jueves. 28.03.2024

¿Crisis de la modernidad política?

Primer síntoma de la crisis es la desaparición de la dinámica igualitaria que caracterizaba la modernidad política y era su auténtico motor social.

Expongo a continuación algunas ideas y reflexiones extraídas tras la lectura del libro breve pero profundamente enjundioso de Marco Revelli  Posizquierda ¿Qué queda de la política en el mundo globalizado? No menos es otro del mismo autor titulado La lucha de clases existe…¡y la han ganado los ricos!

No me resisto a citar a algunos de los muchos pensadores italianos, que están generando pensamiento político, y que me han servido para tener una visión más amplia sobre la problemática del mundo actual. Ahí van algunos. Maurizio Lazzarato con La fábrica del hombre endeudado. Ensayo sobre la condición neoliberal, en el que explica con una claridad meridiana el mecanismo de la deuda como instrumento de dominación del proyecto neoliberal. Maurizio Viroli con Por amor a la patria, un ensayo sobre el patriotismo y el nacionalismo, en el que aparece un concepto muy interesante sobre patriotismo. Ser patriota es poner lo público por delante de lo privado. Es querer lo mejor para tu país y tus conciudadanos, lo que se consigue entre otras cosas pagando los impuestos y haciendo caso omiso de los paraísos fiscales. Así se empieza a ser patriota. La definición de "patriotismo" debemos entenderla como la capacidad de los ciudadanos de comprometerse en la defensa de las libertades y de los derechos de las personas. Luigi Ferrajoli con Poderes salvajes. La crisis de la democracia constitucional, en el que nos advierte que la libre circulación de ideas y opiniones se ve amenazada por los grandes medios de comunicación cada vez más concentrados y vinculados con los poderes financieros y empresariales,  que al alcanzar tanto poder, pueden contrariar o delimitar la soberanía expresada por la sociedad en las urnas y poner en peligro nuestra democracia, de ahí que se puedan denominar con propiedad poderes salvajes. Giorgio Agamben con Homo sacer: el poder soberano y la nuda vida, donde realiza una de las más profundas reflexiones sobre el estado de excepción permanente en el que estamos sumidos, justificado por las “razones de seguridad”. Ahora mismo estoy leyendo el impresionante libro El derecho a tener derechos de Stefano Rodotá, en el que nos expresa que en este mundo globalizado se necesitan cada vez más derechos, de lo contrario vamos a un auténtico desastre. No quiero abrumar con más citas, pero tengo que citar a Antonio Negri. Sería muy interesante indagar las razones de tanto pensamiento generado en la península itálica.

Retornando al libro citado al principio de Marco Revelli, se ha extendido la idea de una crisis profunda y, por ahora, parece que irreversible en la izquierda, cuya muestra sería la inexistencia de diferencias sustanciales entre derecha e izquierda, lo que supone, nos dicen, una prueba de madurez política. Que lo digan, no impide constatar que esta política pragmática y sin referentes es profundamente caótica. En el fondo, las causas de la contraposición entre derecha e izquierda siguen presentes y más en este mundo global; lo que parecen faltar son las soluciones y los sujetos políticos que se hagan cargo de ellas.

La crisis es extensible también a la totalidad de los principios de la política moderna. Si lo que se derrumba con la globalización es el espacio público, el estado tradicional encerrado en unas fronteras reconocibles- algunos lo califican el fin del territorio jacobino- la política irreversiblemente ha perdido en gran parte  su apoyo material. Este hecho significa que se ha venido abajo la política tal como la hemos concebido hasta ahora, no solo en sus sujetos, valores, sino también en sus instituciones y sus principios; en consecuencia, con todos los elementos constitutivos del moderno concepto de lo político. Y no solo eso, el derrumbe se lleva consigo muchas de las grandes conquistas de la modernidad política.

El primer síntoma de la crisis es la desaparición de la dinámica igualitaria que caracterizaba la modernidad política y era su auténtico motor social. Nuestras sociedades, que desde hace 200 años habían acortado las desigualdades y, sobre todo, en el siglo XX, las han vuelto a incrementar y a un ritmo feroz. La globalización ha nacido con grandes desigualdades merced a un mecanismo perverso.  Mas esta injusta situación no es contingente y provisional, muy al contrario, parece inevitable y duradera. Reconociendo que estas desigualdades pueden deberse a decisiones de gobiernos concretos, o al predominio de la cultura neoliberal que rechaza toda tendencia igualitaria, el fenómeno se debe a la globalización. La nueva espacialidad es cada vez más desigual. Bauman analizando las consecuencias socio-políticas del control que algunas personas ejercen sobre el territorio aunque estén ausentes, ha señalado la gran brecha abierta entre los nuevos dominadores y los nuevos dominados, entre los que pertenecen al mundo que ha abolido la distancia, y los que inevitablemente condicionados por su ubicación en el terreno se ven obligados a obedecer los mandatos de aquellos.

Es una nueva forma de desigualdad, casi antropológica, ya que diferencia no solo dos status sino dos tipos de humanos distintos, y, a su vez, de una nueva brecha socio-política que se basa no solo en contraponer capital y trabajo, sino también entre móviles y vinculados, alto ciberespacio y bajo territorio; entre los nuevos señores, que tienen el privilegio de transformarse de ciudadano en cibernauta, y los nuevos siervos de la gleba atados al lugar. Dos categorías diferentes desde el punto de vista de la renta, estatus, grado de libertad, normas, y la autoridad a la que están sometidos, sistema de valores, el lenguaje hablado, relaciones y fidelidades. Pueden vivir en el mismo Estado, incluso en la misma ciudad, pero son dos mundos distintos, como si vivieran en planetas diferentes.

Este es el contexto en el que se forman las nuevas oligarquías superpoderosas, que han ganado la carrera del espacio, y, por otro, la gran multitud dominada y atada al lugar por sus condiciones de vida material. Los que están por encima de la caduca espacialidad estatal-nacional, que tienden a nulos vínculos; y en frente los que están debajo y con nulos derechos. Los ascendidos al ciberespacio, cada vez más parecidos por el estilo de vida, tipos de estudios y actividades, forma de vestir, en la lengua usada para comunicarse, en el disfrute de bienes materiales y patrimoniales, en la visión del mundo, como si fueran una casta. Los otros, los encadenados a la tierra, cada vez más fragmentados y diferentes entre sí, irreconocibles entre ellos, aunque vivan en el mismo barrio, con una realidad vital llena de riesgos, imprevisible y falta de auténtica libertad.

Sobre esta base, Bauman nos dice que “la movilidad se ha convertido en el factor más poderoso y valorado de estratificación social; el material con el que cada día se construyen y se reconstruyen, a una escala planetaria, las nuevas jerarquías sociales, políticas, económicas y culturales”. Y aquí se produce la cruel paradoja de que la movilidad, o lo que es lo mismo, la posibilidad de cambio, antigua herencia de la izquierda, el arma contra el privilegio y a favor de la igualdad, se ha convertido en la principal causa de desigualdad (un factor de privilegio) entre quien está subordinado y atado al lugar, y quien está libre de cualquier tipo de ataduras en este mundo global. Y esa misma movilidad constituye el origen de esa otra brecha cada vez más grande entre poder y obligaciones sociales- ese poder tanto económico como político no asume ningún tipo de responsabilidad-, que va minando la cohesión de nuestras sociedades. Y como corolario, sobreviene la dimensión oligárquica de la democracia con la lógica crisis de la representación política.

¿Crisis de la modernidad política?