martes. 16.04.2024

¡Dios mío en qué manos estamos!

Existe un porcentaje importante de españoles que dicen pasar de política, alardeando incluso de ello, lo que no es cierto...

El título que encabeza estas líneas está plenamente justificado. Voy a tratar de demostrarlo. Existe un porcentaje importante de españoles que dicen pasar de política, alardeando incluso de ello, lo que no es cierto. Una cosa es pasar de los políticos y otra muy distinta es, el no tener unas ideas políticas. Todo el mundo las tiene. ¿Un ciudadano tendrá alguna predilección sobre el cómo organizar la educación, la sanidad o la asistencia social? ¿El mercado o el Estado? ¿O ambos?

Igualmente la sociedad española está muy politizada, nada más hay que observar las conversaciones ciudadanas, lo que no significa tener una cultura política perfectamente trabada y conformada. Sin pretender convencer a nadie, nada más lejos de mi intención, trataré a continuación de presentar algunos argumentos y algunos hechos con el objetivo de concienciar políticamente  a aquel que todavía no lo esté, o aquel que tenga una cultura política muy superficial, sobre la importancia de la política, una de las dimensiones fundamentales de los seres humanos, no en vano ya los clásicos dijeron  el hombre es un animal político.  La existencia del conflicto en una sociedad hace imprescindible la política. No sería necesaria si el mundo estuviera habitado exclusivamente por ángeles.

Son  tantos los prejuicios acumulados contra la política que esta circunstancia conduce a que una actividad se considera execrable, porque se ha politizado y lo conveniente es no politizar las cosas. Craso error. Dejando la vida privada a buen recaudo, debemos politizar todo aquello que nos afecta en cuanto miembros de la polis, y en todo lo posible y cuanto más mejor. ¿No debe someterse al debate público, de todos los ciudadanos, por ejemplo, nuestras pensiones, nuestra educación o el sistema fiscal?  Debemos sospechar que cuando estas cuestiones tan relevantes se quieren eliminar del debate político, es porque detrás de ello debe haber algún interés bastardo. Somos seres tanto más libres cuanto más politizados estamos. Se dice también,  es decente quien no se mete en política, ya que va a lo suyo. Y ya es la culminación de la virtud si solo vive para su familia: de casa al trabajo y del trabajo a casa. De la política como algo abyecto hay que huir despavoridos. Lo único valioso es la vida privada, la familiar y laboral. De ahí que muchos alardean yo no soy político. Estos comportamientos contradicen lo que grandes pensadores morales y políticos nos han enseñado desde hace 25 siglos. A los que se despreocupaban de lo común, de lo que es de todos para hacerlo solo de lo suyo los atenienses del siglo V a. C. los llamaban idiotas. En la misma línea, ya en el siglo XX  para Bertolt Brecht, el peor analfabeto es el analfabeto político. No oye, no habla, no participa de los acontecimientos políticos. Es tan burro que se enorgullece diciendo que odia la política. No sabe que de su ignorancia política nace la prostituta, el menor abandonado y el peor de todos los bandidos que es el político corrupto y lacayo de las multinacionales. Según Aurelio Arteta, es de lamentar que el ciudadano común elige hoy para su conducta pública la salida en lugar de la voz. Y es que mientras la voz o la toma de la palabra --la acción política por antonomasia-- es directa, personal, costosa y arriesgada, la salida --la abstención-- significa un mecanismo impersonal que apenas exige esfuerzo. En esas estamos y así nos va.

Dicho lo cual, quiero fijarme en algunas actuaciones de nuestra clase dirigente, no quiero calificarlas de políticas, porque la política, la política de verdad es otra cosa. Como señaló  Manuel Azaña en un discurso pronunciado el 21 de abril de 1934  en la Sociedad del Sitio de Bilbao, titulado  Un Quijote sin celada, los auténticos móviles de la política, los de verdad son la percepción de la continuidad histórica, de la duración, es la observación directa y personal del ambiente que nos circunda, observación respaldada por el sentimiento de justicia, que es el gran motor de todas las innovaciones de las sociedades humanas. De la composición y combinación de los tres elementos sale determinado el ser de un político. He aquí la emoción política. Con ella el ánimo del político se enardece como el ánimo de un artista al contemplar una concepción bella, y dice: vamos a dirigirnos a esta obra, a mejorar esto, a elevar a este pueblo, y si es posible a engrandecerlo.

Ni que decir tiene que no podemos calificar de políticas la mayoría de las actuaciones de nuestros dirigentes. Me fijaré en algunas de ellas. El economista Luis Garicano, por cierto no de izquierdas precisamente, en su libro El dilema de España. Ser más productivos para vivir mejor, y en la página 106 describe lo siguiente que como ciudadano español me ha producido una mezcla de estupor y malestar inmensos. Espero que aquellos que dicen pasar de política, esto sirva para que cambien de opinión, entre otras razones por la cuenta que les trae. Ahí va al pie de la letra. “El 30 de noviembre de 2012, el día que se revalorizaban las pensiones, los españoles recibimos  una sorpresa positiva: una tasa de inflación mucho menor de la esperada, que permitía reducir el déficit estructural del Gobierno. ¿Qué había sucedido? El INE lo explicaba en su informe: una fuerte caída del precio de los carburantes. Pero, ¿por qué había descendido de forma tan conveniente para nosotros el precio de la energía? En una entrada en el blog Nadaesgratis, Pol Antrás, profesor en Harvard, y José Ignacio Conde-Ruiz, profesor de la Universidad Complutense, mostraron que desde el 15 de octubre anterior el precio de la gasolina euro-súper 95 había bajado como media el 6,5% en la zona euro, mientras que en España más del doble, el 13,5%. El gasóleo en España el 8,1% frente al 3,7% en la zona euro. ¿A qué obedecía este positivo comportamiento, si los precios de la materia prima se fijan en los mercados internacionales y no se habían producido cambios en los impuestos? La sospecha de que había gato encerrado se incrementó al observar que la mejora en España empezó a evaporarse en la semana siguiente: la gasolina súper subió 3 décimas en España, mientras que en Europa caía un 1,7%.  Pero, ¿cómo es posible que compañías privadas decidan simultáneamente sus márgenes y volverlos a subir? ¿No es esto una colusión anticompetitiva, penalizada con cárcel en los Estados Unidos? El ministro de Industria dio su respuesta en una entrevista en televisión. Explicó sin rubor alguno a su entrevistadora que había llamado a las compañías petroleras para que “arrimarán el hombro” porque, de lo contrario, tenía presto un decreto que sería mucho peor para ellas. El mensaje que había detrás de esto parece claro, vista la evolución posterior “”Os dejamos en paz una vez pase el dato de la inflación”.” Lo ocurrido resulta desalentador para cualquier ciudadano. Parece lógico que se debería haber abierto una investigación transparente de la competencia en el sector, llevada a cabo por un regulador independiente y capaz para tomar decisiones y poder sancionar. El Gobierno tiene la obligación de dar una explicación a los ciudadanos con transparencia y claridad. Ni que decir tiene que el Gobierno no ha explicado nada, y los perjudicados los ciudadanos. Podríamos poner más ejemplos parecidos al comentado, claros ejemplos de auténticos contubernios entre el Gobierno y compañías privadas en otros sectores. La factura de la luz es algo que nadie entiende, y ya tiene especial cuidado en que no entendamos. El libro de Luis Garicano cita  otros casos truculentos y que por la extensión del artículo no puedo reflejar. Por ello  está totalmente justificado el título ¡Dios mío en que manos estamos! Tampoco es algo que me haya sorprendido. ¿Qué se puede esperar de un Gobierno presidido por un señor que remite un correo al tesorero de su partido, actualmente en la cárcel, diciéndolo sé fuerte? ¿Qué podemos esperar de un presidente de Gobierno que incumple y se pasa por el forro todo su programa electoral, aduciendo que ha cumplido con su deber? Y aquí, en este desgraciado país, no pasa nada. Y el colmo de la desfachatez, esto es un auténtico esperpento, en la tramitación parlamentaria de la Ley de Transparencia de representantes del Gobierno tuvimos que oír cosas como las que siguen. Esto es un circo. La vicepresidenta del Gobierno, Soraya Sáenz de Santamaría, de cuya intervención he extraído algunas de sus afirmaciones. “Señorías, estamos por tanto ante una ley necesaria e inaplazable, … La primera institución que se va a incorporar de forma expresa en la norma será la Casa Real,... Esta ley de transparencia se convertirá así en una de las más avanzadas de nuestro entorno”.

El portavoz del PP, el locuaz Esteban González Pons, dijo, abróchense los cinturones que vamos a despegar: “Señorías, el valor de la transparencia como requisito de la democracia no es nada nuevo. Sin transparencia es imposible que haya democracia, como sin luz es imposible que se pueda ver. Es absurdo que el Estado no pueda señalarle a un ciudadano en qué se ha gastado hasta el último céntimo de los impuestos que ha pagado.. En la democracia el ojo tiene que ser siempre más rápido que la mano….No hay mejor remedio contra la corrupción que anticiparse a ella, que evitarla. Solo se corrompe el agua que está estancada. Allá donde habitan la sombra, el secreto o el exceso de confianza es donde es sencillo que se produzcan favores, arbitrariedades y desfalcos. Manda huevos.

Finalmente salió publicada en el BOE del 10 de diciembre de 2013 La Ley 19/2013, de 9 de diciembre, de transparencia, acceso a la información pública y buen gobierno. Manda huevos.

Pero aquí no queda la cosa. Todavía más. En un alarde desvergonzado de cinismo, nuestro presidente de Gobierno, muy preocupado por regenerar nuestro sistema democrático nos arroja a la cara de todos los españoles la propuesta de modificar la ley electoral, para que alcance la alcaldía la lista más votada. ¿Nos toma por gilipollas a los españoles? Que tengan un poco decencia y muestren algo de respeto a la ciudadanía, a sí mismos hace tiempo que lo han perdido. Por todo ello, me reafirmo ¡Dios mío en que manos estamos!

¡Dios mío en qué manos estamos!