jueves. 25.04.2024

Por favor, que no se acaben las campañas electorales

Daniel Pérez Calvo
Daniel Pérez Calvo

Daniel Pérez Calvo

Daniel Pérez Calvo, candidato de C's al Gobierno de Aragón en un acto de campaña.
Foto: Twitter


Vivimos en una campaña electoral permanente, desde hace años. Nuestra democracia tiene muchos problemas, uno de ellos es el síndrome del electoralismo

La gente está disfrutando con auténtico frenesí de estas campañas electorales. ¡Qué pena que se acaben! Pero claro, no hay bien que cien años dure. Votaremos y así se formarán los diferentes gobiernos: europeo, estatal, autonómico y municipal. Nuestra clase política, haciendo un acto de responsabilidad y generosidad sabrán estar a la altura de las circunstancias y pactarán lo que sea con quien tengan que pactar, no en vano su gran preocupación es el interés de la ciudadanía. De eso todos podemos estar seguros.

Bueno hablemos ya en serio. Tengo que hacer una precisión, no es que se han sucedido dos campañas electorales, es que vivimos en una campaña electoral permanente, desde hace años. Nuestra democracia tiene muchos problemas. Uno de ellos, el síndrome del «electoralismo». Según del Diccionario de la RAE: Consideración de razones puramente electorales en la política de un partido. Para el sociólogo oscense y catedrático de la Universidad Complutense de Madrid, Enrique Gil Calvo en su libro Comunicación Política. Caja de Herramientas, el electoralismo surge de la perversa inversión de los fines por los medios. Las campañas electorales, que eran un medio para seleccionar los gobiernos más competentes y eficaces, se han convertido en un fin en sí mismas y son eslabones de una cadena interminable: la de una campaña electoral permanente. Por el contrario, los gobiernos electos, que tendrían que gobernar de acuerdo con su programa político, son un medio puesto al servicio de la campaña electoral permanente. Cada acto de gobierno se presenta como un spot de propaganda electoral para potenciar la tensión, y así movilizar a sus electores y desactivar a los rivales. Antes solo ocurría esto al final de la legislatura, cuando había que diseñar la próxima campaña electoral, ya que, en los primeros años, la gran preocupación era la de gobernar. Ahora no. Se gobierna en clave electoral, pues se ejerce el poder para mejorar la ventaja contra los rivales. Mas, no me quiero detener en el problema del síndrome del electoralismo. Sí que lo haré con cierta ligereza en algunas circunstancias de estas dos campañas.

Durante estas nos hemos visto inundados por encuestas electorales desde todos los medios de comunicación. La proliferación de tanta encuesta me ha sugerido una serie de preguntas intrascendentes: ¿Qué objetivo tienen?, ¿orientar o desorientar a los ciudadanos?, ¿influir en la opinión sesgándolas, cocinándolas o inventándolas? Ustedes mismos.

En cuanto a los debates de los diferentes líderes de los partidos políticos, se han gastado ríos de tinta, que si en la TVE o Atresmedia; que si debería estar o no VOX. Los debates es otro señuelo de la democracia. ¿Son debates, de verdad? Se limitan cada cual a soltar su discurso con algunos gráficos, que les han preparado sus asesores de campaña. No son debates, son una sucesión de monólogos, eso sí, todos ellos salpicados de continuos insultos a sus contrincantes. Los partidos políticos consideran fundamentales los debates en los medios de comunicación, especialmente en televisión, ya que estamos según Bernard Manin en una «democracia de audiencia», al referirse al predominio político de los medios de comunicación para alcanzar las mayores audiencias. Hoy, la lucha por el poder ya no se ventila entre partidos que debaten en el Parlamento, sino entre candidatos que, más que debatir, sus diálogos son de sordos, actúan en las redes y los platós de televisión, a base de actuaciones espectaculares. Ya no tienen influencia los tradicionales mediadores políticos, como sindicatos o partidos, suplantada por la creciente influencia los medios, que sirven de canal de comunicación directa entre representantes y representados, que ya no se sienten identificados por clase o posición social, sino en la cambiante afinidad emocional fabricada a base de imágenes audiovisuales. Esto convierte la democracia de audiencia en un campo de batalla por la reputación mediática, pues los competidores se preocupan menos en construir su propia imagen que en destrozar la de sus rivales a fuerza de insultos, mentiras.

La lucha por el poder ya no se ventila entre partidos que debaten en el Parlamento, sino entre candidatos que actúan en las redes y los platós de televisión, a base de actuaciones espectaculares

Los programas electorales, que nadie los lee, buzoneados junto con las papeletas de los partidos, todos sabemos dónde acaban en su mayoría. Por discreción, no lo digo. Yo, tengo la rara costumbre, puede que un tanto masoquista, de leerlos. Y en ellos, es frecuente que aparezcan “60 propuestas” o en algunos más ambiciosos, “100 propuestas”. ¿Por qué siempre son cifras redondas 60 o 100? ¿Cuándo llegan a esas cifras se les agota la imaginación a los grandes ideólogos de los diferentes partidos? ¿No pueden ser 61 o 101? La cuestión no es baladí.

En cuanto a los carteles, que inundan nuestras calles, cuya pegada se inicia con un acto solemne por parte de los líderes, he notado en Zaragoza que los del PP y Cs, de este ha habido un despliegue extraordinario, aparecen en los barrios de clase media y alta. En definitiva, mayoritariamente de derechas. Mientras que los del PSOE, IU, CHA, Podemos-Equo, ZEC, mucho más escasos en relación con los anteriores, en barrios más humildes. De vez en cuando, para orientarnos a los que estamos desorientados, algunas furgonetas contratadas por los diferentes partidos irrumpen con unos sonidos fortísimos y unas músicas estridentes. ¡Vote al PP! También aparecen grandes fotografías en los autobuses urbanos, yo solo he visto de los candidatos a la alcaldía de Zaragoza, Jorge Azcón del PP, y de Cs, Sara Fernández; y también del candidato de Cs al Gobierno de Aragón, Daniel Pérez Calvo. ¿Quién financia a C's? Una buena pregunta.

En las fechas previas a las elecciones hay un despliegue impresionante de inauguraciones de calles, de hospitales, polideportivo, colegios… Si están acabados es irrelevante. Mientras estoy escribiendo estas líneas en Aragón Televisión: Aragón TV, televisión pública, el informativo de las 20,30 se abre con la siguiente noticia: “La mesa de la minería ha decidido priorizar 40 proyectos empresariales que crearán 260 empleos en las zonas mineras aragonesas, y casi la mitad en las cuencas mineras turolenses”. Para contextualizar la noticia cabe citar el gran descontento en la Comarca ante el cierre de la Térmica de Andorra en junio de 2020 con la consiguiente pérdida de empleos.

Y una de las circunstancias que me llama extraordinariamente la atención es la presencia de los candidatos durante la campaña en campos de fútbol, procesiones, granjas agrícolas, fábricas, hospitales, asilos, colegios, etc. No hay lugar que se les resista. Si tienen que disfrazarse se disfrazan con lo que sea. Los más llamativos son los de las visitas a algunas fábricas, ya que se tienen que poner una gorra; una mascarilla; un delantal de plástico; guantes limpios y sin roturas  y calzado exclusivo. Y aparentan que el disfraz lo han llevado toda la vida. Si van al campo, se suben al tractor, también como si lo hubieran hecho toda su vida. Si es a una explotación ganadera y tienen que fotografiarse y besar a una vaca o a un cordero, tampoco hay problema. Son las campañas electorales. Son únicas e irrepetibles. Además, son fundamentales a la hora de decidir qué papeleta depositamos en las urnas. Eso lo saben nuestra clase política y especialmente sus asesores de campaña, que para eso les pagan. Viva las elecciones. Por favor, que no se acaben.

Por favor, que no se acaben las campañas electorales