sábado. 20.04.2024

El electoralismo, una lacra insaciable que pervierte nuestra democracia

sanchez zaragoza
Pedro Sánchez en Zaragoza.

El electoralismo al sacrificar la verdad es una lacra insaciable que pervierte nuestra democracia.


En la página del Gobierno de España. Ministerio del Interior aparece:

El BOE de martes 24 septiembre de 2019 publica el Real Decreto 551/2019, de 24 de septiembre, de disolución del Congreso de los Diputados y del Senado y de convocatoria de elecciones que especifica en su Artículo 4. Campaña electoral. La campaña electoral durará ocho días, comenzando a las cero horas del viernes 1 de noviembre y finalizando a las veinticuatro horas del viernes 8 de noviembre.

Si he puesto esta referencia es porque me parecen oportuna. Hoy mismo, 1 de octubre, según el Diario del Altoaragón de Huesca: “El presidente del Gobierno en funciones y candidato socialista, Pedro Sánchez, ha insistido este martes en que la decisión del próximo 10-N es elegir entre la "estabilidad" del PSOE o el "bloqueo" de las demás formaciones políticas. Sánchez ha dado un mitin en un Palacio de Congresos de Huesca lleno de afiliados y simpatizantes socialistas de toda la provincia, unas 800 personas según la organización. Sánchez ha asegurado que "cuantas más formaciones se presenten, más evidente es que la única que garantiza un Gobierno de progreso, estable y coherente es el PSOE".

Y esta misma tarde ha dado otro mitin en Zaragoza. La conclusión es clara. En principio parece un incumplimiento de la normativa vigente. Se me podrá replicar con razón que estos actos no son propiamente de campaña sino de precampaña. Veamos la diferencia no fácil entre precampañas y campañas electorales.

Precampaña: No está definida en ninguna ley. “Generalmente, se considera que la precampaña empieza en el momento en el que se anuncia oficialmente la fecha electoral”. Durante la precampaña, los partidos pueden hacer lo mismo que cuando no están en campaña: convocar mítines, lanzar campañas en redes sociales, conceder entrevistas… Pero hay algunas excepciones. Desde el momento en el que las elecciones se publican en el BOE (ha sido el 26 de septiembre en el caso de las generales del 10-N) hasta el inicio de la campaña (1 de noviembre), no se puede pedir el voto de forma expresa. Ese periodo es el único en el que no se puede pedir el voto: antes del 26 de septiembre y después del 1 de noviembre, sí se puede. Por las palabras de Pedro Sánchez, parece claro que ha pedido expresamente el voto en la precampaña. Es cierto que no ha dicho textualmente “Hay que votar al PSOE”, pero de sus palabras se deduce que sí lo ha pedido: "cuantas más formaciones se presenten, más evidente es que la única que garantiza un Gobierno de progreso, estable y coherente es el PSOE".

Los españoles desde hace mucho tiempo estamos inmersos en una campaña electoral permanente

Mas, no quiero detenerme en la distinción muy imprecisa entre precampaña y campaña electoral, que he expresado anteriormente. Porque la realidad incuestionable es que los españoles desde hace mucho tiempo estamos inmersos en una campaña electoral permanente.

Nuestra democracia tiene muchos y graves problemas Uno de ellos, es el síndrome del «electoralismo». Según del Diccionario de la RAE: Consideración de razones puramente electorales en la política de un partido.

Para el sociólogo oscense y catedrático de la Universidad Complutense de Madrid, Enrique Gil Calvo en su libro Comunicación Política. Caja de Herramientas, el electoralismo surge de la perversa inversión de los fines por los medios. Las campañas electorales, que eran un medio para seleccionar los gobiernos más competentes y eficaces, se han convertido en un fin en sí mismas y son eslabones de una cadena interminable: la de una campaña electoral permanente. Por el contrario, los gobiernos electos, que tendrían que gobernar de acuerdo con su programa político, son un medio puesto al servicio de la campaña electoral permanente. Cada acto de gobierno se presenta como un spot de propaganda electoral para potenciar la tensión, y así movilizar a sus electores y desactivar a los rivales. Antes solo ocurría esto al final de la legislatura, cuando había que diseñar la próxima campaña electoral, ya que, en los primeros años, la gran preocupación era la de gobernar. Ahora no. Se gobierna en clave electoral, pues se ejerce el poder para mejorar la ventaja contra los rivales.

El electoralismo se ha independizado del proceso político y se ha hecho con su control absoluto

El electoralismo se ha independizado del proceso político y se ha hecho con su control absoluto. El electoralismo siempre acompañó a la democracia como un vicio menor relativamente controlado, pero hoy, desde que las campañas electorales cayeron en manos de expertos en mercadotecnia, es una lacra insaciable que pervierte toda la actividad política. Ahora las campañas electorales son cada vez menos democráticas y más destructivas, ya que de lo que se trata es de vencer al rival, cual si fuera una guerra en la que todo vale, incluso pasar por encima de los derechos humanos, como los de los inmigrantes.

Este síndrome del «electoralismo» presenta una serie de daños muy graves. El primero, el sacrificio de la verdad, que queda relegada al olvido al ser un arma inservible para dañar o intimidar. Lamentablemente, lo estamos comprobando, la verdad no es buena compañera para la actividad política. Como dijo, un auténtico profesional de la política, el Conde de Romanones: «Hay hombres que mienten a todos y también se mienten a sí mismos. Estos llegan a estar convencidos de que la mentira forjada por ellos es la verdad, y la defienden con mayor empeño que la verdad misma. Por eso son los más peligrosos en la política».

Estos políticos mendaces que se pavonean con las excelencias de nuestra democracia, saben que la democracia debe y tiene que ser el régimen de la verdad en el sentido de la total posibilidad del conocimiento de los hechos por parte de todos los ciudadanos. Solo así estarán en condición de controlar y juzgar a sus representantes políticos y a su vez de participar en el gobierno de la cosa pública. De ahí el reconocimiento que nos asiste al «derecho a la verdad». Ahí radica la gran diferencia de la democracia con otros regímenes políticos, como los totalitarismos, donde la oscuridad empaña la vida política y son los gobiernos quienes definen la verdad. En democracia, la verdad es hija de la transparencia. En democracia la obligación de verdad por parte de las instituciones se convierte en derecho de información por parte de los ciudadanos, reflejado en nuestra Constitución dentro de la Sección 1ª De los derechos fundamentales y las libertades públicas, en el artículo 20. 1 d) se reconoce y protege el derecho: A comunicar o recibir libremente información veraz por cualquier medio de difusión.

Nuestra clase política haría bien en no considerar a la sociedad española como inmadura y carente de criterio. Gran parte de esta sabe diferenciar perfectamente la mentira del engaño, tal como nos advirtió también Antonio Machado en Juan de Mairena «Se miente más que se engaña; y se gasta más saliva de la necesaria… Si nuestros políticos comprendieran bien la intención de esta sentencia, ahorrarían las dos terceras partes, por lo menos, de su actividad política». ¿Nuestra clase política ha comprendido la intención de tal sentencia? Por ello, esta campaña electoral, que será terrorífica a la hora de pervertir la verdad, me remite a uno de los grabados de Francisco de Goya de la serie de Los Desastres de la Guerra, que lleva el título Murió la Verdad.

Nuestra clase política haría bien en no considerar a la sociedad española como inmadura y carente de criterio

En lugar de la verdad, se muestran relatos ficticios para potenciar la agresividad. Igualmente golpes de efecto para romper las expectativas y elevar la tensión; discursos infamantes a los rivales para destruir su reputación; ejes de campaña para fracturar al electorado, destruir el diálogo y el consenso e incentivar la conflictividad; bulos volcados en la red, lo que se conoce en inglés shitstorm, en español, tormenta de mierda. Toda vale. Todo ello, con el beneplácito del público de seguidores, hooligans fanáticos y machistas. Tales acciones son auténticas armas de destrucción masiva en un doble sentido, pues provoca la ruina o la derrota del rival más débil, y también la lenta e irreversible autodestrucción del conjunto de la clase política. Y, por supuesto, la autodestrucción de la democracia misma.

Es muy interesante la entrevista realizada por Eduardo Febbro al sociólogo francés Pierre Rosanvallon, el cual nos dice que hay una contradicción estructural en las democracias. La democracia reposa sobre la posibilidad de tener un pluralismo, es decir, sobre la competición electoral. Pero el problema de la competición electoral radica en que provoca una inflación de promesas. Podemos decir que la competición política funciona de forma muy distinta a la de la competición económica. La competencia económica hace bajar los precios, la competición política hace subir las promesas. Para tener éxito en una campaña electoral hay que saber poner de lado los problemas molestos, pronunciar discursos contradictorios ante poblaciones diferentes, hay que saber seducir. Sin embargo, cuando se trata de gobernar, la realidad nos golpea en pleno rostro. Esta contradicción está en el corazón de la desmoralización de los ciudadanos. La sociedad asiste permanentemente a la ampliación del foso entre el mundo del discurso de las campañas electorales, y el discurso del gobierno. Se trata de una contradicción muy grave que ocupa un lugar central en la crisis de la democracia. A partir del momento en que se reconoce que existe la competición electoral y que ésta forma parte de la vida de la democracia, existe también el riesgo de que el foso se siga ampliando. Para evitarlo, debe progresar el sentido de hablar con sinceridad en lugar de las promesas. Hablar con la verdad es uno de los elementos de la construcción de la confianza. Necesitamos comprender que la democracia reposa sobre instituciones formales y, también, sobre instituciones invisibles. Existen tres instituciones invisibles: la confianza, la legitimidad y la autoridad. Tal vez, la más importante sea la confianza porque es ella la que le permite a un gobierno ser eficaz. La confianza significa que se puede plantear una hipótesis sobre el comportamiento futuro de una persona. Para que esto sea posible es preciso que la palabra no se mueva. Si la palabra pasa de la palabra del candidato a la palabra del gobernante, construir la confianza es imposible. Ya no podemos esperar esta virtud de los dirigentes políticos. Los ciudadanos deben intervenir con fuerza para poner en tela de juicio estas conductas.

El electoralismo, una lacra insaciable que pervierte nuestra democracia