viernes. 29.03.2024

La izquierda no surgió para que tuviera las cosas fáciles, sino para lograr lo imposible

Existe hoy un «socialismo de perdedores» según Rutger Bregman. Tal concepto es aplicable a la socialdemocracia (SD), hoy a la deriva. En cuanto a la versión comunista, es hoy prácticamente irrelevante.

Observamos un cambio político trascendental. Históricamente, la Política con mayúsculas ha sido un coto de la izquierda. «Seamos realistas, pidamos lo imposible», así era un slogan de mayo del 68. Las grandes conquistas políticas las ha traído la izquierda. Sin embargo, hoy la SD ha olvidado el arte de la Política: el hacer inevitable lo imposible. Más grave todavía, muchos de sus pensadores y políticos tratan de acallar las voces radicales en sus propias filas por el temor a perder votos. Mas, no sirven tales llamadas a la moderación, ya que las pérdidas de votos siguen de una manera irreversible. Si se mantienen los principios socialistas las pérdidas de votos no solo se detienen, sino que la confianza del electorado se incrementa, como en el Reino Unido gracias al partido laborista dirigido por Jeremy Corbyn.

El neoliberalismo se ha adueñado de la razón y del discurso político. El fundamentalismo del libre mercado es hegemónico e inalterable; como el mantra de la flexibilización, globalización, desregulación, reformas estructurales y competitividad incuestionable. Y la SD se ha amoldado al paradigma dominante, lo que supone: o no tener otro alternativo y si lo tiene no sabe defenderlo. De ahí, su irrelevancia actual. Sólo le queda la emoción. La SD se emociona y se siente compungida ante la injusticia de las políticas actuales. Cuando ve que el Estado de bienestar está siendo destrozado, se apresura de una manera reactiva a salvar lo que pueda. Pero cuando la situación se tensa, la SD claudica ante los argumentos de la oposición, aceptando sumisa la premisa sobre la que se produce el debate. La SD acepta la inevitabilidad de reducir el déficit público, la rebaja de impuestos a los más ricos, o privatizar lo público. Mucho bla, bla, bla de antiprivatización, antiausteridad, antiestablishment, pero a la hora de la verdad, hace lo mismo. Según Joaquín Estefanía, algunos politólogos han señalado que en las 4 últimas décadas los conservadores y los socialdemócratas se han asemejado a Tweedledum y Tweedledee, los gemelos de Lewis Caroll en Alicia a través del espejo, que eran iguales en su apariencia externa y sólo un poco menos en su comportamiento. Si las recetas económicas son semejantes o se separan sólo un centímetro ideológico, muchos ciudadanos prefieren el original a la copia.

La SD se manifiesta a favor de los desafortunados de la sociedad: pobres y excluidos; en contra de la islamofobia, la homofobia y la xenofobia; y se obsesiona con la brecha entre el 1% y el 99% con un intento de conectar con un electorado que la ha abandonado.

Pero el problema principal de la SD no es solo que esté equivocada, sino que es aburrida. No tiene nada que contar, ni lenguaje con que contarlo. Y, con frecuencia, da la impresión de que le gusta perder. Como si los destrozos e injusticias existentes le sirvieran para demostrar que siempre ha tenido razón. Ha olvidado un discurso de esperanza y de progreso.

Según Robert Misik, la SD tiene que ser audaz y plantear reformas. Lo que supone enfrentarse a las élites financieras, en lugar del compromiso con ellas. Ha de reestructurar el sector financiero, obligando a los bancos a aumentar sus reservas para evitar su hundimiento, y no tengan que salvarlos los impuestos de los ciudadanos. Reconocer que la austeridad es un auténtico fracaso…    

Ha de abandonar todo atisbo de arrogancia hacia los votantes. En el reciente discurso de investidura del partido socialdemócrata austriaco, Cristhian Kern, su nuevo presidente dijo: «Deberíamos suprimir de nuestro vocabulario la frase: «Tenemos que salir a buscar a la gente». Esto es absurdo. Nosotros somos la gente y formamos parte de ella».

Los trabajadores no están enfadados porque la SD reivindica baños transgénero, sino porque tienen la sensación de que se presta demasiada atención a estas demandas, y ninguna a su situación económica.

Ha de defender: buenos empleos, subidas salariales, vivienda asequible, educación, sanidad y dependencia universales. Quien no encarne convincentemente que le importan; y no tenga un plan creíble no tendrá nada que hacer. Y si se limita a argumentar que con nosotros no nos irá tan mal, el fracaso es claro.

Las redes del movimiento obrero, que estructuraban la vida en los barrios no privilegiados, han sido barridas. Por ello, aquí las personas se sienten abandonadas, por lo que hay que reconstruir nuevas estructuras para organizarse y defender sus intereses. Hay que abrir paso a nuevos dirigentes en la SD provenientes de la clase obrera, ya que está dirigida mayoritariamente por intelectuales de clase media, muy distantes de los intereses de los obreros.

Si un partido SD quiere alcanzar el poder debe asegurarse el apoyo de dos sectores de votantes: las clases medias urbanas de izquierdas, y los distintos subsectores de la clase obrera, aunque no es fácil restaurar la antigua alianza entre la inteligencia burguesa y la clase obrera,

La solución no llegará a nivel nacional. Será a nivel de la UE. Para ello se necesitan: partidos SD nacionales con la suficiente credibilidad para ganar las elecciones en sus países; consolidar su discurso progresista en Europa y así crear las condiciones para una reestructuración; y alianzas en el ámbito europeo.

Que no sea fácil, no significa que sea imposible. Los movimientos obreros en el siglo XIX, o los de los derechos civiles del XX, no lo tuvieron fácil. La izquierda no surgió para que tuviera las cosas fáciles, sino para lograr lo imposible: mejorar el mundo y la vida de los seres humanos.

La izquierda no surgió para que tuviera las cosas fáciles, sino para lograr lo imposible