jueves. 18.04.2024

La democracia es un ideal, una invención colectiva permanente y siempre inacabada

Pierre Rosanvallon

Reducir la democracia a unas elecciones es una visión muy estrecha de la democracia liberal. Básicamente, si un país organiza elecciones más o menos libres, se dice que es democrático. Lo que no es cierto. Esta reducción de la democracia a la elección de representantes, es un engaño.  Lo que no significa negar que el ir a votar no sea importante. Pero no basta. Una democracia auténtica es mucho más. La democracia electoral e institucional es una pieza del gran edificio que es el de la democracia de monitoreo del australiano John Keane, la contra-democracia del francés Pierre Rosanvallon, la democracia de la vida cotidiana yla democracia de movilización. Lo que hace que un país sea democrático es menos lo que pasa en el Parlamento que la vigilancia de actores de la sociedad civil, de medios libres y de ciudadanos.

Para la descripción de la democracia de monitoreo de John Keane me basaré en el artículo El potencial transformador de la democracia monitorizada a debate: contextualización teórica y diálogo con John Keane de Ramón A. Feenstra de Universitat Jaume I de Castelló.

Democracia monitorizada es un nuevo tipo de democracia, una variedad de política definida por el rápido crecimiento de numerosos tipos diferentes de  extraparlamentarios, mecanismos examinadores del poder. Dentro y fuera de los estados, monitores independientes de poder empiezan a tener efectos tangibles. Al poner permanentemente en alerta a los políticos, a los partidos y a los gobiernos elegidos, les complican su vida, cuestionan su autoridad y les fuerzan a cambiar sus agendas –llegando, en alguna ocasión, a una deshonra que termina por asfixiarlos. 

El concepto de democracia monitorizada plantea una respuesta alternativa a los modelos mínimos de democracia frente a la pregunta planteaba por Sartori cuando afirmaba en 1999 que: “el problema siempre ha sido de qué modo y qué cantidad de poder transferir desde la base al vértice del sistema potestativo”. La respuesta de los modelos mínimos de democracia a esta cuestión se centra en las estructuras representativas, es decir, el voto, las elecciones y los partidos políticos como la columna vertebral a la hora de definir los mecanismos de participación de una ciudadanía que vive en sociedades complejas y ampliamente pobladas.

Sin embargo, Keane amplía este concepto de participación basándose en los mecanismos de fiscalización y escrutinio que se ejerce desde la sociedad civil. El concepto de democracia monitorizada es un término que suena extraño. Es un neologismo. Es un nuevo concepto para describir un cambio histórico muy relevante que está sucediendo en el mundo de las democracias actuales. Hubo una vez, para nuestros padres o abuelos y para muchos en otras generaciones, donde la democracia significaba, esencialmente, elecciones periódicas dentro de un territorio estatal, en el marco de la ley. El sistema central de la democracia era la celebración de elecciones periódicas, libres y justas, con un sistema pluripartidista, y un parlamento, así como un gobierno dependiente de dicho parlamento.

A mitad de los cuarenta se produjo el principio de una importante reformulación de la democracia de cuyas consecuencias a largo plazo somos más bien inconscientes. La democracia ha venido a significar mucho más que elecciones periódicas. Este algo más es que democracia significa que dondequiera que se ejerce el poder —en la familia, en las comunidades, en las fábricas, en el lugar de trabajo, en la burocracia gubernamental, en contextos transfronterizos—, este ha de estar sujeto al escrutinio público. Ha de someterse a una restricción pública.

En suma, todo el cambio de significado de la democracia significa que  para el bien de la igualdad, el poder nunca debería ser arbitrario, que nadie tiene el derecho a estar sentado sobre el trono del poder, como un rey o una reina. Por tanto, la transparencia, la accountability y la apertura son la esencia de la democracia. La restricción del poder arbitrario es el espíritu central de la democracia monitorizada.

Desde mediados de los años 40 cada gran movimiento que lograba cambiar la agenda pública de la política ha procedido de mecanismos democratizadores de monitorización. Los grandes movimientos, puestos en orden, seguirían la siguiente secuencia: primero es el de los Civil Rights e iniciativas pro derechos humanos, de los años 40 y de los 50. La lucha contra la segregación racial en los Estados Unidos es el trabajo de numerosos mecanismos monitorizadores, los pasajeros de la Libertad o Sit-In Movement. Luego, a finales de los 50, llegó el movimiento antinuclear. Más adelante llegó el movimiento estudiantil de los años 60 y el renacimiento del movimiento feminista, en los 60.

Poco después los movimientos ecologistas. Ahora en la agenda de toda democracia existente está la cuestión de la desigualdad y de la concentración de riqueza. La politización de todas estas cuestiones no corrió a cargo de partidos políticos, o parlamentos o gobiernos, sino de mecanismos monitorizadores que dieron la voz de alarma sobre las relaciones de poder existentes. La democracia monitorizada es una dinámica y probablemente la forma histórica más sensible al poder que jamás haya existido en la historia. De esta manera, prácticamente todas estas iniciativas son ejemplos de la democracia monitorizada en acción. La democracia monitorizada es un estilo de vida donde hay numerosas instituciones watchdogs (instituciones de control), donde el poder arbitrario no se mira con simpatía; donde el poder arbitrario es ilegítimo. Así pues, los ciudadanos y los representantes están constantemente atrapados en una lucha en favor de la equiparación del poder, de la prevención de la corrupción y de la prevención del poder no transparente. Una lucha a favor de la exposición pública del poder invisible.

Para la descripción de la contrademocracia de Rosanvallon me basaré en el artículo La contrademocracia. La política en la era de la desconfianza de Juan Zuluaga Díaz, sociólogo de la Universidad del Valle, mágister en Investigación en Ciencias Sociales de la Universidad de Buenos Aires.

La contrademocracia. Para Rosanvallon, los principales estudios de teoría política se han centrado en la legitimidad, a través de una mayor participación en las urnas u otros mecanismos de democracia directa. No obstante, de manera paralela, se han venido desarrollando un conjunto de prácticas, de contrapoderes, que intentan compensar la erosión de la confianza en los representantes electos mediante la organización de la desconfianza. La expresión de la desconfianza a lo largo de la historia tiene dos vías, la liberal y la democrática.

En la liberal, hay algunos pensadores liberales del siglo XVIII, como Montesquieu, los cuales ven en la desconfianza un “poder de prevención”, mostrando un interés central para contener la acumulación de poderes y no por la constitución de un gobierno bueno y fuerte.

En la vía democrática, la expresión de la desconfianza busca velar porque el poder sea fiel a sus compromisos, centrándose en la puesta a punto de mecanismos de control ciudadanos que actúen como contrapoderes. Esta desconfianza democrática se expresa de múltiples maneras, entre las que distingue tres modalidades principales: 1) los poderes de control; 2) las formas de obstrucción, y 3) la puesta a prueba a través de un juicio. “A la sombra de la democracia electoral-representativa, estos tres contrapoderes dibujan los contornos de la contrademocracia”, que no es lo contrario de la democracia, sino una forma de democracia que se antepone a la electoral —con la cual conforma un sistema—, y que está constituida por poderes indirectos diseminados en la sociedad.

Cuando se habla de control estamos hablando de mantener una mirada permanente sobre los actos de los gobernantes, un estado de alerta que permita la vigilancia sistemática de sus actuaciones. Este control trata de encastrar la legitimidad electoral con la legitimidad social, haciendo de la reputación un factor determinante de la confianza en los individuos o en los regímenes.

En cuanto al poder de obstrucción, esta figura del universo contrademocrático atañe al derecho de resistencia que históricamente han tenido los pueblos para estatuir, impedir, modificar o anular las actuaciones de sus gobernantes o las condiciones del régimen. Con el advenimiento del sufragio universal se dieron nuevos enfoques de esta capacidad, como la emergencia de un poder organizado de oposición. En búsqueda de las distintas manifestaciones en el tiempo de esta dimensión de contrapoder, Rosanvallon realiza un barrido histórico de las formas que adopta la resistencia y la obstrucción tanto en la antigua Roma (tribunos del pueblo) como en la Edad Media, la época prerrevolucionaria y las sociedades modernas. Aquí señala que, dadas las condiciones socioculturales del mundo contemporáneo, se configuró igualmente la crisis de la representación social y la política para dar paso a la sensación de vacío. En este contexto, al que denomina como la “era de la deselección”, la institucionalización de la oposición ya no puede constituir el horizonte de una perspectiva de estructuración del poder de obstrucción en la democracia, imponiéndose así la política negativa, que consiste en la entrada en una democracia de sanción, donde las elecciones son más un juicio sobre el pasado que una oportunidad de optar por diversas orientaciones. “Ya no se trata de distinguir sino de eliminar”. Es de resaltar que el ciudadano moderno no solo dispone del voto para manifestar su rechazo, sino que también puede tomar parte en acciones más difusas de obstrucción como manifestaciones callejeras, movimientos de opinión y derecho al veto, entre otros.

Si bien el controlar y el obstruir son dos maneras de condicionar a los gobernantes, existe una tercera dimensión de la contrademocracia, el juicio. Juzgar consiste en examinar una conducta o una acción, prolongando el ejercicio de una sospecha y haciendo necesario que se llegue a una conclusión definitiva. La prueba de un juicio no queda reducida al ejercicio de un poder judicial autónomo sino que está ligado en profundidad a la idea de un juzgamiento de los gobernantes por la sociedad, entendiendo que los ciudadanos quieren alcanzar como jueces lo que consideran no haber podido alcanzar como electores. Otro aspecto que rescata el autor de las actividades del ciudadano juez, cuando este hace parte de un jurado civil, es la de restablecer o modificar el espíritu de la ley en la formulación de los veredictos. En este caso se trata de una actividad correctora.

Después de revisar en retrospectiva el papel del juicio a los gobernantes en diferentes sociedades y en distintas épocas, Rosanvallon encuentra en este el poder de las minorías, de los dominados o de los electores para examinar, responsabilizar o revocar el mandato de los funcionarios electos. Tanto los tribunales del pueblo en Atenas, el jury de la Edad Media, el Impeachment inglés como el recall en Estados Unidos, son procedimientos que permiten considerar el juicio como forma política en la que los ciudadanos participan no solo de un acto deliberativo, sino también como productores de normas.

Una democracia “de monitoreo” definida por Keane no es suficiente. La contra-democracia definida por Rosanvallon todavía está relacionada con el Estado y con la democracia institucional. Pero también existe la democracia de la vida cotidiana, entre los ciudadanos. La democracia es una aspiración y una exigencia de relacionarse con los demás considerándoles como iguales a uno mismo.La democracia también se juega en nuestra vida cotidiana, en nuestra manera de vincularnos con los demás, en nuestra manera de consumir. ¿Acaso nuestra capacidad de acción y nuestra responsabilidad frente a problemas como el cambio climático o la pobreza se concentran únicamente en el voto? También somos ciudadanos cuando consumimos, cuando nos trasladamos, o cuando elegimos cómo usar el dinero que ahorramos. Estos actos también tienen consecuencias en la comunidad y, por tanto, contribuyen a un tipo de sociedad.

Es un gran reto la combinación y la coexistencia de varias formas de democracia, de las cuales ninguna es la solución global. Los movimientos sociales tienen un papel muy importante en cada una de estas formas de democracia, como también en encontrar articulaciones entre ellas. Unas veces para apoyar al Estado contra los excesos de poderes económicos, pero también a veces en contra del Estado, cuando este impide que se desarrollen espacios autónomos donde ponen otras formas de democracia en la práctica. Cuando la gente pacíficamente toma la calle, para hacerse oír, es porque quiere cambiar las políticas públicas. Y esta actuación es otra forma de democracia; la democracia de movilización que está cuestionando, sin querer suprimirla, la democracia representativa de los gobiernos, parlamentos y partidos políticos.

Así lo hizo el 15-M, manifestándose pacíficamente y en pro de más democracia. Como ha escrito Luis I. Sandoval "Para Eric Hobsbawm 'las marchas callejeras son votos con los pies que equivalen a los votos que depositamos en las urnas con las manos'. Y es así, porque los que se manifiestan eligen una opción, protestan contra algo y proponen alternativas. La acción colectiva en la calle, como acto de multitud o de construcción de un discurso, expresa una diferencia u oposición, muestra una identidad, y se transforma de lo particular a algo más general y cuando se mantiene en el tiempo se convierte en un movimiento social. La historia nos enseña que si en la sociedad democrática no se produjeran estas oleadas de movilización por causas justas no habría democratización, es decir, no habría la presión necesaria para hacer efectivos derechos reconocidos constitucionalmente, ni la fuerza e imaginación para crear otros nuevos". Todo esto les resulta difícil de entender a nuestros representantes políticos.

Con frecuencia, las sociedades se incomodan con los movimientos sociales y aún los consideran peligrosos y nocivos. Solo cuando triunfan reconocen sus bondades e integran sus conquistas a la cultura e institucionalidad vigentes. Ardua tarea, a veces se necesitan siglos para alcanzar algunos derechos: jornada laboral de 8 horas, descanso dominical, sufragio universal, igualdad entre hombre mujer. En definitiva, con movilizaciones se han civilizado y avanzado las sociedades que hoy conocemos como modernas y democráticas. Según Boaventura de Sousa Santos "Los momentos más creativos de la democracia rara vez ocurrieron en las sedes de los parlamentos". Ocurrieron en las calles, donde los ciudadanos indignados forzaron los cambios de régimen o la ampliación de las agendas políticas

Los intelectuales y analistas plantean frecuentemente que los movimientos sociales de hoy no tienen la fuerza para llegar al nivel político. Por el contrario, lo importante de estos movimientos es precisamente que cuestionan la centralidad de la política institucional, que se oponen a la monopolización de la política por parte de políticos profesionales, y que afirman que la política es cosa de todos, lo cual también depende de los actos de cada uno de los ciudadanos, que el cambio lo hacemos nosotros y no los políticos, o, mejor dicho, no solamente ellos. Pues lo que plantean es que mientras para algunos la democracia representativa no funciona, para otros esta no basta. Ahora bien, no hay que subestimar la importancia de la democracia representativa y la política institucional. Pero esta es solo una parte de la democracia, no su único escenario. En ese sentido, si algunos activistas de los movimientos de protesta recientes se pasan a la política institucional, no se trata de juzgar esto ni como un éxito, ni como un fracaso. Probablemente puedan contribuir a un cambio progresista, o a reducir las desigualdades.

 Como conclusión, la democracia es un ideal, una invención colectiva permanente y siempre inacabada.

La democracia es un ideal, una invención colectiva permanente y siempre inacabada