martes. 19.03.2024

La nueva alma neoliberal: no seas buena persona, sé un cabronazo

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El neoliberalismo es una ideología psicópata, de ahí que provoque graves trastornos en la personalidad de muchos

En su artículo Psicopatía y liderazgo, los psicópatas que nos gobiernan, el psicólogo mejicano Eduardo Estrada Loyo nos dice que el periodista norteamericano Jon Ronson ha descubierto –en un test para la detección de la psicopatía, elaborado por el psicólogo de la University of British Columbia, Robert Hare y diseñado para detectar rasgos psicopáticos en los delincuentes pertinaces y en los asesinos en serie– que muchos psicópatas conviven con nosotros y lo hacen, además, con gran éxito. Dicha prueba se basa en la escala PCL Psichopaty Checklist del propio Hare, la cual arrojó sorprendentes resultados cuando se aplicó a políticos, responsables de corporaciones y altos ejecutivos.

Con los resultados de dicho test, Ronson escribió un libro: A Psychopath Test (El test del psicópata), en el que afirma que «el capitalismo, en su expresión más despiadada, es una manifestación de psicopatía», y agrega que lo sucedido en la última crisis bancaria fue resultado de una especie de capitalismo moldeado por una élite de psicópatas; «los psicópatas que medran en el mercado de valores no son tan malos como sus colegas penitenciarios y asesinos seriales»; por lo que Hare le replica que: «los asesinos seriales arruinan familias. Los psicópatas corporativos, políticos y religiosos, arruinan economías, sociedades y países enteros»… «carecen de conciencia y empatía, es decir, son incapaces de ponerse en los zapatos del otro, toman lo que quieren y hacen lo que les place, violando las normas sociales sin culpa o remordimiento alguno, faltándoles las cualidades que les permiten a las personas vivir en armonía con sus semejantes».

Tal definición de psicópata se le puede aplicar con total propiedad a Donald Trump. ¡Cuánto daño es capaz de generar a sus semejantes!  Su pretensión por dilapidar el programa Obamacare para dejar a millones de sus conciudadanos sin atención sanitaria, aduciendo que es costoso, lo que no le ha impedido aprobar unas extraordinarias rebajas fiscales a las grandes empresas. Sus políticas contra los inmigrantes, ordenando la construcción de un muro en la frontera con México, además de insultar a los provenientes de países africanos, de Haití y El Salvador, a los que califica «países de mierda». Tras tantas luchas reivindicativas por los derechos civiles y políticos de las minorías y de los olvidados –representadas por Rosa Parks o Martín Luther King–, este energúmeno retorna el odio racial y el desprecio por los otros, los que tienen otro color de piel u otras características. Su retirada del Acuerdo de París sobre cambio climático para satisfacer a las grandes transnacionales energéticas. Su actuación provocativa de reconocer a Jerusalén como capital del Estado judío, sin importarle la reactivación del conflicto palestino.

Este individuo que rivaliza con el dirigente norcoreano y que según el libro Fuego y furia, de Michael Wolff, se asustó por haber ganado las elecciones, ha tirado sus letales excrementos hacia todas partes. ¿Qué puede esperarse de un sujeto que declaró que tenía el «pene suficientemente grande para asumir la Presidencia»? Es un especialista en la promoción de la estupidez a través de realities y de la desechable «cultura del espectáculo».

Según Naomi Klein en su libro Decir NO no basta. Contra las nuevas políticas del shock por el mundo que queremos, su dominio del género del espectáculo televisivo, fue clave para la construcción de su imperio empresarial y su llegada a la Casa Blanca. Está aplicando las mismas habilidades que mostró en un programa televisivo The Aprentice, la creencia de cortar, montar y tergiversar la realidad para encajarla en un guión con el objetivo de magnificar su figura para transformar los Estados Unidos y todo el mundo.

Estremece el desprecio a la ética mostrado en ese programa, cuyo tema explícito era la carrera por la supervivencia en esta jungla del capitalismo actual. El primer episodio se iniciaba con un plano de un sin techo durmiendo en la calle; es decir, un perdedor. A continuación aparecía Trump en una limusina, todo un símbolo del ganador por excelencia. No había la menor ambigüedad en el mensaje: puedes ser el tío tirado en la acera o Trump. A eso se reducía el sádico drama del programa: juega tus cartas bien y sé el ganador afortunado o el humillado que después de abroncarte tu jefe te despide sin contemplaciones. Era toda una cultura: tras décadas de despidos colectivos, implantación de la precariedad y de degradación de las condiciones de vida, Mark Burnett, el productor del programa, y Trump daban el golpe de gracia: la conversión del despido en un entretenimiento para el público.

El programa divulgaba el triunfo del libre mercado, instando al público a ser egoísta e implacable, y así, serían héroes, de los que crean puestos de trabajo y potencian el crecimiento. No seas buena persona, sé un cabronazo.

En temporadas posteriores, la crueldad del programa se incrementaba. El equipo ganador vivía en una lujosa mansión, sorbiendo champán en tumbonas en una piscina, y llevado en limusina a conocer a famosos. Al perdedor lo expulsaban a unas tiendas de campaña en el patio trasero, el «camping de Trump». Este los llamaba «los pelaos», viviendo sin luz, comiendo en platos de cartón, durmiendo con aullidos de perros de fondo y espiando a través de un seto las maravillas de los «montaos».

Lo grave es que estos comportamientos, estas actitudes, estos contravalores representados por Donald Trump están plenamente vigentes en nuestra sociedad, como consecuencia del neoliberalismo. El neoliberalismo es una ideología psicópata, de ahí que provoque graves trastornos en la personalidad de muchos. La clase dirigente nos han convencido de que el principio básico que rige las relaciones humanas en lo social es la competencia: entre economías nacionales, entre bloques, pero sobre todo entre individuos en el mercado de trabajo. La precarización ha convertido la vida cotidiana en un territorio minado, atrincherado, donde todos somos enemigos. Hay máquinas  de guerra en cada nicho. Para entrar en funcionamiento solo esperaban que las promesas de prosperidad se desmoronasen. Está circunstancia ha llegado, por lo que el futuro es amenazante y en ausencia de solidaridad, ciertos aspectos de guerra civil se vuelven inevitables. El neoliberalismo no tolera la solidaridad social porque necesita que todos estemos armados contra los otros, de otro modo retornaría la lucha de clases.

Explican muy bien el auténtico significado de la razón neoliberal, en una entrevista Cristian Laval y Pierre Dardot autores de los libros La nueva razón del mundo. Un ensayo sobre la sociedad neoliberal y “Común”.

Según Dardot-. Para nosotros, el neoliberalismo es mucho más que un tipo de capitalismo. Es una forma de sociedad e, incluso, una forma de existencia. Lo que pone en juego es nuestra manera de vivir, las relaciones con los otros y la manera en que nos representamos a nosotros mismos. No sólo tenemos que vérnoslas con una doctrina ideológica y con una política económica, sino también con un verdadero proyecto de sociedad (en construcción) y una cierta fabricación del ser humano. “La economía es el método, el objetivo es cambiar el alma”, decía Margaret Thatcher.

Según Laval.- En el neoliberalismo, la competencia y el modelo empresarial se convierten en un modo general de gobierno de las conductas e incluso también en una especie de forma de vida, de forma de gobierno de sí. No sólo son los salarios de los diferentes países los que entran en lucha económica, sino que todos los individuos establecen relaciones “naturales” de competición entre ellos. Este proceso se produce muy concretamente a través de mecanismos muy variados, como por ejemplo la destrucción de las protecciones sociales, el debilitamiento del derecho al trabajo, el desarrollo deliberado de la precariedad masiva o el endeudamiento generalizado de los estudiantes y las familias. Se trata de hundir al máximo de gente posible en un universo de competición y decirles: “¡que gane el mejor!”

De ahí, el artículo de Paul Verhaeghe, profesor en la Universidad de Gante, catedrático en el Departamento de Psicoanálisis y Psicología Terapéutica titulado El neoliberalismo ha sacado lo peor de nosotros mismos. Hoy el objetivo, de acuerdo con esa cultura meritocrática, es abrirte camino a nivel profesional, sin reparar en los medios. Hay que ser elocuente y capaz de sobredimensionar tus capacidades y mostrar una larga experiencia en todo tipo de proyectos. Si hay que recurrir a la mentira, se recurre,  de la que no hay que culpabilizarse, ni sentirse responsable. Ser  flexible e impulsivo, siempre a la busca de nuevos estímulos y retos. La solidaridad es un lujo costoso y las alianzas temporales, la máxima preocupación vencer a tus competidores. Se debilitan los vínculos sociales con los compañeros, lo mismo que el compromiso emocional con la empresa.  Mas hasta hace poco no era así. El trabajador industrial hoy minoritario desarrollaba un sentimiento de solidaridad con sus compañeros, porque les reconocía como miembros de su comunidad existencial y porque compartía sus intereses, mientras el  trabajador cognitivo actual- el cognitariado, término que denomina a los trabajadores con ocupaciones básicamente intelectuales, tecnológicas, a través de la TICs y con una alta capacidad cognitiva- que trabaja en red está solo delante de su ordenador y es incapaz de solidarizarse, porque cada uno está obligado a competir en el mercado de trabajo y, posteriormente, en la carrera profesional constantemente por las cada vez más escasas oportunidades de un salario precario. El acoso antes solo en las escuelas; ahora es común en el trabajo. Es un síntoma típico del impotente que desahoga su frustración con los débiles; lo que se conoce como desplazamiento de la agresión. La evaluación constante en el trabajo provoca un descenso de la autonomía y una creciente dependencia de normas externas. Esto tiene como resultado según Sennett la “infantilización de los trabajadores”. Los adultos exhiben estallidos infantiles de mal genio y se muestran celosos por trivialidades (“Tiene un ordenador nuevo, y yo no”), cuentan mentiras piadosas, disfrutan si se hunden los demás y son vengativos. Más importante, sin embargo, es el grave daño causado al amor propio de la gente, que depende del nulo reconocimiento que recibimos de los demás. Nos dicen que cualquiera puede conseguirlo todo sólo con su esfuerzo, mientras que se refuerza a la vez los privilegios y ejerce una presión cada vez mayor sobre sus agobiados y exhaustos ciudadanos. Cada vez hay más personas fracasadas, por lo que se sienten humilladas, culpables, avergonzadas y juzgadas como si fueran perdedores o gorrones que se aprovechan de nuestro sistema de seguridad social.

La nueva alma neoliberal: no seas buena persona, sé un cabronazo