jueves. 28.03.2024

Sin confianza es una utopía construir un proyecto colectivo ilusionante

El panorama político actual en esta España nuestra me genera sentimientos diversos, ninguno de ellos positivo...

El panorama político actual en esta España nuestra me genera sentimientos diversos, ninguno de ellos positivo. Por encima de todos, el de hartazgo. Ya vale, ya está bien, de tanta corrupción.  Esto se asemeja cada vez más a un albañal.  Es tanta la mugre que dan ganas de exiliarte de este país para escapar de este hedor insoportable. Como también siento muchas veces: que esta España nuestra que se la queden toda, que se la repartan y que se la coman esta cuadrilla de sinvergüenzas. Al final va tener razón el poeta que escribió con profundo dolor esta durísima poesía:

De todas las historias de la Historia
sin duda la más triste es la de España
porque termina mal
Como si el hombre
harto ya de luchar con sus demonios
decidiese encargarles el gobierno y la administración de su pobreza. 

Mas los españoles que nos sintamos patriotas de verdad, no podemos cruzarnos de brazo, pero patriotas de acuerdo con la definición de “patriotismo” hecha por Mauricio Virolli, entendido como la capacidad de los ciudadanos de comprometerse en la defensa de las libertades y de los derechos de las personas. Para el politólogo italiano, el autentico patriotismo es que ningún ciudadano, ninguna ciudadana quede expuesto a la miseria y sus lacras ni abandonado a su suerte en tiempos de desventura. Es que todos tengan exactamente los mismos derechos, los mismos deberes y las mismas libertades y oportunidades, de verdad, sea cual sea su cuna o su sexo. Es que cada persona esté protegida en sus necesidades elementales. Es que todo el mundo adquiera tanta cultura, tanta educación y tanta formación como sea posible, para vivir mejor, para ser útiles y para ser difíciles de manipular y someter. Es que la justicia sea igual para todos, y que las cargas y alivios sociales sean escrupulosamente proporcionales a las posibilidades de cada cual. Es que, en caso de duda, nos pongamos siempre de parte de los débiles, que para neutrales ya están (o deben estar) los jueces. Este es el verdadero patriotismo. E insisto aquellos que estemos impregnados de este patriotismo, no podemos abandonar esta España en manos de una cuadrilla de facinerosos, que en definitiva es lo que quieren. La tarea es ardua y difícil. Lo primero e imprescindible es  recuperar la confianza en esta sociedad, que se ha perdido. Explicaré las razones de esta pérdida.

Como señala Tony Judt en Algo va mal, una sociedad para que funcione adecuadamente necesita un sentimiento generalizado de confianza entre sus miembros, y especialmente hacia sus dirigentes. Podemos constatarlo en el pago de los impuestos. Un ciudadano los paga porque confía que su vecino hará lo mismo. Siento una envidia sana al recordar que un amigo danés me comentó que él pagaba impuestos con una sonrisa en la boca. Como español tales palabras me impresionaron. Y todos confiamos también que serán administrados responsablemente por nuestros dirigentes con criterios de justicia y solidaridad para sufragar los diferentes capítulos del gasto público. Por ejemplo, gracias a esta confianza recíproca los trabajadores de hoy contribuyen al sostenimiento de las pensiones actuales, como unos lo hicieron antes y otros lo harán en el futuro.  Ello presupone una confianza y solidaridad intergeneracional. Sin confianza recíproca entre los ciudadanos y sus dirigentes es una utopía el construir un proyecto colectivo de futuro. La confianza se da en mayor grado en aquellas sociedades con menos desigualdades, y que precisamente por ello  suelen ser más cohesionadas. Y por supuesto, esa confianza la tienen que irradiarla sus dirigentes políticos en sus comportamientos. En su libro Ejemplaridad pública, el filósofo Javier Gomá expresa una serie de reflexiones muy interesantes al respecto. Toda vida humana es un ejemplo: obra de tal manera que tu comportamiento sea imitable y generalizable en tu ámbito de influencia. Este imperativo es muy importante en la familia, en la escuela, y sobre todo, en la actividad política, ya que el ejemplo de sus dirigentes sirve, si es positivo, para cohesionar la sociedad, y si es negativo, para fragmentarla y atomizarla. El espacio público está cimentado en la ejemplaridad. Podría decirse que la política es el arte de ejemplificar. Los políticos, sus mismas personas y sus vidas, son, lo quieran o no, ejemplos de una gran influencia social. Como autores de las fuentes escritas de Derecho-a través de las leyes- ejercen un dominio muy amplio sobre nuestras libertades, derechos y patrimonio. Y como son muy importantes para nuestras vidas, atraen sobre ellos la atención de los gobernados y se convierten en personajes públicos. Por ello, sus actos no quedan reducidos al ámbito de su vida privada. Merced a los medios de comunicación de masas se propicia el conocimiento de sus modos de vida y, por ende, la trascendencia de su ejemplo, que puede servir de paradigma moral para los ciudadanos. Los políticos dan el tono a la sociedad, crean pautas de comportamiento y suscitan hábitos colectivos. Por ello, pesa sobre ellos un plus de responsabilidad. A diferencia de los demás ciudadanos, que pueden hacer lícitamente todo aquello que no esté prohibido por las leyes, a ellos se les exige que observen, respeten y que no contradigan un conjunto de valores estimados por la sociedad a la que dicen servir. No es suficiente con que cumplan las leyes, han de ser ejemplares. Si los políticos lo fueran, serían necesarias muy pocas leyes, porque las mores cívicas que dimanarían de su ejemplo, haría innecesaria la imposición por la fuerza de aquello que la mayoría de ciudadanos estarían haciendo ya con agrado. Con la democracia liberal, se acrecienta todavía más la necesidad de la ejemplaridad del profesional de la política. Además de responder ante la ley, es responsable ante quien le eligió. Frecuentemente, observamos que un político sin haber cometido nada ilícito se hace reprochable ante la ciudadanía, por lo que debe dimitir y se hace inelegible, al haber perdido la confianza de sus electores. Mas la confianza no se compra, no se impone: la confianza se inspira. Mas, ¿qué es una persona fiable? La confianza surge de una ejemplaridad personal, o lo que es lo mismo, la excelencia moral, el concepto de honestum. Cicerón en su tratado Sobre los deberes, nos lo define como un conjunto de cuatro virtudes: sabiduría, magnanimidad, justicia y decorum (esta última es la uniformidad de toda la vida y de cada uno de sus actos). Es evidente hoy que esta ciceroniana uniformidad de vida, incluyendo la rectitud en la vida privada, es determinante en la generación de confianza ciudadana hacia los políticos. Frente a ese político ideal que genera la confianza de la ciudadanía, existen otros, en estos momentos que producen el sentimiento contrario. Yo ya no sé cuántos políticos están inmersos en caso de corrupción con la correspondiente pérdida de confianza en ellos. Lo que sí tengo claro es que la clase política gobernante, no sólo ha tolerado sino que también se ha beneficiado de ella; y, por ello, no la han perseguido ni la han erradicado, y tienen todos los medios en sus manos para hacerlo. Mientras estoy escribiendo estas líneas, una señora sale apesadumbrada ante los medios de comunicación para decirnos que su partido está "trabajando sin descanso" para que las "malas prácticas", en alusión a los casos de corrupción política, "no se vuelvan a producir nunca más" y que su partido está  "tan escandalizado como los ciudadanos" con algunos de estos casos” y que "respeta lo que dicen los tribunales", y ha pedido "sentido de la responsabilidad" y el respeto a la "presunción de inocencia", y ha señalado que "hay que diferenciar lo bueno de lo malo" y "no se puede tratar a todo el mundo por igual". Y el presidente de Gobierno, el del plasma, ha admitido que han sucedido "algunas cosas" que no le hubiera gustado que se hubieran producido”. ¡Vaya cinismo! ¡Vaya desvergüenza! Y luego se jactan con las palabras de transparencia y regeneración democrática. ¡Vaya tropa! En ella también incluyo al resto de las fuerzas políticas sistémicas, ya que siempre habrá algún despistado.

Finalizo, la confianza hacia nuestros políticos ha desaparecido totalmente, lo grave es que la han extendido al resto de la sociedad, en la que ya nadie confía en nadie, ya que los políticos, como he comentado anteriormente, dan el tono a la sociedad, crean pautas de comportamiento y suscitan hábitos colectivos. Y sin confianza es una utopía construir un proyecto colectivo ilusionante.  Por ello, hace falta una regeneración ética en toda línea. Como de la clase política actual no cabe esperar nada está dirección, yo de ella no espero nada, la única reacción tiene que venir de la sociedad. En nuestras manos está el ser intransigentes. Para eso tenemos el voto, pero si luego vamos a votar a algunos tapándonos la nariz, como hasta ahora lo hemos hecho, luego no nos quejemos. No viene mal recordar que en la época de bonanza teníamos una conciencia muy laxa sobre esta lacra social, que algunos expertos la relacionan  con nuestra tradición católica en contraposición a la inflexibilidad protestante. Para la catedrática de Filosofía Moral Victoria Camps “Cuando hay corrupción existe la complicidad del grupo político y también la de toda la sociedad”. Y es así porque carecemos de unos valores éticos claros, en torno a los cuales organizar nuestra convivencia. Todavía muchos compatriotas movidos por prejuicios políticos, son condescendientes con los casos de corrupción de su propio partido, e intransigentes con el contrario. Juicio extrapolable a los medios de comunicación. Así no vamos a ninguna parte. En un reciente artículo Azúa decía “Durante los periodos de corrupción general, como en nuestros últimos quince años gracias a la inflación del ladrillo, toda ella contaminada de hez mafiosa y protegida por los intocables locales, no hay izquierdas ni derechas, sólo prostituidos y macarras”. Termino con la pregunta emitida por Iñaki Gabilondo en un reciente debate sobre este tema: “¿Ha cambiado realmente la sociedad o pagaríamos de nuevo corrupción a cambio de prosperidad?”  Cada cual que responda a la pregunta. 

Sin confianza es una utopía construir un proyecto colectivo ilusionante