viernes. 29.03.2024

El bosque está en llamas

Lo que nos ennoblece como seres humanos es contribuir de alguna manera a hacer mejor el mundo que hemos recibido de nuestros predecesores.
colibri

Con una puntualidad milimétrica publico un artículo semanal en este medio caracterizado por su pluralismo, que me sirve de vehículo de comunicación con mis lectores. Que no es poco y más en estos tiempos. No en vano nos advirtió el gran Saramago: «Las tres enfermedades del hombre actual son la incomunicación, la revolución tecnológica y la vida centrada en el triunfo personal». Por otra parte, dejar por escrito tus reflexiones requiere coraje, ya que las palabras escritas permanecen indelebles, no así las habladas que se las lleva el viento. Nunca he dicho lo contrario de lo que pensaba. Por supuesto, es mi visión personal. Mi preocupación no es agradar. Si alguno le molesta lo que escribo, pues ¡qué le vamos hacer! Tampoco pretendo convencer a nadie. No quiero dar respuestas sino plantear preguntas, cuantas más mejor. Hoy son muy necesarias. Como dice Bob Dylan en una canción preciosa e inolvidable «la respuesta, amigo mío, está flotando (silbando) en el viento». Mi pretensión es fomentar el espíritu crítico, hoy cada vez más necesario.

El pluralismo está desapareciendo lamentablemente en los grandes medios de comunicación, cada vez más concentrados y vinculados con los poderes financieros y empresariales, que al alcanzar tanto poder, pueden contrariar o delimitar la soberanía expresada por la sociedad en las urnas y poner en peligro la democracia, de ahí que el profesor Luigi Ferrajoli, los denomine poderes salvajes. Las empresas de comunicación son poderes de hecho, influyentes sobre los asuntos públicos y con agendas que no responden necesariamente a los intereses de la sociedad. Según Sánchez Noriega “tienen capacidad en el espacio político para boicotear leyes o difundir determinadas demandas y, a la vez, una gran resistencia a las imposiciones del poder político”. Pueden si se lo proponen derribar un gobierno si no responde a sus intereses. Siendo está la realidad, el ejercicio de la profesión periodística es cada vez más complicada, ya que tiene que estar subordinada a la línea editorial del medio, lo que mediatiza su libertad de expresión. Y muchos periodistas tienen que guardar sus opiniones personales para no molestar a la dirección del medio. Un periodismo sin libertad de expresión, no es periodismo, es otra cosa, pero no periodismo.

El periodismo de verdad, según el periodista y escritor argentino Horacio Verbitsky: “Periodismo es difundir aquello que alguien no quiere que se sepa, el resto es propaganda. Su función es poner a la vista lo que está oculto, dar testimonio y, por lo tanto, molestar. Tiene fuentes, pero no amigos. Lo que los periodistas pueden ejercer, y a través de ellos la sociedad, es el mero derecho al pataleo, lo más equitativa y documentadamente posible. Criticar todo y a todos. Echar sal en la herida y guijarros en el zapato. Ver y decir el lado malo de cada cosa, que del lado bueno se encarga la oficina de prensa”.

Me parecen igualmente muy oportunas las reflexiones del periodista colombiano Reynaldo Spitaletta, que en el artículo Periodismo prostituido del periódico El Espectador, señala que la tía Betsabé, protagonista de su novela El último puerto de la tía Verania, una señora de mucha guasa, advertía sobre tres oficios que la mayoría de gente creía que eran muy fáciles de ejercer. Los llamaba las tres "pes": periodista, panadero y puta. El periodismo nació en la Modernidad y la Ilustración y le dio un carácter de servicio a los más desprotegidos, de vocero de los oprimidos y olvidados de la historia. Como Émile Zola con su Yo acuso. Hoy, en general, ha perdido su esencia combativa, su capacidad crítica y de poner en calzas prietas al poder. Y se ha mudado a la otra posición, la de servir de mampara de los desafueros oficiales. No revela; tapa. No cuestiona; bate incienso”.

Creo que los periodistas y quienes escribimos en los medios, deberíamos hacer un acto de profunda reflexión sobre nuestro grado de responsabilidad en la extraordinaria visceralidad, vehemencia y encabronamiento en la sociedad española ante el tema catalán

Obviamente el problema más grave, que tenemos encima de la mesa, y que no sabemos cómo abordarlo políticamente, ni mediáticamente ni tampoco socialmente, es el problema de Cataluña. La incuestionable incompetencia de nuestra clase política la observamos al haber trasferido un problema político al ámbito judicial. En el siglo XX recurría al ejército.

Los medios de comunicación de Cataluña y del resto de España, salvo algunas rarísimas excepciones, tienen una gran parte de responsabilidad en el recrudecimiento del problema catalán, ya que ni antes ni ahora han contribuido a propiciar el diálogo, que es el instrumento básico para resolver los problemas políticos. Muy al contrario, han contribuido irresponsablemente a agravarlo. Ha habido un periodismo de trincheras. Y siguen las trincheras todavía más profundas. Y bandos irreconciliables. Hay que alinearse con el pensamiento dominante de acá y de allá. Es un periodismo como el NODO, de blanco o negro. Muchos periodistas apuntan al objetivo y disparan. Al estar en posesión absoluta de la verdad, no hay concesión para el que piensa diferente. Dicen a su audiencia lo que esta quiere oír. Por ello, los ciudadanos viven inconscientemente en una burbuja informativa. Al respecto me parecen muy oportunas las recientes palabras de Luigi Ferrajoli -uno de los pensadores desde el ámbito del derecho más equilibrados del momento- en un artículo reciente publicado en la revista SinPermiso titulado Sobre la cuestión catalana: deshaciendo un posible equívoco: “De cualquier modo, la magistratura ha realizado su trabajo. Pero el de los filósofos y teóricos del derecho ¿no será quizá tratar de hacer que prevalezca la razón? Y la razón —diré la esencia— de la democracia ¿no consiste acaso, sobre todo, en la convivencia pacífica de las diferencias, de todas las diferencias de identidad de las personas? Y el cometido de la política ¿no es mediar los conflictos y resolverlos racionalmente? ¿No era posible, por parte de la política y de la prensa, estigmatizar duramente el independentismo pero, al mismo tiempo, tomar distancias del proceso, desdramatizar la cuestión y buscar un compromiso? Esos objetivos de Ferrajoli han sido siempre los míos en los diferentes artículos publicados aquí en este año 2019, muchos menos que en el 2018: “¿Por qué se repiten las elecciones?”. “Una vez más, Cataluña es el obstáculo que impide la formación de un nuevo gobierno”. “Nuestros problemas son políticos. Y si la política es diálogo, la política democrática es un diálogo reforzado”. “¿Para qué ha llegado a la política Ciudadanos?”. “¿No seremos todos en el fondo nacionalistas? ¿También las izquierdas?”. “Mi homenaje a Antonio Machado”.

Creo que los periodistas y quienes escribimos en los medios, deberíamos hacer un acto de profunda reflexión sobre nuestro grado de responsabilidad en la extraordinaria visceralidad, vehemencia y encabronamiento en la sociedad española ante el tema catalán. Es esa la realidad. Observo con gran pesar que gente educada, con formación universitaria pierde los estribos y la compostura. No hablo de cenutrios ni botarates, ni de aquellos fuera de sí tras tomar cuatro copas en la barra del bar, sino de abogados, médicos, ingenieros, profesores, comerciantes, y otros muchos que convencidos se autoproclaman progresistas, que ante el tema de Cataluña mientras les late la vena en la frente, al tiempo que la saliva  es aparece en las comisuras de los labios y luego la escupen, arrojan opiniones incendiarias y extraordinariamente simplistas, sin mostrar el mínimo esfuerzo de tratar de entender un problema extraordinariamente complejo, con muchas aristas.

Quiero terminar con unas palabras menos problemáticas. Deseo mucha paz, justicia y felicidad, y por supuesto tranquilidad, a todos mis lectores, que tienen la paciencia de leerme, y también a mis conciudadanos recomendándoles unas palabras de Adam Smith: «Sentir mucho por los demás y poco por nosotros mismos; reprimir nuestro egoísmo y practicar nuestras inclinaciones benevolentes; esto constituye a la perfección de la naturaleza humana». Esto es lo que nos ennoblece como seres humanos: contribuir de alguna manera a hacer mejor el mundo que hemos recibido de nuestros predecesores. Quienes somos responsables de hacerlo mejor, somos todos nosotros. No busquemos excusas. Acabo con una parábola. «El bosque está en llamas. Los animales huyen despavoridos, los grandes animales: ciervos, leones, búfalos, osos, elefantes. Pero un colibrí desciende a un arroyo, toma una gota de agua en el buche, vuela contra el muro de llamas y la deja caer allí. Los demás animales le reprochan su temeridad y le dicen que, además, una gota de agua contra tan grande incendio no servirá de nada. El colibrí les responde: yo ya he hecho mi parte, y voy a seguir haciéndola».

El bosque está en llamas