martes. 19.03.2024

La cuarta socialdemocracia. Dos crisis y una esperanza

libro

He leído con mucho interés el libro de Agustín Basave de título muy sugestivo, para los que nos interesa la política, La cuarta socialdemocracia. Dos crisis y una esperanza. Una breve alusión al autor parece pertinente. Basave de nacionalidad mejicana es diplomático, doctor en Ciencia Política por la Universidad de Oxford, periodista y que fue presidente recientemente del Partido Revolución Democrática (PDR), ideológicamente situado políticamente en el centro izquierda, socialdemócrata. En Sudamérica se está produciendo mucho y novedoso pensamiento político, que aquí en esta Europa engreída y autosuficiente no se valora como se debería. En cuanto al libro, el título se debe a la existencia de dos crisis: la de la socialdemocracia que por su gradual derechización explica la crisis de la democracia. Y la esperanza está representada por la socialdemocracia, a la que considera la única tradición que, subsanando sus errores, puede ofrecer una alternativa deseable y posible en esta economía-mundo capitalista tan devastadora que vivimos actualmente.

Lo más importante del libro son determinadas propuestas, que expongo al final, para construir la cuarta socialdemocracia. Obviamente, si habla de una cuarta socialdemocracia, es porque le preceden otras tres socialdemocracias. Estas tres las describe en distintos capítulos del libro, aunque me parecen las menos interesantes, al ser suficientemente conocidas por un público interesado por la historia política.

La primera socialdemocracia, ubicada entre 1875-1945 remite a la figura  de Bernstein, que optó por el voto sobre la revolución, como camino hacia el progreso. Socialdemocracia y comunismo se escindieron: la primera valoraba la democracia y su compromiso fue por apuntalarla, fortalecerla, por considerarla una vía para la transformación social y un fin en sí mismo.

La segunda entre 1945-1975. Tras la segunda Guerra Mundial  había que reconstruir Europa pero sobre bases que hicieran posible el ejercicio de las más amplias libertades, también haciéndose cargo de las abismales diferencias sociales. Son los años en que se apuntalan las fórmulas para generar cohesión social: educación, salud y transporte públicos, como basamento de la coexistencia social. Salarios mínimos decorosos, seguros de desempleo, políticas de vivienda para una existencia digna. Y políticas fiscales progresivas y redistributivas como un imperativo para la convivencia medianamente armónica. Esas políticas, con un fuerte acento keynesiano, “demostraron que el capitalismo podía prohijar altos niveles de equidad.

La tercera socialdemocracia, en la que todavía estamos inmersos, a partir de los años 80 estaría representada por la “Tercera Vía” de Tony Blair   y el “Nuevo Centro” de Gerhard Schroeder y Bill Clinton, cuando el consenso socialdemócrata fue sustituido por el llamado “consenso neoliberal”. Si sus figuras emblemáticas son el presidente Reagan y la primera ministra Margaret Thatcher, eso no quiere decir que el viraje no haya contado con un fuerte respaldo social. Hubo un corrimiento de los ciudadanos hacia el centro y la derecha. Los altos impuestos y la centralidad de lo público fueron puestos en la picota. La exaltación del individualismo y el Estado como problema y no como eventual solución resultaron los elementos discursivos, que erosionaron la confluencia en torno al proyecto de una sociedad menos escindida. La socialdemocracia sucumbió ante la vorágine neoliberal y sigue sin reaccionar. Como dice muy acertadamente Basave, mientras el fundamentalismo capitalista en su versión neoliberal se globalizaba, la izquierda se pasmaba. El error de la socialdemocracia frente a la globalización fue mimetizarse con el presente para evitar ser asociada  al pasado, en vez de buscar una nueva identidad en el futuro.

¿A qué esperanza se refiere Basave cuando habla de la cuarta socialdemocracia? En primer lugar se basa en la convicción de que la democracia real es posible si se separa el poder político del poder económico.  Esto quiere decir que el primero debe emanciparse de manera absoluta del segundo. Tarea complicada. Durante varios siglos la teoría política avanzó gradualmente hacia un equilibrio entre poderes. Primero fue la separación del poder espiritual del terrenal y destacó las bondades de la República (Maquiavelo). Luego vendría la separación de los poderes ejecutivo, legislativo y judicial, tal como señaló Montesquieu en El espíritu de las leyes, al destacar “el poder corrompe y si el poder es absoluto corrompe absolutamente”. La idea era que los poderes fueran unos contrapesos unos de otros.  Pero todavía no se ha diseñado un sistema que impida la subordinación de la política al dinero.  Si la crisis de la democracia se debió a la gradual derechización de la socialdemocracia, la solución es izquierdizarla o, mejor dicho, moverla hacia un centro progresista. Hay que presentar una oferta que se aleje de los dogmas de la economía neoliberal y  viable para contrarrestar la desigualdad producida por este modelo en el ámbito socioeconómico, educativo y de justicia. Debemos aprender la lección de este proceso histórico. Ha quedado muy clara a partir de la globalización una deficiencia democrática, una carencia institucional, que impide una adecuada representación de la sociedad. Como es poco probable que cambien en un futuro próximo las condiciones que empoderaron el capital transnacional a las autoridades electas de los estados, es imprescindible una revisión estructural de la versión contemporánea de la democracia. Hay que rediseñar la democracia para hacerla más representativa, lo cual presupone hacerla más participativa.

El demos perdido retornará a los cauces institucionales en la medida que haya partidos políticos que ofrezcan algo distinto al neoliberalismo y que sean capaces de llegar al poder, lo cual introduciría un acicate  para que los representantes respondan a las demandas de bienestar y participación de los representados. Hay que destacarlo: la mayoría de la gente que protesta en las calles se hizo antisistema porque la izquierda se derechizó, pero también porque la mayoría de los gobernantes de todas las tendencias se alejaron de las clases medias y bajas para servir a unos pocos. Y además, se ha producido una deriva de la democracia liberal en una  partidocracia, donde se ha enraizado y atrincherado una oligarquía en la cúpula de los partidos. Es evidente que muchas partidocracias se han trocado en conciliábulos donde impera la complicidad interpartidista y la corrupción. Así se ha generado una disfuncionalidad de los mecanismos de rendición de cuentas y de los controles de la voluntad popular, que han de corregirse.

La mejor reforma democrática que puede presentar la socialdemocracia sería proponerse en serio en liberar al poder político  del poder económico. La fórmula sería realizar cambios aparentemente simples pero en la práctica complejos: campañas electorales mucho más baratas y sin financiación privada. Yo añadiría a lo dicho por Basave prohibir la entrada de los grandes capitalistas en las sedes de los partidos. Ahí está el origen de la corrupción y del servilismo vergonzoso de la política a los grandes poderes económicos. De esto sabemos bastante en España. Prosigue Basave. Igualmente también habría que tener en cuenta la televisión privada, a pesar de Internet, que tiene un gran protagonismo en la política. Con campañas más cortas y más intensas debería potenciarse en la televisión la equidad y los debates plurales. La crisis democrática resultará insuperable si no se resuelve el problema de la televisión y su manipulación informativa. Yo añadiría no solo de televisión privada, sino que también de la pública. Y por supuesto, de la mayoría de los medios de información, totalmente controlados por los grandes poderes económicos. La política y los medios están desconectados de los grandes problemas de la gente. No es descubrir nada nuevo el señalar que ambos diseñan la agenda política, o, como se dice ahora, el discurso político. En las últimas fechas no se ha hablado de otra cosa que de tesis, masters. Que no digo que no tengan su importancia. La tienen, porque los políticos deberían ser un referente de ejemplaridad para el resto de la ciudanía. ¡Vaya ejemplo! Otro tema ha sido la exhumación de Franco. También importante, especialmente porque su permanencia en el Valle de los Caídos es una asignatura pendiente de nuestra democracia. O la intervención de Aznar el “incorruptible” en el Congreso.  Ah, por supuesto, con las correspondientes dosis de La Manada o del traspaso de Ronaldo a la Juventus.  Y ahora mismo las acciones del ínclito Villarejo. ¡Vaya personaje! En definitiva, es una información diseñada como una diversión planeada, mientras ocultan otros temas que afectan gravemente a amplios sectores de la sociedad como los desahucios, la pobreza energética, la exclusión, la precariedad, los paraísos fiscales, etc.

Hay un apartado descrito por Basave muy novedoso. Por lo que hace referencia al gobierno ya constituido, sería conveniente la creación de un cuarto poder para contrarrestar a los tres tradicionales cuando sus decisiones sean manipuladas por los más ricos, a través de asambleas populares, que recreen la figura de los tribunados de la plebe de la república romana. Más que crear un órgano que excluya a la clase dominante-cuyos miembros no imponen sus condiciones directamente sino a través de otros, auténticos palafreneros, pagados por ellos - hay que inventar uno para que quede exento de su influjo. Es necesario un cuarto poder, pero concebido de otra manera: una asamblea ciudadana que incidiría transversalmente en los tres poderes  y serían personas obligatoriamente sin militar en ningún partido político. Su tarea sería la de decidir la integración de organismos autónomos, de revisar, para ratificar o rectificar, las decisiones legislativas y judiciales más trascendentales, así como elegir entre sus miembros el Jefe del Estado (naturalmente inscrito en el contexto de una república parlamentaria en el que la jefatura del gobierno sería del partido o partidos que obtuvieran la mayoría en la Cámara baja). Los asambleístas (y la Jefatura del Estado) durarían un periodo de tiempo determinado y fijo, independiente de los tiempos del Parlamento, no podrían ser reelegidos y así no se profesionalizarían, lo que les permitiría resistir los intentos de cooptación por parte de la partidocracia y del gran capital.

Hay que recuperar la confianza de los trabajadores por parte de la izquierda, mostrando que las propuestas de la socialdemocracia y, más en general, de la izquierda, son posibles y deseables. Hay que combatir de manera inteligente la capacidad de unos massmedia al servicio de la derecha y del neoliberalismo. Tal ventaja mediática  de la derecha, que le lleva a tener la hegemonía ideológica la expresa muy bien en La tercera carta a las izquierdas, Boaventura de Sousa Santos: “Cuando están en el poder, las izquierdas no tienen tiempo para reflexionar sobre las transformaciones que ocurren en la sociedad y, cuando lo hacen, siempre es como reacción a cualquier acontecimiento que perturbe el ejercicio del poder. La respuesta siempre es defensiva. Cuando no están en el poder, se dividen internamente para definir quién será el líder en las próximas elecciones, de modo que las reflexiones y los análisis están relacionadas con este objetivo. Esta indisponibilidad para la reflexión, que siempre ha sido perniciosa, hoy es suicida. Por dos razones. La derecha tiene a su disposición a todos los intelectuales orgánicos del capital financiero, de las asociaciones empresariales, de las instituciones multilaterales, de los think tanks y de los grupos de presión, que le proporcionan a diario datos e interpretaciones que no son siempre faltos de rigor y siempre interpretan la realidad llevando el agua a su molino. Por el contrario, las izquierdas no disponen de instrumentos de reflexión abiertos a los no militantes e, internamente, la reflexión sigue la línea estéril de las facciones. Hoy en día, circula por el mundo una ola de informaciones y análisis que podrían tener una importancia decisiva para repensar y refundar las izquierdas tras el doble el colapso de la socialdemocracia y el socialismo real. El desequilibrio entre las izquierdas y la derecha en relación con el conocimiento estratégico del mundo es hoy mayor que nunca”.

Prosigue Basave con sus propuestas. Hay que buscar las maneras de neutralizar la dependencia de los Estados al poder económico internacional.

Hay que potenciar la economía productiva y las cooperativas, imponer una reforma fiscal progresiva y controlar de manera contundente el fraude, así como enfrentarse de manera solidaria peor realista con el problema de la inmigración.

Es menester que se edifique un nuevo pacto social entre el capital y trabajo, como el que hubo al final de la Segunda Guerra Mundial y que dinamité el fundamentalismo neoliberal. Tarea no fácil dada la voracidad irresponsable del capital, pero si este no lo asume voluntariamente, habrá que convencerle a través del miedo con un incremento de la protesta de la ciudadanía. El éxito de la segunda socialdemocracia  se explica por el temor al comunismo.

Me parecen muy oportunas las palabras de Tony Judt, como colofón al artículo.  La primera tarea de la socialdemocracia de hoy es recordar sus éxitos del siglo XX, y las consecuencias de desmantelarlos. La izquierda tiene cosas que conservar. Es la derecha la que ha heredado el ambicioso afán modernista de destruir. Los socialdemócratas, modestos en estilo y ambición, han de hablar con más firmeza de las ganancias anteriores: el Estado de servicios sociales, la construcción de un sector público con servicios que promueven nuestra identidad colectiva, la institución del welfare como una cuestión de derecho y su provisión como un deber social. No son logros menores. Que estos éxitos fueran incompletos, no nos debería preocupar.  Si hemos aprendido algo del siglo XX, al menos debería ser que cuanto más perfecta es la respuesta, más terribles son sus consecuencias. Otros han destrozado estas mejoras: esto nos debería irritar mucho más. También nos debería preocupar, aunque sólo sea por prudencia: ¿Por qué hemos derribado tan pronto los diques trabajosamente construidos por nuestros predecesores? ¿Tan seguros estábamos que no se avecinaban inundaciones? Una socialdemocracia del miedo es algo por lo que vale la pena luchar. Abandonar los trabajos de un siglo es traicionar a las generaciones precedentes y las futuras. No representa el futuro ideal ni el pasado ideal. Pero de las opciones disponibles hoy, es la mejor.

La cuarta socialdemocracia. Dos crisis y una esperanza