalismo que el escritor gallego colocó en el mapa al añadir una simple hache. Una crisis no es más que una oportunidad para poner en jaque los equilibrios del pasado. Bienvenido sea lo inestable. 

Hespaña