viernes. 29.03.2024

Puede que el capitalismo salte hecho pedazos

El capitalismo per se necesita para generar el beneficio de unos pocos  la explotación y la miseria de muchos. Lo que no deja de ser irracional e inmoral...

El capitalismo per se necesita para generar el beneficio de unos pocos  la explotación y la miseria de muchos. Lo que no deja de ser irracional e inmoral. Veámoslo: ¿Cómo es posible que un solo hombre, como Bill Gates o Amancio Ortega, pueda acumular una riqueza que supera a la de muchos países del mundo? Se argumenta que son genios. Como dice Zizek la pregunta pertinente no es cómo lo consiguió Bill Gates sino cómo está estructurado el sistema capitalista, qué es lo que no funciona  en él para que un individuo pueda alcanzar un poder tan desmedido. Mientras tanto la desigualdad y pobreza  se incrementan día a día, no solo en los países en vías de desarrollo. Los pobres superan los mil millones. En cuanto a los hambrientos, sobre todo mujeres embarazadas y niños, la cifra superan también los mil millones. La situación se ha agravado con el incremento de los precios de los alimentos a partir del 2007, por las operaciones de derivados sobre alimentos realizadas por bancos y fondos de inversión norteamericanos y europeos.

La realidad del capitalismo, nos conduce  a unas situaciones de riesgos imprevisibles. ¿No nace de la lógica del mercado y del beneficio lo que induce a las empresas privadas a buscar sin descanso innovaciones científicas y tecnológicas (o simplemente a aumentar la producción) sin tomar nunca en consideración los efectos a largo plazo de su actividad ya sea sobre el medio ambiente o sobre la salud del género humano? Ahora mismo estamos constatando que se están arrancando las entrañas de la Tierra por parte de la plataforma Castor delante de las costas de Castellón y Tarragona. Estamos tranquilamente dormidos en una cama en llamas, como dijo el psicólogo Daniel Gilbert. De hecho, la reacción ante las emisiones de carbono o el Protocolo de Kioto es la del bostezo. El landgrabbing (acaparamiento de tierras) por parte de empresas estatales o privadas para el cultivo especialmente de agrocombustibles, propicia que muchos campesinos sean expulsados del agro y obligados a refugiarse en los suburbios de las megaciudades del África subsahariana, Asia o Latinoamérica, donde viven en condiciones infrahumanas, Abundantes países del Tercer Mundo no pueden evitar la expansión la epidemia del VIP, al no poder comprar determinadas terapias por su alto costo, mientras empresas farmacéuticas las tienen acumuladas en sus almacenes. El capitalismo está podrido en esencia. Algunos, como los socialdemócratas con cierta ingenuidad pensaron durante los 30 Años Gloriosos de después de la II Guerra Mundial, que estaba embridado a perpetuidad. En absoluto. Cuando se le deja suelto, como ocurrió a partir de los 70 y 80 del siglo XX, se comporta como una bestia voraz y desbocada. Lo estamos constatando. Todavía recuerdo la advertencia que nos hizo en clase de Historia del Mundo Contemporáneo, el catedrático de la Universidad de Zaragoza, Juan José Carreras “la socialdemocracia en lugar de ser enterrador del sistema capitalista se va a convertir en su médico de cabecera”. Tenía razón. Es incorregible. Su desenvolvimiento lleva siempre consigo muerte, miseria, desesperación y sufrimiento.

Conspicuos historiadores, sociólogos, politólogos y expertos en ciencias sociales han afirmado que para corregir y sanear esas contradicciones el sistema capitalista provoca con una periodicidad de unos 50 años una conflagración mundial. Así ha sido en el siglo XX. A la gran guerra de inicios del siglo XX, siguió otra en su zona intermedia y según esta cadencia temporal era previsible la siguiente en torno al siglo XXI.  Aunque alguien no lo crea, la tercera ya ha llegado, estamos inmersos de pleno en ella. Vicente Verdú en su libro El capitalismo funeral tiene un capítulo titulado La Tercera Guerra Mundial. Puede parecer tal nombre extemporáneo, más a medida que lo vas leyendo, compruebas que todos los acontecimientos de esta Gran Crisis se asemejan cada vez más a una auténtica guerra mundial. Bancos poderosos hundidos, países desplomados, gobiernos caídos…. Millones de empresas y de trabajadores del automóvil, de los servicios, de la construcción convertidos en carne de cañón. Funcionarios con sus trabajos en peligro y jubilados con sus pensiones rebajadas o cuestionadas. Aquí hay centenares de millones de damnificados como en una auténtica guerra mundial. Y en esta, como en las otras, ignoramos cuándo terminará o si las armas de destrucción seguirán provocando más destrozos y sacrificios humanos, ya que nuestros gobernantes no saben, no quieren o no pueden proporcionarnos un resquicio de esperanza para tanto sufrimiento. Por ello, la Gran Crisis actual es una auténtica guerra total que dinamita cualquier proyecto de futuro de millones de personas, sin que importe la edad, sexo, nacionalidad o profesión.

 Cada una de estas guerras fue más destructiva en pérdidas humanas y materiales que la anterior, aunque también supusieron avances espectaculares de I+D. En cada ocasión, nos dicen, el sistema aumentó su eficacia, incrementó su poder y beneficios, y se reafirmó en su convicción de su dominio. Esta visión ahora puede ser errónea. Puede que el capitalismo salte hecho pedazos, no porque sea sustituido obviamente por el sistema comunista por el triunfo de la lucha obrera, sino por la locura de la clase capitalista misma, que irremediablemente explotadora, llegaría en su máximo delirio, a la autoexplotación brutal, plasmada en que el 1% acumule el 99% de la riqueza, sin que por ello se sienta satisfecha. Así se cumplirían las predicciones de Marx: "El capitalismo lleva en si el germen de su propia destrucción por su insaciable sed de plusvalía y de ganancia".

Si no salta hecho pedazos puede que sea porque como Verdú señala en otro capítulo del libro, no menos explícito en cuanto al título El pringue del miedo, que el miedo es la materia prima que primero une a los seres humanos, y especialmente al núcleo familiar. Según Jean Delumeau en El miedo en occidente hasta la Revolución Francesa sentir miedo era una indignidad. Montaigne lo asignaba a las gentes humildes e ignorantes, era una debilidad que no correspondía a los héroes y los caballeros. Una sociedad sin valientes era una sociedad impedida para cumplir su destino y presta a la disgregación. Hoy no es una vergüenza sentir miedo ni tampoco manifestarlo. Por eso, estamos donde estamos. Mientras sigamos acongojados, seguirán imponiéndonos más vueltas de tuerca, aunque están jugando con fuego. Los grandes incendios comienzan con un leve chispazo.

Puede que el capitalismo salte hecho pedazos