viernes. 04.10.2024

Las 15 propuestas de Atkinson para combatir la desigualdad

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Atkinson

Hay cuestiones hoy que, aun reconociendo su gran importancia, de tanto citarlas llegan a producirnos cansancio y también despreocupación. Entre ellas: más de mil millones padecen hambre en el mundo; el trabajo infantil alcanza los 168 millones; el calentamiento global  que pone en peligro a la Tierra; los atentados continuos en Irak y Afganistán; la guerra en Siria; que el Mediterráneo sea un auténtico cementerio; el incremento incontenible de la desigualdad. Cada  vez hay más personas aquejadas de la enfermedad de la fatiga por compasión, una incapacidad de articular una respuesta empática ante tanta desgracia junta como sucede en el mundo. Según el sociólogo de la UOC Francesc Núñez, “la empatía tiene un rendimiento decreciente con las malas noticias. No anda descabellada tal valoración, ya que pronto otra noticia lamentable y grave nos hará olvidar la anterior.

Trataré en este artículo el tema de la desigualdad. Algunos economistas han hablado de ella como Joseph E. Stiglitz, en su libro El precio de la desigualdad: cómo la división actual de la sociedad pone en riesgo nuestro futuro, cuyo título es muy clarificador. Pierre Rosanvallon en La sociedad de los iguales, estudia la trayectoria del concepto de igualdad, sus patologías y su desenlace en lo que llama el siglo XX de la redistribución, y analiza el claro retroceso actual respecto de las políticas redistributivas y del Estado de bienestar del siglo XX y se pregunta si no estaremos regresando al siglo XIX. En un artículo anterior publicado en este mismo medio Dos propuestas contra la desigualdad: la de Walter Scheidel y la de Norberto Bobbio traté el tema de la desigualdad. Mas ha tenido que ser la obra del economista francés Thomas Piketty El capital en el siglo XXI, la que puso de rabiosa actualidad la desigualdad, cuando hasta ahora la élite dominante de los economistas la consideraban como una realidad inevitable y positiva del sistema capitalista. Cabe esperar que a partir de ahora preocupe a nuestras clases dirigentes sino por razones éticas por prudencia, ya que del tratamiento que se haga de ella, depende en gran parte la estabilidad en nuestras sociedades. La tesis de Piketty está basada en su observación de las tendencias de la tasa de retorno de los activos  del capital y la tasa de crecimiento de la economía. Cuando ésta última es menor que la primera la desigualdad crece y crece mucho: o lo que es lo mismo, que mientras los rendimientos del capital aumenten más que el crecimiento económico de un país se incrementará la desigualdad. Esta es una tendencia de largo plazo. En el siglo XIX, parte del XX y los años del XXI ha sido así, y la única excepción a esta tendencia fue en los años de la revolución keynesiana, del New Deal de Roosevelt contra la Gran Depresión, y del Estado de bienestar. Estas conclusiones están basadas  en un trabajo empírico impresionante en series históricas de 200 años.

Para Tony Judt en Algo va mal, desde finales del XIX hasta la década de 1970, las sociedades avanzadas de Occidente se volvieron cada vez menos desiguales gracias a la tributación progresiva, los subsidios del gobierno para los necesitados, la provisión de servicios sociales y garantías ante situaciones de crisis. Siguió habiendo grandes diferencias, pero se fue extendiendo una creciente intolerancia a la desigualdad excesiva. En los últimos 30 años hemos abandonado todo esto. Varía en cada país. Los mayores extremos de desigualdad han vuelto a aflorar en Estados Unidos y en el Reino Unido, epicentros del entusiasmo por el capitalismo de mercado desregulado. No obstante, según los últimos datos de la OCDE, que reafirman los expresados por otras instituciones como Cáritas, Cruz Roja o Fundación Alternativas, y el nuevo informe de Oxfam, el mayor incremento del nivel de desigualdad entre los países desarrollados se ha producido en España entre 2007 y 2015.

Para Tony Judt las consecuencias de la expansión en Estados Unidos y el Reino Unido de la desigualdad están claras, y lógicamente son extrapolables a España. La movilidad intergeneracional se interrumpe: al contrario que sus padres y abuelos, en Estados Unidos y el Reino Unido los niños tienen muy pocas expectativas de mejorar la condición en la que nacieron. Los pobres siguen siendo pobres. La desventaja económica para la gran mayoría se traduce en mala salud, oportunidades educacionales perdidas y —cada vez más— los síntomas habituales de la depresión. Los desempleados o subempleados pierden las habilidades que hubieran adquirido y se vuelven superfluos.

La desigualdad económica exacerba los problemas. Así, la incidencia de los trastornos mentales guarda relación con la renta en Estados Unidos y el Reino Unido. Incluso la confianza, la fe que tenemos en nuestros conciudadanos, se corresponde negativamente con las diferencias de la renta: entre 1983 y 2001 la desconfianza aumentó marcadamente en Estados Unidos, el Reino Unido e Irlanda —los tres países en los que el dogma del interés individual por encima de todo se aplicó con más asiduidad a la política pública. Cuanto mayor es la distancia entre la minoría acomodada y la masa empobrecida, más se agravan los problemas sociales. No importa lo rico que sea un país, sino lo desigual que sea. La desigualdad es corrosiva. Corrompe a las sociedades desde dentro.

Aquellas décadas de «igualación», nos hicieron creer que tal conquista se mantendría sin fin. Sin embargo, estas décadas de desigualdad exacerbada nos han convencido que ésta es una condición natural e inevitable. Además se ha extendido un sentimiento corrupto, ya que todos admiramos acríticamente a los ricos y tratamos de emularlos. Para Adam Smith: «Esta disposición a admirar, y casi a idolatrar, a los ricos y poderosos, y a despreciar o, como mínimo, ignorar a las personas pobres y de condición humilde es la principal y más extendida causa de corrupción de nuestros sentimientos morales”.

Lo grave, de no llevarse a cabo cambios importantes en las políticas económicas, es que esta tendencia de incremento de la desigualdad prosiga en el futuro. Para corregir esta nociva tendencia se ha escrito el libro Desigualdad: ¿qué se puede hacer? del economista británico Anthony Atkinson, fallecido en enero de 2017. El título es muy claro. En la pregunta está implícita la respuesta. Es de valorar el trabajo y la dedicación de economistas para tratar de alcanzar un mundo mejor. Otros, en cambio, al servicio de las élites, trabajan para legitimar la desigualdad, la exclusión, la precariedad laboral. Allá cada cual con su conciencia.

Atkinson presenta 15 propuestas para corregir la desigualdad. Esto no interesa al pensamiento dominante, de ahí su escaso conocimiento por el gran público. Yo hasta hace unos días las desconocía. Nunca es tarde para aprender. Cada vez más me apercibo de mis inmensos desconocimientos. Tales propuestas las he podido conocer en el artículo de Luis Ayala Cañón Explicar la desigualdad con Inequality de A.B. Atkinson, de la revista e-pública Revista electrónica sobre la enseñanza de la Economía Pública Nº 18, febrero, 2016, Págs. 62-74. En este artículo me basaré para exponerlas en lo fundamental. Me limitaré a enumerarlas, haciendo un pequeño comentario en alguna de ellas. En otras, por su claridad simplemente las enunciaré.

Propuesta 1: fijar la dirección del cambio tecnológico como una preocupación explícita de los decisores públicos, incentivando la innovación de un modo que aumente la empleabilidad de los trabajadores y enfatice la dimensión humana de la provisión de servicios. El objetivo es muy claro que el cambio tecnológico no suponga pérdida de puestos de trabajo, sino todo lo contrario. No hay que asumir, por tanto, que el aumento de la desigualdad se deba a fuerzas tecnológicas que escapan de nuestro control: los decisores públicos pueden determinar la dirección de ellas.

Un segundo determinante de la desigualdad en las rentas primarias es que el balance de poder está desequilibrado en contra de los trabajadores y consumidores. Para alcanzar un mayor equilibrio fija Propuesta 2: las políticas públicas deberían promover un balance adecuado entre los agentes sociales introduciendo criterios distributivos explícitos en la política de competencia, asegurando un marco legal que permita una representación suficiente de los trabajadores y crear Consejos Económicos y Sociales donde no existan.

Propuesta 3: el gobierno debería adoptar un objetivo explícito para reducir y prevenir el desempleo ofreciendo un empleo público al salario mínimo a quienes lo buscan. Esta medida reduciría la desigualdad en el mundo del trabajo. Pero Atkinson, va más lejos al proponer algún tipo de intervención en los salarios para erradicar la situación muy generalizada de trabajadores pobres. De ahí, la Propuesta 4: debería haber una política salarial nacional, que consistiera en el establecimiento de un salario mínimo por encima del nivel de satisfacción de las necesidades básicas y un código de prácticas salariales resultado de un acuerdo social nacional.

Las propuestas para reducir la desigualdad incluyen también cambios en la determinación de las rentas de capital. Distingue las diferencias que hay en las distintas tasas de rendimiento del capital. Esas diferencias, con rendimientos muy bajos para los pequeños ahorradores y muy elevados para los percentiles más ricos, es un claro factor de desigualdad. Como la competencia en los mercados financieros privados no parece que pueda reducir esa brecha, de ahí: Propuesta 5: el gobierno debería garantizar una rentabilidad del ahorro positiva en términos reales a través de bonos públicos. Para que exista esa rentabilidad, tiene que haber un mínimo de capital individual.

La transmisión intergeneracional de capital no sólo no garantiza ese mínimo sino que es un factor claramente desigualitario, por ende: Propuesta 6: debería garantizarse una dotación mínima de capital a todos los mayores de edad. Es lo que se conoce como “herencia mínima universal”.

Las propuestas anteriores están dirigidas a reducir la desigualdad en las rentas de mercado. Ahora se centran en los instrumentos redistributivos más clásicos, en la doble vertiente de la imposición progresiva y de las prestaciones monetarias, que determinan la distribución de la renta de la que finalmente disponen los hogares.

Propuesta 7: creación de una autoridad pública de inversiones. Una especie de fondo soberano que se dedique a buscar inversiones para acrecentar el acervo de riqueza del Estado con la finalidad de conseguir una mayor igualdad intergeneracional.

Las 4 siguientes están basadas en una imposición progresiva, que en los últimos años ha sido abandonada. Ya que en todos los países ricos se ha reducido los tipos máximos.

Propuesta 8: recuperar una estructura de tipos más progresiva en el impuesto personal sobre la renta, hasta un tipo máximo del 65% y un ensanchamiento de la base imponible.

Propuesta 9: el gobierno debería introducir un descuento en el impuesto personal sobre la renta en las rentas del trabajo limitado al primer tramo de ingresos. Una reforma fiscal para reducir la desigualdad no debería limitarse, sin embargo, a la imposición personal sobre la renta. Atkinson se sumerge también en el complejo y creciente debate sobre los impuestos que gravan el capital. De ahí las dos siguientes propuestas:

Propuesta 10: las transmisiones de capital, tanto mediante herencias o inter vivos deberían ser gravadas con un impuesto progresivo sobre las rentas de capital acumuladas en el ciclo vital. Una última pieza del nuevo cuadro fiscal sería la revisión del gravamen sobre la propiedad inmobiliaria: Propuesta 11: debería haber un impuesto proporcional, o progresivo, sobre la propiedad basado en una valoración actualizada de ésta.

Las propuestas para reformar las prestaciones monetarias no son menos valientes y parten de una premisa básica: ninguna economía avanzada ha conseguido reducir la desigualdad con un bajo nivel de gasto social. Los ingresos que deberían generar las propuestas de reforma fiscal deberían destinarse en parte a la expansión de la protección social.

Propuesta 12: debería haber un sistema de prestaciones universales por hijo con cuantías elevadas sujetas a gravamen. Dicho de otra manera: Subsidios que deben ser pagados a todos los niños al valor mínimo de subsistencia, pues son el futuro y esos años son cruciales.

Propuesta 13: se debería introducir una renta de participación nacional, que complementara la protección existente, con la perspectiva de una renta básica por hijo en la Unión Europea. Una transferencia a nivel nacional a todos los ciudadanos, aunque no trabajen.

Propuesta 14: se deberían reformar las prestaciones contributivas, aumentando el nivel de sus cuantías y su cobertura. Una cobertura universal de seguridad social para los adultos mayores.

Atkinson por último nos insta a ampliar el punto de mira contemplando la desigualdad también desde una perspectiva global. Existen razones para la redistribución global de la renta que en algunos aspectos son similares a las que justifican la redistribución en cualquier país pero con algunos matices añadidos. Hay tanto motivos éticos como instrumentales para hacerlo. Por ello:

Propuesta 15: los países deberían elevar su objetivo de ayuda al desarrollo al 1% de su Renta Nacional Bruta.

Las 15 propuestas de Atkinson para combatir la desigualdad