jueves. 28.03.2024

¿Por qué todavía el 27,4% de los españoles siguen fieles al PP?

La sensibilidad ciudadana hacia el político corrupto depende muchas veces de sus filias o fobias políticas, sin que tenga la corrupción un reflejo adecuado en los procesos electorales.

Según el barómetro del CIS, realizado entre 1 y el 10 de abril, el PP con el 27,4% del voto válido ganaría las próximas elecciones del 26-J; seguiría en preferencia el PSOE con el 21,6%; Podemos con el 17,7%, Cs con el 15,6%, etc. No pretendo hacer una valoración de esta avalancha de encuestas electorales, muchas de ellas cocinadas, ya que el objetivo fundamental es condicionar el voto. Obviamente, cada cual es libre de votar a quien le parezca oportuno. No faltaría más. Dicho lo cual, como ciudadano muy interesado por la res publica, me preocupa profundamente que todavía el 27,4% de los españoles sigan depositando su confianza en el PP, en un partido salpicado por la corrupción hasta la médula. Incluso su sede central reformada con dinero negro. Es una prueba de una democracia profundamente enferma. Es una obviedad del daño gravísimo que la corrupción causa a un sistema democrático. Pero de la corrupción hay muchos culpables: el corruptor, el corrupto, y la ciudadanía que la tolera.

La sensibilidad ciudadana hacia el político corrupto depende muchas veces de sus filias o fobias políticas, sin que tenga la corrupción un reflejo adecuado en los procesos electorales. Todos debemos tener el suficiente coraje para condenar contundentemente esta lacra, venga de donde venga. No hacerlo, entiendo que es una prueba incuestionable de que esta sociedad nuestra carece de unos referentes éticos claros. Por lo que estamos observando, los escrúpulos morales pertenecen a épocas pretéritas. Un caso del pasado nos podría servir de ejemplo, expuesto por Julián Casanova. Una trama de corrupción y sobornos, el escándalo del estraperlo, acabó en 1935 con la vida política de Alejandro Lerroux, el viejo dirigente republicano del Partido Radical que presidía entonces el Gobierno. Los ministros radicales tuvieron que dimitir y cayeron muchos cargos provinciales y locales del partido. Todavía más, en las elecciones  de febrero de 1936, el Partido Radical, que había gobernado de septiembre de 1933 hasta finales de 1935, se hundió estrepitosamente en las elecciones. Quedó reducido a cuatro diputados, noventa y nueve menos que en 1933.  Lerroux ni siquiera salió elegido en la lista. Todo un buen ejercicio de ciudadanía responsable. Toda una lección de nuestros antepasados. Y eso que en aquellas fechas la mitad de los españoles eran analfabetos. Tendrían carencias educativas, pero lo que tenían muy claro era la importancia de determinados valores. Uno de ellos era la intolerancia hacia los casos de corrupción. En cambio, los españoles de hoy con los mayores niveles de cultura y de vida  de toda la historia tenemos otras carencias no menos importantes.

No obstante, hay otra explicación para entender, no justificar, la fidelidad de los votantes del PP, y que está relacionada con la Neuropolítica, una nueva disciplina entre las neurociencias (neurobiología, neurología, neurofisiología, o psicología cognitiva…) capaz de comprender cómo actúa el cerebro de los seres humanos como ciudadanos, electores o activistas frente a los estímulos de la comunicación política. Nos permite conocerlo mejor, saber cómo funciona, cómo articula sus imágenes, con qué valores, con qué sentimientos y cómo se canalizan sus decisiones. 

Tal como nos señala Adela Cortina en un artículo La racionalidad rara avis y en su libro Neuroética y neuropolítica (pag. 99-116), acontece que las gentes, según George Lakoff, no votamos teniendo en cuenta los hechos, como cabría pensar de seres presuntamente racionales, sino que en realidad votamos desde nuestros valores, estrechamente ligados a las emociones. A lo largo de nuestra historia personal nos creamos un marco de valores y, una vez configurado el esquema, nos resistimos como gato panza arriba a renunciar a él. Esos marcos están presentes en las sinapsis del cerebro, e influyen en nuestras decisiones de forma inconsciente. Con lo cual, nos importan poco las informaciones sobre la conducta de los políticos o sobre la situación del país: cuando los hechos no encajan en nuestros marcos, mantenemos los marcos e ignoramos los hechos, y seguimos aferrados a nuestros esquemas. Así se explica que las informaciones de que los políticos del propio partido mienten, que no saben resolver los problemas, o que son corruptos, no cambien la intención de nuestro voto. Es totalmente cierta tal circunstancia. Los dirigentes del PP saben perfectamente que, hagan lo hagan, digan lo que digan, tanto en la oposición como el gobierno, van a tener un mínimo de 7 u 8 millones de votantes. En todo caso, cuando los hechos contradicen fuertemente los marcos de los votantes acérrimos del PP, podrían dejar de votar a su propio partido, pero nunca lo harían al partido contrario. Muchos votantes del PP nunca votarán al PSOE, como tampoco a la inversa. In extremis votarían al ideológicamente más próximo o lo harían en blanco o a la abstención.

Obviamente la neuropolítica abre un campo inmenso y de gran utilidad para la política. Si sabemos que se vota con las emociones, el mensaje debe trabajar sobre ellas para propiciar el voto de los ciudadanos y así ganar las elecciones. Esto lo saben muy bien los populares. Sus asesores son extraordinariamente hábiles. Trabajan sobre las emociones. Pocos mensajes, cortos y repetidos constantemente, para que vayan calando y que nadie los pueda cuestionar: “Somos el partido que creó más puestos de trabajo en toda la historia de la democracia en España”. “Dejamos a ZP la mejor herencia que ha recibido nunca un presidente”. “ZP ha creado 5 millones de parados”. “Nuestro compromiso con España: es el crecimiento y el empleo”. No necesitan más. ¿Para qué?

¿Por qué todavía el 27,4% de los españoles siguen fieles al PP?