viernes. 29.03.2024

Dos propuestas contra la desigualdad: la de Walter Scheidel y la de Norberto Bobbio

desigualdad

Con una gran desigualdad se rompe el ascensor social: los hijos de los menos beneficiados tienen siempre menos posibilidades de llegar a la cumbre laboral o de ingresos cuando la desigualdad es mayor

Decir que la desigualdad es un problema actual y cada vez más grave es una obviedad. Pero en cambio, es muy polémico sostener que la única manera de combatirla y corregirla es con la violencia, ya que la historia nos enseña que, en los períodos de estabilidad, la desigualdad tiende a ascender. Esa es la tesis defendida por Walter Scheidel, historiador y profesor de la universidad de Stanford en Estados Unidos en su libro "El Gran Nivelador: Violencia y la historia de la desigualdad desde la Edad de Piedra hasta el siglo 21" (The Great Leveler: Violence and the History of Inequality from the Stone Age to the Twenty-First Century). La portada es una fotografía del grabado en madera de Albrecht Dürer, "Los Cuatro Jinetes del Apocalipsis". El autor reconoce estar muy influido por Thomas Piketty.

Scheidel revisó la evidencia de miles de años de historia,para lo que contó con Andrew Granato, especializado en macroeconomía, que compiló una bibliografía de más de 1.000 títulos. El resultado es una narrativa extensa sobre el vínculo entre la desigualdad y la paz, que se remonta al comienzo de la civilización humana.Cada vez que hay una reducción importante en la desigualdad, sucede en forma simultánea un shock de violencia masiva.Han sido cuatro clases de acontecimientos violentos, “Los Cuatro Jinetes del Apocalipsis” para reducir la desigualdad: el colapso de grandes Estados, como la caída del Imperio Romano; las devastadoras pandemias como la Peste Negra en la Europa medieval; las grandes revoluciones como la rusa o la china (no tanto la francesa); o las guerras que implican una movilización masiva, como la primera y la segunda mundiales. 

El colapso de Estados, como la caída del Imperio Romano, civilización maya o las dinastías chinas, que lleva al derrocamiento de elites enquistadas, que controlaban hasta ese momento buena parte de la riqueza. Todos sufren en estas situaciones, pero proporcionalmente los ricos pierden más, así que la desigualdad se reduce.

Las epidemias han sido más influyentes. Durante la Peste Negra en el medievo tardío en Europa, mucha gente murió por la plaga, así que la escasez de trabajadores no sólo elevó el salario de los trabajadores y disminuyó el valor de la propiedad de la tierra –ambos disminuyendo la brecha entre ricos y pobres– sino que también hizo más fácil para las mujeres encontrar empleo afuera del hogar. 

Las formas modernas de igualación violenta han tenido un efecto mucho más fuerte en desigualdades de género, política y raza. La guerra industrializada creó una enorme demanda de trabajo con el consiguiente aumento de los salarios: conforme millones de hombres eran conscriptos en la milicia y la producción industrial se expandía, las mujeres fueron frecuentemente llamadas a realizar trabajos, que tradicionalmente habían sido hechos por hombres. Las dos guerras mundiales tuvieron un impacto en el empoderamiento político de las mujeres. De ahí la reducción de la desigualdad por género. En los Estados Unidos, el movimiento por el sufragio estuvo cercanamente asociado con la guerra de movilización masiva. La Asociación Nacional por el Sufragio de las Mujeres y la Asociación Americana por el Sufragio de la Mujer fueron creadas cuatro años después del final de la Guerra Civil Americana. En 1917, la primera declaró su apoyo a la guerra, obligando al Presidente Woodrow Wilson a apoyar el derecho a votar de las mujeres: “Hemos hecho a las mujeres nuestras compañeras en esta guerra. ¿Debemos admitirlas sólo como compañeras de sacrificio y sufrimiento y en las pérdidas y no en una sociedad de privilegios y derechos?” Después de muchos intentos fallidos en 1918 y 1919, una enmienda constitucional con este propósito fue finalmente aprobada en 1919 y ratificada el año siguiente. Esta dinámica siguió en otros países: desde Austria, Dinamarca e Irlanda hasta Holanda y Suecia por nombrar sólo algunos casos – el sufragio universal fue introducido entre 1917 y 1921. Un segundo empujón ocurrió durante la Segunda Guerra Mundial, cuando a las mujeres en Bélgica, Francia, Italia, Japón, China y Corea del Sur se les fue otorgado el derecho al voto. La guerra de movilización masiva igualmente sirvió como un catalizador de esfuerzos contra la discriminación racial: en 1941, mientras en Estados Unidos iniciaba la movilización de su industria para la guerra, el Presidente Roosevelt prohibió las prácticas discriminatorias en la industria de defensa. De ahí la reducción de la desigualdad racial.

Los shocks violentos de las dos guerras mundiales definieron, en gran medida, la expansión del derecho de voto y de la actividad de los sindicatos, los altos impuestos sobre la renta y el patrimonio y, por último, la llegada del estado del bienestar y su capacidad de redistribuir la riqueza. En muchos países desarrollados, la presión de la guerra se convirtió en un poderoso catalizador que espoleó unas reformas políticas, fiscales y económicas que primero redujeron la desigualdad y después evitaron que aumentase de nuevo.

Finalmente, las principales revoluciones comunistas también redujeron la desigualdad, incluida la femenina. La Constitución Soviética reconocía a la mujer legalmente igual al hombre. La presencia de las mujeres en la escuela y el empleo formal se expandió enormemente, incluso conforme los dobles estándares y la discriminación persistían. En la China de Mao, el régimen promovió de forma similar la igualdad de género, empero, de nuevo, con resultados mixtos. 

Todo esto muestra que los cuatro “grandes igualadores” no sólo redujeron la desigualdad económica, sino que pudieron, también, impactar en otros tipos de disparidades (género, racial) en las sociedades afectadas. Sin embargo, aún no contamos con análisis histórico sistematizado de este fenómeno.

La tesis defendida por Scheidel es muy clara, sin violencia las élites no hacen concesión alguna hacia las clases inferiores. Es la misma defendida por Josep Fontana: desde la Revolución Francesa las clases superiores tuvieron un enemigo delante, los jacobinos, los carbonarios, los marxistas, los socialistas, los comunistas, lo que les obligó a hacer concesiones. Hoy, tras la caída del socialismo real, al no tener ningún enemigo delante, al no tener miedo alguno, no necesitan hacer ningún tipo de concesión. De ahí el incremento de la desigualdad de una manera irreversible. 

Scheidel avisa de que es probable que la desigualdad siga creciendo. Y esta situación la estamos constatando día tras día. En ausencia de grandes acontecimientos violentos como los cuatro mencionados, que probablemente no se repitan en Occidente en un futuro previsible, por mucho que hagan las políticas -fiscales, redistributivas o de otro tipo-, no será fácil reducir la brecha. Lo peor de eso, en cierto sentido, no es que tengamos diferencias de ingresos, sino que con una gran desigualdad se rompe el ascensor social: los hijos de los menos beneficiados tienen siempre menos posibilidades de llegar a la cumbre laboral o de ingresos cuando la desigualdad es mayor, y se perpetúa una injusticia manifiesta: que tu futuro dependa, más que de tu talento, de dónde has nacido o quiénes son tus padres. Milanovic afirmaba que, si eres español, un 50% de tus ingresos se deben, precisamente, a haber nacido en España; un 20%, a quiénes sean tus padres, “y solo luego viene el esfuerzo, la suerte, la raza y el género”. Siguiendo a Milanovic,es incompatible defender una sociedad meritocrática, como defiende Cs, y estar en contra del impuesto de sucesiones, que tiene una larga historia dentro de la tradición del liberalismo progresista, que ponía énfasis en la igualdad de oportunidades y la necesidad de igualar las condiciones en la que los ciudadanos de distintas procedencias «entran» en la sociedad. Quienes lo hacen sobre un patrimonio heredado, tienen ventajas «inmerecidas» sobre el resto, y más probabilidad de tener mejor fortuna por la simple razón de que el capital genera rentas. Sin olvidar que además del patrimonio material, las familias con más recursos ya han proporcionado a sus descendientes una formación de calidad, y un gran bagaje de capital social y cultural (red de contactos, empoderamiento, etc.), cuya igualación es una quimera. 

Los expertos en desigualdad saben que las herencias son el mecanismo más importante de perpetuación de la desigualdad entre generaciones, permiten la acumulación de grandes patrimonios y minan los principios básicos de una sociedad liberal y democrática. Lamentablemente algunos presidentes de Comunidades Autónomas pertenecientes al PSOE, como Susana Díaz, Fernández Vara y Javier Lambán han eliminado o tratan de reducir al mínimo el Impuesto de Sucesiones, lo que resulta difícil de explicar desde una política socialdemócrata. Poco ha,Lambán afirmó la justicia del IS por su progresividad, al cargar sobre los ricos y no sobre los pobres y las clases medias, pero que se planteaba algún tipo de armonización, porque no era razonable que Aragón pague más que la media del resto de CCAA, ya que Andalucía y Extremadura, unilateralmente y sin avisar, lo redujeron brutalmente y le dejaron en una situación bastante desairada. Por ende, al final Lambán claudicó y los planteamientos de la derecha se han impuesto nuevamente. Todo ello producto de la expansión de una fobia descomunal por los impuestos, reflejada en la tesis «donde mejor están los dineros es en los bolsillos de los ciudadanos». Gran dilema. ¿Servicios públicos escandinavos con impuestos tercermundistas?

La izquierda de todo Occidente en lugar de oponerse al fenómeno de la desigualdad lo facilitó, aferrándose a la hegemonía neoliberal

A todos estos dirigentes del PSOE les resultaría muy  pertinente la lectura del libro de Norberto Bobbio (1995) Derecha e Izquierda. Razones y significado de una distinción política, que no ha perdido actualidad, ya que la editorial italiana Donzelli en el 2014 lo ha reeditado con comentarios de Daniel Cohn Bendit y de Matteo Renzi. Para el jurista, filósofo y politólogo italiano, la igualdad puede alcanzarse, nunca será totalmente, pero si reducir las desigualdades a través de la política, sin necesidad de recurrir a la violencia, como defiende Scheidel.

Bobbio considera que el punto nodal de la separación entre las corrientes de derecha y las de izquierda es por la postura, que ambas mantienen respecto al tema de la igualdad. En aquellas doctrinas, ideologías y teorías que desde el siglo XIX han agrupado a la izquierda, plantear una iniciativa política, que intente disminuir las desigualdades sociales entre los hombres y los factores que las producen, han sido los objetivos prioritarios. Tanto la conducta moral como los diversos discursos de la izquierda en la historia dan cuenta de ello. A su vez, aquellas otras doctrinas o corrientes donde se agrupa a la derecha, perciben las desigualdades sociales como elemento constitutivo de la sociedad y no buscan eliminarlas. Izquierda igualitaria ligada a la emancipación (de género, de privilegios de clase) y derecha desigualitaria con apego a la tradición. La izquierda es concebida en esta perspectiva como el motor de los cambios sociales, una tendencia a modificar los órdenes en los cuales mantener las desigualdades sociales es una permanente histórica, y la derecha, bajo esta misma perspectiva, asume un tinte de inmovilidad y elemento justificador de las desigualdades.

Cuando Bobbio nos habla de la igualdad como «la estrella polar» de la izquierda, no piensa solo en la igualdad jurídica y política. No solo está pensando en la igualdad ante la ley y en la igualdad de los ciudadanos en la participación política a través del sufragio universal. Tampoco está pensando en la igualdad de oportunidades. Más que todo eso, piensa en la igualdad material, esto es, la igualdad en las condiciones de vida de la gente. Lo que interesa preferentemente a la izquierda, y no a la derecha, es avanzar más rápido hacia esa igualdad material, para conseguir sociedades y modos de vida donde la libertad de las personas vaya acompañada de unas condiciones materiales de vida -en educación, salud, trabajo, vivienda…- que hagan realmente posible y atractivo el ejercicio de una libertad, que sin esas condiciones se convierte en algo ilusorio.

Podemos llamar a eso igualdad, equidad o justicia social, pero de lo que se trata, según el ideario de la izquierda, es de utilizar los instrumentos de la política, y no solo los más lentos de la economía, para que todos disfruten de unas condiciones materiales de vida, que guarden relación con la dignidad de la especie humana. Para conseguirlo, la izquierda tiene que activar una mayor implicación para hacer realidad los derechos económicos y sociales, unos derechos basados en los valores de la igualdad y de la solidaridad, y no contentarse solo con otros derechos fundamentales –los derechos personales– basados en la libertad. Una de las grandes conquistas, aunque hoy comienza a ser discutida –palabras de Bobbio 1995– de los movimientos socialistas identificados por lo menos hasta ahora con la izquierda, desde hace un siglo, es el reconocimiento de los derechos sociales junto a los de la libertad. La razón de ser de los derechos sociales, como el de educación, al trabajo, a la salud, es la igualitaria.

Pero además Bobbio se apercibió y nos advirtió del gran problema, que explotó a fines del siglo XX, aunque ya se estaba fraguando en los años anteriores: el triunfo de una sociedad de mercado había conducido a un crecimiento inaceptable de las desigualdades, lo que suponía un peligro mortal para la democracia. ¿Cuánta desigualdad puede aguantar una democracia? Y la izquierda de todo Occidente en lugar de oponerse al fenómeno de la desigualdad lo facilitó, aferrándose a la hegemonía neoliberal. Mas la izquierda tendrá razón de ser, solo si se mantiene fiel a sus principios, como es el estar al lado de los más débiles. Así la principal lección de este libro para la izquierda, es que en lugar de preocuparse por inventarse nuevas banderas en reemplazo de la igualdad, la izquierda debería conservar ese estandarte.

Dos propuestas contra la desigualdad: la de Walter Scheidel y la de Norberto Bobbio