jueves. 28.03.2024

Muchas barreras para la gente y ninguna para el dinero

El dinero circula libremente por el mundo. Desde los años ochenta del siglo XX se han liberalizado los flujos de capital, al tiempo que las tecnologías...

Sistema Digital | El dinero circula libremente por el mundo. Desde los años ochenta del siglo XX se han liberalizado los flujos de capital, al tiempo que las tecnologías de comunicación e información han facilitado las transacciones. El mercado de capitales está abierto las veinticuatro horas del día. La globalización financiera está trayendo a la economía más males que bienes.

La inestabilidad y vulnerabilidad del sistema financiero ha aumentado en estas décadas y las crisis se han intensificado hasta desembocar en la que se padece en la actualidad. Las burbujas especulativas se han incrementado, lo que ha supuesto ganancias cómodas para algunos sin contribuir al trabajo productivo, mientras que para muchos han supuesto pérdidas. La concentración de riqueza aumenta y disminuye el poder de acción de los gobiernos nacionales. Los derechos de ciudadanía son atacados en aras y defensa de las finanzas.

La globalización de mercancías también aumenta y se liberalizan los mercados, aunque en este caso existen restricciones mayores que en el capital financiero. Las negociaciones en las Rondas, primero del GATT y actualmente en la OMC, son un reflejo de las dificultades de ponerse de acuerdo a la hora de tomar decisiones que liberalicen la circulación de bienes y servicios. De todos modos, la globalización del comercio se ha incrementado notablemente, sin que necesariamente ello haya sido beneficioso para todos los países.

Frente a estos procesos globalizadores, sustentados en el fundamentalismo de mercado, y que supone la eliminación de regulaciones y controles, se alza la tragedia que limita la circulación de las personas. Para controlar este movimiento que, a pesar de las restricciones impuestas por los gobiernos, tiene lugar, se alzan muros y vallas que tratan de impedirlo. El muro de Berlín ha caído, pero otros muchos se levantan a lo largo y ancho del mundo.

Estos muros pretenden levantar una barrera que separa al mundo pobre del rico. Evitar que esas gentes que tratan de escapar de la pobreza, privaciones, falta de oportunidades, en el caso de los emigrantes, accedan al mundo más próspero -no sea que tengamos que repartir con ellos-. Pero también los refugiados, que lo son por motivos de persecución política, religiosa, ideológica, o que huyen de zonas de conflicto y de la violencia de género, encuentran cada vez más las puertas cerradas.

Uno de los mayores oprobios de todo esto lo tenemos en nuestro propio país: La valla de Melilla, que por si fuera poco ha sido completada con las concertinas que hacen heridas a los que pretenden atravesarla conducidos por la desesperanza. Esto es una clara violación de los derechos humanos por gobiernos de países que dicen cumplirlos, y un desprecio hacia la vida y la integridad de las personas. Lo importante para estos gobernantes insensibles es que no vengan. A los desesperados de la tierra se les niega el pan y la sal. No se les conceden oportunidades en los países ricos, pero tampoco se hace nada para contribuir al desarrollo de los países pobres.

Se mantiene un Orden Económico Internacional claramente injusto, que no se ha modificado a lo lardo de los años, a pesar de la cantidad de propuestas que se han hecho para ello. En los últimos tiempos se ha impuesto, entre los economistas del pensamiento convencional, la explicación de las razones del subdesarrollo basadas en la falla de las instituciones y de las políticas económicas efectuadas. Se ponen ejemplos de éxito reciente frente a los que fracasan para sustentar sus tesis. Lo que sucede es que, sin dejar de lado las instituciones y las políticas económicas efectuadas, el problema es mucho más complejo. Pero se trata con estos análisis de no profundizar en la historia ni en las relaciones económicas desiguales que se dan a escala global y nacional, y que han sido resultado de un proceso. En suma, no hay que cambiar el orden vigente, pues se trata de hacer bien los deberes tal como los mandan hacer los grandes poderes de decisión internacional.

Un libro que trata la historia de los países derrotados es el de Vijay Prashad “Las naciones oscuras. Una historia del Tercer Mundo” (Editorial Península), y que ofrece una perspectiva muy diferente de la que está planteando, de un modo muy simplificado, la economía convencional que se ha introducido a estudiar el subdesarrollo con las herramientas de la ortodoxia. Como se extrae del libro, desde el Tercer Mundo, sobre todo en los años sesenta del siglo pasado, se han hecho proposiciones para modificar un orden diseñado por los países ricos, pero todas ellas han chocado con el muro de los grandes intereses que no han cedido a esas peticiones.

También se han hecho propuestas desde un organismo como las Naciones Unidas, que son diferentes a las puestas en marcha por el Fondo Monetario Internacional y Banco Mundial. Es una posición reformista frente a la ortodoxia de las políticas de ajuste, que tanto recomiendan estas instituciones. Una síntesis de las posiciones que han mantenido las Naciones Unidas se puede encontrar en el libro “El poder de las ideas. Claves para una historia intelectual de las Naciones Unidas”, (Editorial Catarata), y que está escrito por economistas especialistas en desarrollo y tan prestigiosos como Richard Jolly, Louis Emmerij y Thomas G. Weiss.

No haber actuado a tiempo es lo que hoy nos trae esta gran tragedia. Ha habido propuestas pero no han prosperado. No hay en este caso una única política económica, que se pretende eficiente y que se presenta como la que es capaz de sacar a estos países del subdesarrollo. Los hechos, tan tozudos como siempre, no les dan la razón. Lo más lamentable es que poco se puede esperar de un sistema que pone al dinero y la riqueza por delante de los derechos de las personas.

Muchas barreras para la gente y ninguna para el dinero