martes. 19.03.2024

¿Cómo es posible que una clase política incompetente y corrupta haya surgido de una sociedad tan pura e inmaculada?

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La defensa de la política es la gran tarea de la izquierda, de no hacerlo, esta se juega su propia supervivencia

Francisco Ayala señalaba “el español acostumbra a creer que lo sabe todo.” Pero lo más sospechoso es que nadie se sorprende de tal desfachatez. Al ser todos tan sabios, tenemos solución para todos los problemas políticos, por arduos o complejos que sean. Nos creemos auténticos Mesías del destino nacional. Nuestro discurso preferido podría ser así: Si yo fuera Presidente del Gobierno, lo arreglaba todo en dos días. A algunos, es posible que nos sobraran aún 24 horas. Además nuestros argumentos los exponemos gritando, y hablamos todos a la vez, y encima, lo que parece algo milagroso, nos entendemos. En una barra de un bar, con una caña y un vino en la mano, no hay tema que se nos resista. Nos da igual el fútbol, los toros, la política, la educación, la historia, la literatura, el cine, el sexo de los ángeles…De todo manifestamos nuestra opinión, que, por supuesto, es siempre la mejor. Cuestionamos y damos lecciones a los profesionales de la medicina, de la enseñanza, del derecho, de la historia, de la política… ¡Y ay de aquel que se atreva a discrepar de nuestras afirmaciones! 

Para hablar pertinentemente de temas jurídicos, parece necesario el haber cursado estudios de derecho. Sin embargo, para hablar de política, se presupone que todo el mundo tiene el mismo derecho y la misma capacidad. Naturalmente que todos podemos opinar sobre política, criticar al gobierno o a la oposición o hacer un comentario sobre la marcha global del mundo. Pero para saber de política hay que hacer algún esfuerzo. Saber y hablar con propiedad de política exige, al menos, el tiempo que dedicamos a hablar de fútbol, por lo que leen periódicos o escuchan programas deportivos. Para hablar de política con propiedad hay que leer, escuchar en diversos medios y reflexionar sobre ella. La política tiene muchos ángulos. Hay quienes prefieren aburrirnos con ella para que desconectemos. Otros nos prefieren ignorantes, para dejarlo todo en manos de los que saben. La política es una disciplina que requiere estudio. También se trata de un tema colectivo que reclama diálogo. Y, como además nos afecta a todos, exige nuestro compromiso.

La crisis ha generado un sentimiento de indignación hacia la clase política, en gran parte justificado por su incompetencia y corrupción. Vivimos en un tsunami de corrupción. Plaza, La Muela, Marbella, Gescartera, Forum-Filatélico, Filesa,  Púnica, Gürtel, Acuamed, Noos, Andratx, Arena, Lezo, Eres, Federación Española de futbol, SGAE… Queridos conciudadanos, no deberíamos olvidar que todos estos casos los han realizado españoles, no marcianos. Para la catedrática de Filosofía Moral Victoria Camps “Cuando hay corrupción existe la complicidad del grupo político y también la de toda la sociedad”. Y es así porque carecemos de unos valores éticos claros, en torno a los cuales organizar nuestra convivencia. Nos quejamos amargamente de la corrupción de los políticos y luego les votamos. Aquí algo no encaja. Por ello, no tengo otra opción que hacerme una pregunta: ¿Cómo es posible que una clase política tan incompetente y corrupta haya surgido de una sociedad tan pura e inmaculada? Si los políticos lo hacen todo tan mal, no puede ser que el pueblo lo haya hecho todo bien. ¿No será que nos servimos de los políticos como chivos expiatorios para ocultar muchas de nuestras frustraciones? ¿La crítica generalizada hacia los políticos nos permite librarnos de algunas críticas que, de no existir ellos, tendríamos que dirigir a nosotros mismos? Nosotros no estamos exentos de culpa de la situación política actual, aunque no lo reconozcamos por falta de sinceridad y de hipocresía.

Que exista la crítica es una prueba de una sociedad madura democráticamente. Lo novedoso quizá sea, merced al poder multiplicador de la red, el que esta ha alcanzado tales límites, que puede hablarse de auténtico linchamiento de la clase política. Por ello, sorprende que todavía haya candidatos para una actividad tan criticada y tan escrutada. Mas, deberíamos andar con tiento, al emitir de una manera generalizada: "todos son iguales", "son demasiados", "que dimitan todos", "no nos representan"... Estos reproches no son totalmente falsos, pero tampoco del todo verdaderos. Existen muchos que acuden a la política para prestar un servicio a la comunidad, como lo hacen muchos alcaldes en sus pueblos. Al respecto me parecen  muy pertinentes las palabras de un discurso de Azaña pronunciado el 21 de abril de 1934  en la Sociedad del Sitio de Bilbao, titulado  Un Quijote sin celada. La profesión política es tarea sublime e importante, pero tiene sus servidumbres. El político está siempre al borde del precipicio. Y si se cae, la gente dice: “Se le está bien empleado, era un majadero”. Esta situación del político les engendra un complejo de inferioridad, y por ello muchos políticos dicen que son otra cosa e insisten en que ellos a la política no le han dedicado sino los ratos perdidos de la ociosidad; y también se da el fenómeno inverso: que el que es otra cosa, o ha sido otra cosa, o sigue siéndolo, parece que no tenga derecho abandonarla para dedicarse íntegramente a la política. La política no admite experiencias de laboratorio, no se puede ensayar, es un caudal de realidades incontenibles, no admite ensayo, es irrevocable, es irreversible, no se puede volver a empezar. Además un hombre poseído de la emoción política necesita justificarse ante su conciencia y ante la historia. Ambas son relativamente fáciles. Pero hay otra justificación casi imposible, que es la actual, la cotidiana, frente a frente a las masas que esperan del político siempre algo. Y para justificarse ante ellas debe sacrificar frecuentemente su justificación ante su conciencia o la historia.

Hecho este inciso de Manuel Azaña, del que siempre podemos aprender, retorno al presente. Señala Daniel Innenarity en La política en tiempos de indignación, que en el menosprecio a la clase política se cuelan no pocos lugares comunes y descalificaciones que muestran una gran ignorancia sobre la naturaleza de la política y propician el desprecio a la política como tal. A estos críticos les deberíamos recordar que siempre que impugnan algo tenemos derecho a exigirles que nos diga qué o quién ocupará su lugar. No ocurra aquello de la paradoja del último vagón. Se trata del chiste relacionado con unas autoridades ferroviarias que, al descubrir que la mayoría de los accidentes afectaban al último vagón, decidieron suprimirlo en todos los trenes. ¿Hacemos lo mismo con la clase política? ¿La suprimimos toda? Si hablamos de su incompetencia, favorecemos que sean los técnicos los que se apoderen del gobierno. ¿Queremos a tecnócratas como Monti o Draghi? Deseamos en el Parlamento a los mejores, pero no estamos dispuestos a pagarles un sueldo digno, con lo que solo puedan hacerlo los ricos. El movimiento cartista en la Inglaterra del XIX entre sus exigencias llevaba una clave para democratizar la política y evitar su monopolio por la aristocracia: "Sueldo anual para los diputados que posibilitase a los trabajadores el ejercicio de la política". Los poderosos tienen otros medios para apuntalar sus intereses, por ello sorprende que pongamos en peligro esta gran conquista de la igualdad de acceso a la política con algunas propuestas. Exigimos las listas abiertas, y solo un 3% de los electores utiliza las ofrecidas en el Senado.

La política y los políticos son necesarios. Los que no los necesitan son los poderosos. En un mundo sin política nos ahorraríamos algunos sueldos, pero perderían su representación los que no tienen otro medio de hacerse valer. Tales prejuicios sobre la política, según Aurelio Arteta, son una reminiscencia del franquismo y conducen a que una actividad se considera execrable, porque se ha politizado y no hay que politizar las cosas. No solo nos callamos ante el poder ( y sin embargo nos desahogamos con los amigos en la barra del bar), sino que, cuando alguno tiene el coraje o las agallas de enfrentarse al poder, sobre todo desde el ámbito familiar, aduciendo que lo hacen por nuestro bien, intentan impedírnoslo para evitarnos problemas. Las frases “No te signifiques” o “No te des a notar” recuerdan y son una herencia de la dictadura. Muchos de nuestros abuelos por haberse significado políticamente fueron represaliados brutalmente ellos y miembros de su familia. Y esto ha dejado una huella, que costará mucho borrar. Dejando la vida privada al margen, debemos politizar todo aquello que nos afecta como miembros de la polis. ¿No debe someterse al debate público, de todos los ciudadanos, por ejemplo, nuestras pensiones, nuestra educación, el sistema fiscal o una solución pactada al tema territorial? Cuando se quieren eliminar del debate político, es que detrás debe haber algún interés bastardo. Somos seres tanto más libres cuanto más politizados. Por ello, la izquierda debería politizar frente a una derecha que no le interesa el tratamiento político de los temas. La derecha dominante en Europa promueve la despolitización y se mueve mejor con otros valores (eficacia, flexibilidad, competitividad, crecimiento, tecnocracia...). Lo que la izquierda debería hacer es luchar contra la dictadura del sistema financiero, los expertos que reducen el espacio de lo que es decidible democráticamente, y el predominio y frivolidad de los medios, y así recuperar el protagonismo de la política. El auténtico combate que se dilucida hoy es entre los que aspiran a que el mundo tenga un formato político y a los que no les importa que la política se convierta en algo irrelevante. La defensa de la política es la gran tarea de la izquierda, de no hacerlo, esta se juega su propia supervivencia.

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